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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 238 | Enero 2002

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Honduras

Ricardo Maduro: se abre un tiempo para madurar

Ricardo Maduro: nuevo Presidente. Ganó el menos peor, triunfó la derecha más capaz. Varias señales indican que es tiempo para empezar a cambiar la política tradicional y el modo de hacer política para que el país empiece a madurar.

Ismael Moreno, SJ

Si por un golpe de suerte un ciudadano de a pie tuviera acceso inmediato y personal al nuevo Presidente de la República, y si éste, como el genio de la botella, le prometiera cumplirle tres deseos, el sorprendido ciudadano no dudaría en pedirle tres cosas: que acabe con el crimen y la delincuencia, que elimine la corrupción y a los corruptos y que le dé un trabajo seguro y digno.

Operativo "Guerra contra la Delincuencia"

Y como si fuese el genio del cuento, tres días después de asumir la presidencia, Ricardo Maduro dio una primera respuesta al primer deseo de la ciudadanía hondureña al poner en las calles y en los barrios marginales de las cuatro ciudades más importantes del país a unos diez mil efectivos en un operativo combinado de la Policía y del Ejército denominado "Guerra contra la delincuencia". El operativo, seguido de una intensa campaña publicitaria parece dar a entender que la delincuencia -que ha afectado a uno de cada tres hondureños en los últimos tiempos- va a ser erradicada en cuestión de días y por efecto de una persecución militar. La sabiduría popular ha comenzado a llamar a Maduro el nuevo Comandante Cero de Centroamérica. Mientras realizaba registros en una de las tantas carreteras de la costa norte hondureña, envío habló con un oficial de la policía, quien expresó sin tapujos que aquel operativo era "pura babosada de los políticos que se quieren ganar a la gente haciéndole creer que así se va a acabar con la delincuencia. Pero bien saben ellos que con estos métodos lo único que van a lograr es alborotar más al avispero de los delincuentes".

A la par que el Presidente Maduro ponía en marcha el operativo antidelincuencial, un juez de la capital entregaba carta de libertad condicional al ex-Coronel Alexander Hernández, el más cercano colaborar del General Alvarez Martínez, de nefasta memoria protagonista de la época de mayor terror que ha conocido la historia hondureña. Y en lugar de un civil -como en administraciones recientes- Maduro colocó en el Ministerio de Seguridad a un veterano coronel, Juan Angel Arias, responsabilizándolo de poner en marcha operativos militares contra la delincuencia. Esta declarada guerra abierta en su primera semana de gobierno ha fomentado un ambiente bélico que trae a la memoria los tiempos de la política de la seguridad nacional.

Ganó el menos peor

No obstante estas cuestionables primeras medidas, todos los análisis coinciden en que el resultado de las elecciones de noviembre 2001 fue el menos peor. Y en que entre los candidatos con reales posibilidades de triunfo ganó quien goza de mejor prestancia humana y de trayectoria más honesta. En este país, donde nadie sería capaz de encontrar un sector económico de "pura sangre"; puede afirmarse que ganó el sector de la derecha más sólido y con mayor capacidad de ofrecer propuestas al país. Y que perdió -menos mal, dicen muchos- la derecha de los caudillos y del clientelismo político más oscuro. Sin embargo, nadie niega y lamenta que entre los hombres y mujeres del nuevo Presidente se muevan, visible u ocultamente, algunos de los responsables de los mayores escándalos de corrupción de la reciente historia hondureña.

De acuerdo a una encuesta de Cid-Gallup, realizada días antes de la toma de posesión de Maduro, tres realidades -inseguridad ciudadana, desempleo y corrupción- constituyen los tres mayores problemas que generan las mayores demandas en la sociedad. Constituyeron la esencia de las promesas de campaña de Maduro, que ratificó promesas en estas tres direcciones el domingo 27 de enero, al pronunciar su discurso inaugural como nuevo Presidente de la República ante un estadio de fútbol repleto de una población tan expectante como escéptica y ante unas setenta representaciones internacionales. En un país tan desamparado y tan atrapado en una espiral de violencia y de incertidumbres, dos terceras partes de la población pone sus esperanzas en que Maduro librará una guerra contra el crimen y la delincuencia y creará un ambiente propicio para abrir fuentes de trabajo.

Empresario exitoso y víctima de la violencia

Ricardo Maduro es el Presidente número 93 en la historia del país, el sexto tras el retorno de la democracia formal en 1981, y el segundo del Partido Nacional, después de Rafael Leonardo Callejas. Durante su campaña, Maduro prometió combatir la pobreza que agobia al 81% de los 6 millones y medio de hondureños y erradicar la alta criminalidad con una política de "cero tolerancia". Al tomar posesión de su cargo, ratificó estos compromisos asegurando que inauguraba una gestión comprometida con la transformación de la sociedad hondureña. "Se que mis retos son enormes, pero los enfrentaré con dedicación, trabajo y honradez, porque sólo así resolveré innumerables problemas que aquejan a mis compatriotas", dijo.

Maduro, un empresario de éxito con fuertes inversiones en El Salvador y Honduras ganó las elecciones con el 52% de los votos. Tiene intereses en empresas de productos de exportación, bancos, centros comerciales y tiendas de artículos electrodomésticos japoneses. Al justificar su eslogan de "cero tolerancia", afirma: "Soy un hondureño más al que la violencia ha golpeado, por eso enfrentaré a los delincuentes". Alude así al asesinato de su único hijo varón de 24 años en 1997. Este economista, graduado de la universidad de Stanford, asume la Presidencia a los 55 años. Fue presidente del Banco Central de 1990 a 1994 en el gobierno de Callejas, catalogado como uno de los más corruptos de la historia de Honduras.

Flores: la popularidad que ocultó la miseria

Maduro comienza su administración con el voto de confianza de mucha gente. Ocho de cada diez ciudadanos están convencidos de que es una persona seria y un líder humanitario. Flores Facussé terminó su mandato con un alto índice de popularidad. La ciudadanía espera que Maduro sea mejor que su predecesor, quien inició y terminó su gestión manteniendo la imagen de hombre bonachón preocupado por su pueblo.

Aunque la gente califica muy bien la administración de Flores, tiene clara conciencia de que su vida no ha mejorado. Esta valoración contradictoria se explica por el uso prodigioso que Flores supo hacer de la propaganda con un control feroz sobre los medios de comunicación. A través de una permanente campaña publicitaria que magnificaba sus logros, de la compra y manejo de la mayoría de los periodistas de los medios masivos y de las trabas impuestas a medios y periodistas críticos o adversos, Flores Facussé entregó la banda presidencial como el Presidente con mayor popularidad que ha tenido el país. Aunque en estos años hubo evidentes manejos sucios y politiqueros con la ayuda internacional para proyectos post-Mitch, la gente acabó opinando que Flores usó con transparencia y honestidad los fondos.

El poder de los medios

Tan objetivo es que no hubo mejoría en el nivel de vida de la gente como objetivo es que esa gente calificó la gestión de Flores con un 86% favorable al final de su mandato. He ahí el poder de los medios. En la encuesta Cid-Gallup dos terceras partes de la población opina que Flores Facussé cumplió con sus promesas de campaña. Sin embargo, ese mismo porcentaje fue incapaz de mencionar una sola de las promesas cumplidas.

Aunque la gente afirma que Flores Facussé manejó con transparencia los recursos destinados a los damnificados del Mitch, quien fue Ministra de Finanzas en su gobierno confesó en su última declaración que en 2002 Honduras deberá pagar más de 400 millones de dólares por servicio de la deuda externa para aliviar una deuda que Flores Facussé aumentó en unos 1,300 millones de dólares, que se sumaron a los 4 mil millones que adeudaba el país antes de la tragedia del Mitch.

Algo de lo que hereda Maduro

El Presidente Maduro hereda un país con más deudas y con una pobreza que afecta al 81% de los 6.3 millones de hondureños. De ellos, unos 2.6 millones sobreviven con menos de un dólar al día.

Maduro proyecta privatizar las empresas estatales de energía eléctrica y teléfonos. Informes gubernamentales indican que el Estado pierde 45 millones de dólares al año por el deficiente sistema de recaudación de su compañía de energía, que suministra electricidad a tan sólo 250 mil viviendas.

El ex-Presidente Flores le entregó a Maduro, como su "principal legado" un documento que contiene la Estrategia para la Reducción de la Pobreza, acordada con el FMI, que asegura al país el alivio de unos 960 millones de dólares de su deuda externa en el marco de la Iniciativa para los Países Pobres Altamente Endeudados (HIPC). El Estado hondureño se compromete a reducir la pobreza en un 25% en 15 años. Al decir de los sectores no gubernamentales, el legado que recibió Maduro de su predecesor no es más que un contrato privado entre el FMI y el gobierno, que obligará a éste a aplicar medidas que serán como "un régimen de dietas para un país con anemia".

Batallas en el camino hacia la Presidencia de la República

En su discurso inaugural, Ricardo Maduro aludió a la larga y tortuosa campaña electoral que le permitió llegar a la Presidencia. En 1998 César Castellanos se perfilaba como candidato del Partido Nacional. Pero el simpático y popular alcalde capitalino murió inesperadamente en los días posteriores al Mitch, cuando el helicóptero en el que inspeccionaba los daños que el huracán había ocasionado a tan vulnerable capital se precipitó a tierra. Nunca se dieron claras explicaciones sobre la falla técnica que ocasionó el accidente.

El vacío de liderazgo sólo lo podía ocupar Ricardo Maduro. En los primeros meses que siguieron a la muerte de Castellanos, debió luchar en contra de sus propias dudas ante el ambiente que le creaban sus correligionarios. Una vez vencidas sus dudas, Maduro debió pelear contra "el lado oscuro" de su partido: los corruptos de la administración de Callejas, y los políticos de oficio de un partido conocido por sus zancadillas y sus turbios movimientos. Y luchó con el éxito que supone haber ganado la candidatura negociando puestos entre sus propios amigos al tiempo que mantenía un discurso político que buscaba remozar la arcaica práctica política del partido de mayor tradición deshonesta en el país. Luchó también la batalla más dura: defender su nacionalidad hondureña ante sus adversarios liberales, que enarbolaron la nacionalidad panameña de Maduro como arma para eliminarlo como contendor político en una arena electoral en la que el partido en el gobierno llevaba todas las de perder. Una vez vencidos tantos escollos, Maduro se alzó con la Presidencia, venciendo la débil y anquilosada figura del candidato del Partido Liberal, el profesor rural Rafael Pineda Ponce.

Promesa y números

Ricardo Maduro ha prometido que aumentará el Producto Interno Bruto de 2.2% a un 3.5% anual, la inversión social de 25% a 50%, el acceso de la población a los servicios de salud y educación del 40% al 95% y el índice de desarrollo humano de 10% a 20%.

Proyecta reducir la tasa de mortalidad de 147 a 73 por cada 100 mil niños nacidos vivos y de 40% a 20% la desnutrición en los menores de cinco años. Su objetivo es que la economía hondureña crezca un 7% al año, algo jamás logrado. La meta es difícil si se considera que Honduras debe pagar en marzo más de 400 millones de dólares acumulados por el servicio de la deuda externa, al vencerse la moratoria de tres años que recibió el país tras la devastación causada por el huracán Mitch. Si el Presidente Maduro pusiera en marcha dispositivos para cumplir al menos en parte estas promesas de gobierno, estaría dando respuestas serias a la problemática de inseguridad ciudadana con mucha mayor eficacia que destinando grandes partidas presupuestarias a respuestas represivas y militares.

Clamor por la austeridad

El gobierno tendrá que comenzar por casa dando ejemplo de austeridad. En este objetivo se inscriben las medidas adoptadas por Maduro a tan sólo una semana de sentarse en la silla presidencial. El anuncio de disminuir gastos ordinarios en el funcionamiento del Estado, acompañado de la decisión de vender todos los vehículos de la Casa Presidencial y del acuerdo que establece que cada Ministro y funcionario de confianza usará su propio vehículo y no los del Estado, fueron vistos con muy buenos ojos en un país donde los funcionarios públicos entienden el Estado como un colosal botín a repartir.

Fisuras en el bipartidismo: el voto cruzado

Las elecciones que llevaron a la Presidencia a Ricardo Maduro tuvieron sus novedades y marcaron distancias con las cinco anteriores elecciones celebradas para elegir autoridades nacionales.

Aunque los electores dieron un voto mayoritario a los candidatos de los dos partidos tradicionales, Liberal y Nacional, cruzaron el voto en la elección de diputados. Por primera vez en la historia política del país, el Congreso Nacional no contará con una mayoría de diputados que se imponga sobre los de otros partidos para aprobar leyes. Con la elección de 12 diputados de los tres partidos pequeños se elimina por primera vez la aplanadora legislativa.

De los 128 diputados que conforman el Congreso, el Partido Nacional alcanzó 61 y el Liberal 55. Unificación Democrática (UD) obtuvo 5 diputados, 4 el Demócrata Cristiano (DC) y 3 el Partido de Innovación y Unidad (PINU). Así, aunque las elecciones ratificaron el tradicional bipartidismo hondureño, se abrieron fisuras que podrían definir nuevos rumbos en la política hondureña.

El mayor abstencionismo de la historia

Los políticos presagiaban una arrolladora y masiva votación de la ciudadanía, quizás alentados por el reducidísimo abstencionismo que observaron en las elecciones nicaragüenses. No obstante, al menos uno de cada tres electores no acudió a las urnas, lo que significó el mayor abstencionismo en la historia de las elecciones hondureñas. El triunfo de Maduro no puede considerarse contundente porque el Partido Liberal logró quedarse con una mayoría de alcaldías municipales, y porque al final de cuentas el partido ganador tendrá que hacer componendas y buscar negociaciones para sacar adelante sus propuestas.

Los electores hondureños expresaron una advertencia a los políticos del país: o cambian su manera de hacer política y, sobre todo, su forma de cumplir con sus obligaciones como funcionarios electos por el voto popular, o su credibilidad experimentará el creciente rechazo de la ciudadanía.

Con el abstencionismo y con el voto cruzado, un sector significativo de la sociedad hondureña expresó cosas fundamentales para la vida política del país: se tiene menos confianza que hace veinte años y que hace diez años en los partidos políticos tradicionales, aunque se les siga confiando la Presidencia. Se les tiene mucho menos confianza a los diputados de los partidos tradicionales, por sus prácticas corruptas, por su distancia enorme de los departamentos y de los municipios y por usar los puestos públicos para su propio enriquecimiento y para proteger sus sucios negocios.

Un Congreso nuevo: búsqueda de consensos

Con la composición diversa del Congreso Nacional, existe una nueva oportunidad para lograr un equilibrio dinámico en la actividad legislativa. A no ser que los diputados de los dos partidos tradicionales terminen haciéndose un solo nudo para defender sus intereses -lo que sería fatal para su propio y próximo futuro- ningún partido tiene solo la mayoría calificada que se requiere para las decisiones más importantes, ni tampoco tiene la mayoría absoluta de la mitad más uno de los votos del Congreso.

Esto obliga a los diputados al debate y a la búsqueda del consenso, actitudes muy novedosas en un Congreso acostumbrado a la mano levantada de los diputados del partido en el poder. El Congreso podría ser escuela de formación política democrática con la escucha y la aceptación de intereses distintos.

Es una oportunidad que la historia ha abierto: buscar consensos nacionales, abrirse a la opinión y a la palabra de los contrarios.

Hilos muy frágiles

Pero la oportunidad pende de hilos demasiado frágiles. Sobre todo, porque quienes se sientan ahora en las sillas del Congreso Nacional son mayoritariamente los mismos personajes que se han sentado en esas mismas sillas a lo largo de veinte infecundos años de politiquería.

Por eso, los primeros fogonazos de inconsistencia política no se han hecho esperar. En una de sus primerísimas sesiones, el nuevo Congreso Nacional debía elegir a los quince magistrados a la Corte Suprema de Justicia de una lista de 45 candidatos presentados por una Junta Nominadora creada meses atrás en una de las últimas reformas introducidas en la Constitución por el Congreso anterior.

El Congreso hizo gala de la habitual aplanadora, con la unión de diputados nacionales y liberales, que aceptaron a ojos cerrados la impugnación que un oscuro sujeto interpuso como zancadilla tratando de evitar la elección de una Corte Suprema de Justicia que, por primera vez en la historia del país, iba a dejar de ser correa de transmisión que asegurara impunidad a los dirigentes y funcionarios públicos de los dos partidos políticos tradicionales. Aunque la Corte fue por fin electa, la señal fue deplorable.

Tocar las raíces de la inseguridad ciudadana

Varios son los desafíos políticos del nuevo gobierno. Maduro ha puesto al país en estado de persecución a la delincuencia callejera. Sin embargo, en el primer día de despliegue militar y policíaco, en San Pedro Sula los delincuentes se robaron nueve vehículos, y en El Progreso los jóvenes de las maras organizaron una campaña de disparos para desafiar el operativo militar.

Aunque la tempranera campaña de Maduro ha recibido la aprobación general, ninguna respuesta violenta podrá tocar el fondo de las raíces generadoras de la violencia delincuencial. Por ello, Maduro está obligado a dar nuevas y contundentes respuestas a la problemática de la inseguridad ciudadana convenciendo a los diputados para que aprueben fondos para áreas sociales e institucionales estratégicas. Aún así, una respuesta seria a la inseguridad ciudadana tomará mucho tiempo.

Maduro necesita atender otras promesas electorales. Planea sobre el país el beneficio de la duda, al menos en los primeros cien días. Mientras no se den respuestas realistas al desempleo y se reforme y consolide un sistema de justicia que garantice procesos judiciales exitosos contra los funcionarios corruptos, difícilmente se podrá hablar de la erradicación de la inseguridad ciudadana.

Nueva Corte Suprema: formidable paso

Un paso en firme se dio con la elección de la nueva Corte Suprema de Justicia, a pesar de la inicial y feroz resistencia del aparato bipartidista. Por primera vez, los quince Magistrados son representativos y brindan al país aires esperanzadores. Nueve de los quince son mujeres, varias de ellas vinculadas a luchas políticas, sociales y jurídicas con enfoque de género. Se ha dado así un formidable paso en la democratización e institucionalización de la Justicia.

Las respuestas a la demanda de seguridad ciudadana deben darse desde diversos ángulos y con respuestas concertadas. Una respuesta militar que no esté acompañada de una respuesta social y económica y de una respuesta política y jurídica, difícilmente podrá tener éxito. Al contrario, una salida rápida podría fortalecer los sectores más duros de la derecha del país. Y estaríamos avanzando hacia la constitución de un estado gendarme de los intereses del gran capital, en sintonía con la lógica que busca imponer en todo el mundo el gobierno Bush: perseguir sin piedad a un terrorismo, muchas veces sin rostro, olvidándose de que las verdaderas causas del terrorismo se encuentran enquistadas en las estructuras del Estado y a menudo en las mismas instancias y funcionarios que planifican acciones y estrategias contra esos terroristas sin rostro.

Redefinir el concepto de reconstrucción

Flores Facussé causó un daño estratégico al país al instalar un concepto de reconstrucción circunscrito a la realización de obras de infraestructura material basadas en la ayuda internacional, magnificadas a través de una voz e imagen paternalistas que llenaba los medios de comunicación.

La reconstrucción del país está inconclusa, es aún una tarea pendiente. Flores Facussé impulsó proyectos de reconstrucción de carreteras y puentes e impulsó el apoyo a la reconstrucción de la economía dañada en los sectores vinculados al capital agroindustrial. Fue una reconstrucción concebida como restitución de lo destruido tras un fenómeno natural, pero sólo para fortalecer las bases anteriores del país, sometido históricamente al control del sector empresarial vinculado al capital internacional. Flores Facussé reconstruyó así un país abierto al gran capital, con una economía en crecimiento sólo para el sector financiero, el capital agroexportador y la maquila. Reconstruyó las bases de la injusta distribución de las riquezas y de la exclusión.

Maduro tiene ahora por delante el desafío de redefinir la reconstrucción involucrando a la ciudadanía en la búsqueda de respuestas de largo plazo. Y sobre todo, el desafío de abordar la reconstrucción no sólo desde la infraestructura y desde el gran capital, sino desde la vulnerabilidad ambiental, económica, social y política en la que está asentada la sociedad hondureña. No se trata de reconstruir el país que había antes del Mitch. Se trata de hacer un país distinto, sin desastres sociales y más capaz de defenderse de los desastres naturales.

Redefinir relaciones con nuestros vecinos

Las relaciones entre los países centroamericanos, especialmente entre Honduras, El Salvador y Nicaragua, se han visto últimamente afectadas seriamente por problemas limítrofes, provocados por intereses económicos y por el estado de las relaciones de cada uno y de todos con el gobierno de los Estados Unidos. Los problemas históricos generados por la pobreza han sido sustituidos por conflictos entre vecinos, capaces de desencadenar conflictos militares. La asunción de nuevos gobiernos en Nicaragua y en Honduras abre posibilidades de diálogo y de búsqueda de alternativas que beneficien a ambos países.

Se habla de los intereses de poderes extraños a Centroamérica que buscan atizar conflictos fronterizos despertando antiguas divergencias con el fin de asegurar que estos poderes se relacionen con cada uno de los países de forma exclusivamente bilateral, un objetivo que atenta contra la integración centroamericana, fundada en los intereses comunes de los países centroamericanos y en los intereses de sus sociedades.

Redefinir las relaciones entre nuestros países desde una agenda que aborde problemas limítrofes, comerciales, culturales y políticos y que involucre no sólo a las élites políticas y gobernantes, sino a los sectores de la sociedad civil de cada uno de los países, es hoy un enorme desafío.

Dibujar un nuevo mapa político

El mapa político hondureño lo define y controla el tradicionalismo político, expresado en el bipartidismo. Con los resultados electorales se abrió una brecha en el muro del sistema, que parecía inexpugnable. Doce diputados no liberales ni nacionalistas expresan ahora que el mundo político hondureño no puede ser eternamente bipartidista. Sin embargo, nadie puede asegurar todavía que la sola presencia de diputados de otros colores políticos signifique una ruptura con el tradicionalismo político, factor de desmovilización de los sectores populares hondureños, y realidad que oculta y expresa el modelo de dominación que prevalece en la sociedad hondureña.

En Honduras todo pasa por la política bipartidista. Desde la educación hasta muchas de las expresiones religiosas. Algo ha comenzado a cambiar con ese 16% del electorado, de los sectores medios urbanos, que cruzó su voto para desafiar el bipartidismo. Los sectores campesinos, especialmente los de los departamentos más deprimidos del país, mantuvieron intacta su fidelidad a las banderas azules y coloradas de nacionales y liberales. Son los sectores más pobres del campo, y dentro de ellos los que tienen menos acceso a la educación, la salud y la asistencia del Estado, quienes se mantienen más aferrados a las tradiciones políticas. La movilidad, la educación, la vinculación a un trabajo estable y a las nuevas problemáticas urbanas y salariales -y por esto, la maquila- son factores que están contribuyendo a trastocar el mapa político bipartidista.

Reformar el Congreso, reducir la inmunidad

Mientras existan los actuales instrumentos jurídicos que regulan la participación política de la sociedad, y mientras no se realicen reformas dentro del Congreso Nacional es impensable dibujar un nuevo mapa político. Existe el compromiso de campaña de Ricardo Maduro de redefinir y reducir la inmunidad a los funcionarios públicos. Cumplir con este objetivo significaría tocar de frente al sistema de impunidad en el país. Muchos políticos aspiran, luchan y compran una silla en el Congreso Nacional porque con la silla logran una inmunidad que protege sus oscuros y subterráneos negocios. El Congreso es trampolín que convierte en funcionarios públicos a quienes se enriquecen ilícitamente.

Reformar el sistema electoral

Es una necesidad absoluta reformar el sistema político. Reformar el Tribunal Nacional de Elecciones (TNE) y reformar la misma campaña política electoral. El Comisionado Nacional para la Defensa de los Derechos Humanos ha sido quien más claramente ha formulado esta urgencia, convirtiéndola en una propuesta nacional. "Es imperativo -dice el Comisionado- aumentar la legitimidad y efectividad del sistema político ante un pueblo duramente golpeado por la situación socioeconómica del país y los desastres naturales".

El Comisionado cuestiona al TNE en su propia estructura. Desde su raíz, el Tribunal está sometido a las directrices y arbitrariedades del partido en el poder, siendo en realidad una plataforma más de lucha y campaña de los partidos políticos. El partido en el gobierno tiene siempre mayor capacidad de maniobra, manipulación y ventaja en esa plataforma por contar con dos representantes en el TNE.

La actual Ley Electoral de Organizaciones Políticas está elaborada para perpetuar el bipartidismo, impide la representatividad, amarra a los candidatos a corrientes y partidos políticos ya existentes y limita el derecho individual de aspirar a cargos de elección popular. El Comisionado ha criticado también la duración de las campañas políticas, por el alto gasto que ocasionan a un país tan pobre, por el atraso que causan en las funciones públicas, por el debilitamiento prematuro del Ejecutivo que originan al desplazar el poder hacia el candidato y por desviar recursos de empleados y funcionarios públicos para la campaña electoral.

Inventar nuevas formas de hacer política

Para la sociedad hondureña participar en política se asocia a zancadillas, chantajes y abusos de poder. La política se vincula a lo sucio, lo podrido, la mentira y el robo. Las formas de hacer política y la realidad de miseria de la mayoría de la población se combinan en una mezcla deprimente, y a la larga explosiva. La miseria se convierte en trampolín para los políticos y la política se convierte en fábrica de mayor miseria. El bipartidismo ha paralizado a la gente y la ha movido en dirección opuesta a sus problemas y necesidades.

Honduras necesita una política que no sea sólo partidista ni se agote en el bipartidismo tradicional. La sociedad hondureña ha dado pasos en estas dos direcciones, especialmente a raíz de la tragedia del Mitch. Muchas de las iniciativas de respuesta a la población damnificada no provinieron del sistema político y partidario. La tragedia del Mitch movilizó a muchos sectores a organizarse desde las regiones y las comunidades y las estructuras de los partidos quedaron superadas por las urgencias. Los foros ciudadanos, las convergencias, los comités de representantes de sectores rurales, etc. son algunas expresiones de las iniciativas de la sociedad, con notable incidencia en la política hondureña.

Abrirse a estas iniciativas, vincular las diversas regiones del país, y descubrir que las propuestas de verdadera transformación superan la capacidad e iniciativa de los partidos son pasos que hay que dar para inventar una nueva política.

Invertir en formación de líderes opositores

Nuevas formas de hacer política difícilmente podrán cuajar si no se invierte seria y permanentemente en la formación de los sectores sociales populares y de sus líderes. Se necesita una formación a todos los niveles, formal e informal.

Durante mucho tiempo los organismos no gubernamentales y los organismos donantes han invertido recursos en programas y proyectos de desarrollo, mientras la inversión en formación humana, política, ética y social ha sido mínima. La formación de los campesinos o de los dirigentes de barrios y de organizaciones comunales se ha limitado fundamentalmente a capacitarlos para objetivos inmediatos y técnicos limitados a un determinado proyecto. Se ha descuidado la formación integral, de largo plazo y permanente.

Si se busca promover un proyecto agrícola, se forma a los dirigentes y a la gente beneficiaria para que conozca y se apropie de las técnicas agrícolas. Si se trata de un proyecto de derechos humanos, se forma a la gente en ese campo específico, sin ahondar en otros aspectos de la persona. Esta formación utilitaria ha logrado quizás sus objetivos específicos. Pero al dejar vulnerables otras áreas de la persona ha contribuido a fortalecer liderazgos machistas y excluyentes, verticales, que reproducen localmente los vicios tradicionales de la política nacional.

El país necesita agentes de cambio, opositores al sistema de dominación y exclusión, personas que puedan dar respuestas integrales a los problemas del país, y que no sólo respondan puntualmente a una situación específica. Para dibujar un nuevo mapa político en Honduras, con nuevas formas de hacer y vivir la política, no necesitamos liderazgos de coyuntura ni activistas populares ni promotores de talleres de formación los fines de semana. Necesitamos gente con conciencia de género y formación humana, social, política, ética y ambiental. De esos opositores saldrán propuestas políticas originales y encarnadas en la realidad de los más pobres. Y eso empezará a madurar a Honduras.

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