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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 214 | Enero 2000

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México

Universidad: resistencia contra la violencia neoliberal

El movimiento estudiantil lucha por la gratuidad de la educación, porque los pobres no sean despojados de las posibilidades de estudiar, porque el estudio siga siendo un derecho y no una mercancía. El desafío central es si el conocimiento se someterá o no al capital. Desde la Universidad ha surgido el más grande y significativo movimiento contra el modelo neoliberal en México. Por eso, la represión oficial.

Jorge Alonso

La rebelión cívica en contra la Organización Mundial del Comercio en Seattle a finales de 1999 y el levantamiento cívico de los indígenas de Ecuador en enero del año 2000 son dos muestras del descontento generalizado en contra de las medidas empobrecedoras del modelo económico neoliberal. El movimiento estudiantil de México, que durante casi 10 meses paralizó la Universidad más grande de América Latina -270 mil estudiantes y 70 mil profesores- se integra en estas exitosas luchas de resistencia.

De visita en Suiza, el Presidente de México, Ernesto Zedillo, mostró su odio y su desprecio a los que se oponen al neoliberalismo, a quienes llamó "globalofóbicos". Al regresar a México, ordenó la represión en la Universidad y encarceló a un millar de globalofóbicos. Acabar con todos ellos significaría emprenderla contra más de un 60% de mexicanos y mexicanas a quienes la política económica que él defiende ha empobrecido hasta el límite y que empiezan a resisitr.


Un sistema sin brújula

Es necesario resumir la secuencia que llevó a que la violencia neoliberal se desatara contra el movimiento estudiantil de la UNAM. El CGH (Consejo General de Huelga) había argumentado, una y otra vez durante los meses de huelga, que la huelga buscaba resolver las demandas estudiantiles y que las autoridades universitarias simulaban aceptar el diálogo cuando lo que pretendían era mantener el proyecto neoliberal.

El día 2 de octubre, fecha de protestas populares por la represión que sufrió el movimiento estudiantil en 1968, fue celebrado especialmente. Más de 20 mil personas desfilaron hacia el centro de la ciudad de México el 2 de octubre de 1999. La vieja consigna de "Dos de octubre no se olvida" hecha realidad. En 1968 la sociedad había crecido y le quedaba pequeño el autoritarismo estatal. En 1999 el sistema está sin brújula y el movimiento estudiantil es una señal de esperanza. En octubre ya era claro que el gobierno apostaba al desgaste y a hacer aparecer a los paristas -así se llama a los huelguistas porque "pararon" la universidad- como los responsables de que no hubiera diálogo.

Para entonces, crecían los señalamientos en torno a que los huelguistas ultra-radicales impedían una solución. Otros hacían ver que también actuaban "ultras" entre las autoridades, empeñadas en manifestar insensibilidad e inflexibilidad. Entre los paristas parecía haber provocadores infiltrados, pagados por el PRI. Sin embargo, el núcleo del problema no era una disputa entre duros y moderados de ambos bandos, sino la disputa sobre quién debe controlar el conocimiento, fuente de poder y de riqueza. El movimiento estudiantil luchaba por la gratuidad de la educación, porque los pobres no fueran despojados de las posibilidades de estudiar, porque el estudio siguiera siendo un derecho y no se convirtiera en una mercancía más que se compra y se vende. En la otra acera, la cúpula empresarial quería poner la educación a su servicio según sus inmediatas necesidades en la disputa por los mercados. El problema central era si el conocimiento se somete o no al capital. Los poderosos querían una apropiación de conocimientos con abrogación de derechos. Y los más conservadores presionaban continuamente por una salida violenta.



Universitaria: una Babel

Paralelamente a estas discusiones, en el seno del CGH se empezó a producir un proceso de descomposición. Los más radicales no aceptaban a quienes proponían otros puntos de vista. Los principales dirigentes se cerraban y expulsaban a los disidentes internos. El PRI acusaba ante la sociedad al PRD de ser el responsable del movimiento y los infiltrados priístas en el CGH lograban que se desprestigiara al PRD. Los duros del movimiento estudiantil acusaban al PRD de hacer arreglos con las autoridades universitarias y federales para levantar la huelga. El partido de Estado utilizaba el conflicto para restar votos al perredismo.

Cuando la huelga cumplió seis meses los analistas hablaban de una "babel universitaria". El conflicto se volvía cada día más confuso. Las autoridades esperaban y alentaban acciones que propiciaran que la fuerza pública recuperara las instalaciones. No querían el diálogo. Los paristas se radicalizaban. El movimiento estaba provocando malestar no sólo entre los académicos sino también entre la población. La intolerancia de los paristas se alimentaba del autoritarismo de
rectoría. Se temía que el gobierno apostara a un escenario de conflicto de gran magnitud para sacar provecho del voto del miedo.


Iracundos y sin proyecto

Los análisis destacaban que se trataba de un movimiento atípico. Tenía una fuerte dosis de radicalismo. Había desconfianza hacia los medios masivos de comunicación y hacia los dirigentes tradicionales. Por eso se nombraban comisiones amplias y muy pesadas. El sistema y los partidos no lograban entender a este movimiento estudiantil. El Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro consideró que el movimiento atravesaba por un período de crisis y lanzó la pregunta de a quién beneficiaba el conflicto. El gobierno lo prolongaba y lo estaba administrando para utilizarlo en el escenario electoral. Los académicos preguntaban también por qué el rector se empecinaba en el conflicto, sabiendo que las demandas de los estudiantes eran atendibles.

El tiempo estuvo siempre en contra del CGH. La prolongación del conflicto hacía prevalecer por momentos entre los paristas un ánimo iracundo y sin proyecto. La desesperación fue haciendo que los paristas visualizaran la huelga no como un medio hacia un fin, sino como un fin en sí mismo.

El movimiento se nutrió de otros movimientos populares que fortalecían en él sus propias organizaciones. Con los paristas han participado militantes de tiempo completo de organizaciones del movimiento urbano popular, cuya táctica era discutir hasta el cansancio. Así se llegaba a acuerdos cuando muchos participantes ya se habían ido y sólquedaban los cuadros profesionales. Y así, el rumbo del movimiento estudiantil lo decidían a veces un puñado de activistas universitarios y una mayoría de militantes de un movimiento popular radicalizado. Las autoridades universitarias insistían en que los universitarios se deslindaran de grupos ajenos a la UNAM.


El mayor movimiento anti-neoliberal

El 10 de noviembre, el rector volvió a exigir que la fuerza pública desalojara las instalaciones universitarias. Después, y ya resuelta la candidatura del PRI a la Presidencia de la República, el Presidente Zedillo le pidió al rector su renuncia. En ese momento, el CGH consideró que esto representaba un triunfo del movimiento, aunque aclaró que con ello no se resolvía lo central de sus demandas.

Zedillo colocó al frente de la UNAM a quien en el gabinete gubernamental tenía la cartera de Salud. Aunque se guardaron las formas, quedó en entredicho la autonomía universitaria. Por su parte, la Secretaría de Hacienda hizo saber a los diputados que no habría más dinero para educación. El PRD denunció el hecho de que buena parte del presupuesto nacional estuviera destinado al rescate de bancos en quiebra.

Pablo González Casanova, agudo investigador social con opción por los pobres, y quien fuera rector de la UNAM, señaló que la universidad se encontraba sumida en una crisis más grave que la padecida en 1968. No obstante, veía posibilidades de encontrar alternativas, no sólo para la universidad sino para todo el país, si se iba más allá de actitudes puramente contestatarias. Hizo ver que después de más de siete meses de huelga el movimiento estudiantil se había convertido en el más grande y significativo movimiento en contra del neoliberalismo y sus prácticas de empobrecimiento y exclusión.

Después de muchos estiras y aflojas, el 10 de diciembre la rectoría y el CGH pactaron cuatro puntos para iniciar el diálogo, como única vía para solucionar el conflicto. En la agenda del diálogo se incluyeron los seis puntos del pliego petitorio de los paristas. Y se determinó que al llegar a acuerdos se levantaría la huelga.


Diálogo: proceso lento y tortuoso

Lo lento y tortuoso que comenzó a resultar el proceso de diálogo provocaba que cada vez más estudiantes expresaran su deseo de regresar a clases. Después de que a principios de enero los representantes del CGH empantanaron la mesa del diálogo para alargar formalmente las discusiones, rectoría anunció públicamente, entre otras cosas, que retiraría las sanciones en contra de paristas, que suspendería el Reglamento General de Pagos y que llamaría a un congreso democrático y resolutivo una vez levantada la huelga. El Consejo Universitario aprobó la propuesta. Los huelguistas moderados consideraron que se correspondía con los planteamientos que habían venido haciendo desde hacía semanas. El sindicato de la Universidad avaló también la propuesta. Pero el CGH se opuso aduciendo que mutilaba el pliego petitorio.

De nuevo, un impasse. Pablo González Casanova tomó de nuevo la palabra para señalar que era explicable que las generaciones jóvenes fueran desconfiadas. Tenían razones. Un ejemplo lo encontraban en los Acuerdos de San Andrés entre los zapatistas y el gobierno, que el gobierno no ha cumplido. Sin embargo, Gónzalez Casanova defendió que lo propuesto por el rector iba en el sentido del diálogo.

El CGH mantuvo el rechazo a la propuesta del rector y éste anunció que llevaría su propuesta a un plebiscito. Los paristas respondieron con la realización de su propia consulta. Ambos sondeos fueron realizados. Pero el CGH no aceptó el plebiscito promovido por rectoría, y lo declaró un fraude. Los moderados plantearon hacer asambleas escuela por escuela para decidir la devolución de las instalaciones y dar el siguiente paso: organizar su participación en el congreso universitario prometido por el rector. La mayoría de las escuelas se fue manifestando por devolver las instalaciones. El 26 de enero algunas comenzaron a hacerlo. Rectoría llamó a la policía federal para impedir que los que proseguían con la huelga las recuperaran.


Reflejo de una tragedia

Significativo fue el hecho de que el 28 de enero, en lugar de enfrentamientos entre estudiantes paristas y no paristas, hubo un acercamiento entre ellos. Acordaron rechazar el uso de la violencia y oponerse a la participación de la fuerza pública por ir en contra de la autonomía. Establecieron acuerdos para realizar foros y reuniones donde discutir si levantaban o no el paro. En los espacios entregados se pudo constatar vandalismo y destrucción del patrimonio universitario, lo que contribuyó a restar prestigio al movimiento.

El economista Juan Castaingts consideró que lo que estaba sucediendo en la UNAM era el reflejo de una tragedia. El sistema educativo padece graves deficiencias, las autoridades son incompetentes, la educación revela lo que sucede en los hogares, donde los ingresos son muy bajos. El proceso de exclusión social, iniciado ya con los regímenes populistas, se ha acentuado con los neoliberales. La riqueza se queda en pocas manos, mientras el grueso de la población es excluida y se siente agredida. La juventud es la más perjudicada y por eso -decía- no es de extrañar que adopte actitudes tipo lumpen. En enero, el CGH llegó al extremo de sus capacidades de interlocución en el conflicto y el movimiento estaba a expensas de muchas manos provocadoras.

Cultura de la derrota

A fines de enero, la cerrazón de los paristas para aceptar las victorias conseguidas era un signo de esa "cultura de la derrota" que hoy padece la juventud que lucha. Los últimos análisis antes de la violencia oficial llamaban la atención sobre la existencia de una derecha universitaria, entre la que había que contar a las "mujeres de blanco", dirigidas por la esposa del candidato del PRI a la presidencia, que pretendían confrontaciones violentas entre los estudiantes y empujaban a una solución de fuerza. También criticaban la actitud del CGH, buscando mártires estudiantiles y no queriendo reconocer lo logrado. Luis Villoro convocaba a restaurar la comunidad, subrayando que la universidad es una comunidad de profesores y alumnos.

El 27 de enero, Pablo González Casanova instaba a responder a la pregunta de a quién servía el conflicto y su absurda prolongación. Hizo memoria: el conflicto universitario había emergido al mismo tiempo que la presión por la venta de la empresa estatal de electricidad y cuando crecían los preparativos para la privatización del sector petróleo. La huelga había surgido cuando crecían las tendencias a aumentar la desigualdad. Recordó que el proyecto privatizador quiere que la educación pública prepare trabajadores para las maquilas, quitando a la educación la prioridad que tiene.

Reconociendo los logros ya conseguidos por el movimiento estudiantil, señalaba que obstinarse en dejar cerrada la universidad servía a las instancias privatizadoras de la educación y a los promotores de una educación elitista y excluyente. Calificó la prolongación del conflicto de absurda, cuando lo que se requería era la construcción de consensos a través del diálogo.


Se desata la violencia

El 31 de enero, un abogado que había sido profesor universitario encabezó una agresión de grupos armados en contra de estudiantes paristas de la Facultad de Derecho. Rotas las barricadas, los provocadores se retiraron esperando que hubiera un enfrentamiento entre paristas y antiparistas. Pero los paristas remontaron la provocación y dialogaron. Como esa táctica, ideada por el gobierno, no prosperó, se dio un paso más en la represión. El rector envió a un grupo de policía interna de la universidad a golpear a estudiantes de Preparatoria. Estos se defendieron a pedradas y con palos. Se quiso entonces involucrar a la policía de la ciudad de México para que la sangre cayera sobre el gobierno del PRD, pero la jefa de gobierno de la capital se negó, aduciendo que las instalaciones universitarias eran competencia federal. Entonces, la Secretaría de Gobernación mandó a las instalaciones a una policía creada cuando el actual candidato priísta, Labastida, estaba al frente de esa Secretaría. Esta policía se estrenó golpeando estudiantes. 248 integrantes del movimiento estudiantil cayeron presos.

A partir de ese momento, el CGH añadió a los seis puntos de su pliego de demandas la exigencia de la liberación de sus compañeros, consignados con cargos graves como el de terrorismo. Los paristas advirtieron que si eran desalojados por la fuerza seguirían el movimiento "desde el exilio", y convocaron a las autoridades a reanudar el diálogo y a cumplir los acuerdos del 10 de diciembre.

El poder dio entonces otra vuelta de tuerca. Grandes empresarios -muchos de ellos implicados en el escándalo del FOBAPROA- y miembros de la jerarquía eclesiástica sacaron un desplegado en la prensa en el que exigían al gobierno que aplicara la fuerza en la UNAM. Entre los firmantes estaban también los dueños de Televisa y de Televisión Azteca, medios de comunicación que si hasta entonces habían manipulado las noticias en contra del movimiento, a partir de este momento abandonaron cualquier simulación de imparcialidad para ponerse al servicio de la represión.


Estrategia perversa

El PRD declaró que la liberación de los estudiantes era una condición indispensable para la distensión, y denunció que existía una estrategia perversa: el gobierno administraba el conflicto para descalificar a las autoridades de la ciudad de México. Con la prolongación del conflicto pretendía que el PRI sacara ventajas del voto del miedo, como en 1994.

El 3 de febrero, pensando que con la represión el movimiento estaría acabado, el rector lanzó un ultimátum a los paristas para que "dialogaran" sobre la devolución de las instalaciones, a la vez que acusaba al gobierno perredista de la violencia en Preparatoria. Pablo González Casanova, Luis Villoro, Alfredro López Austin (dos de los eméritos), Rodríguez Araujo (profesor universitario), Sergio Zermeño (quien había hecho un profundo estudio del movimiento estudiantil de 1968) y Miguel Concha (religioso dominico y profesor universitario) firmaron una carta en la que advirtieron que el uso de la fuerza pública para la solución de los problemas universitarios tendría un impacto desestabilizador de incalculables consecuencias en la vida nacional. Exigían la liberacióninmediata de todos los presos universitarios y una negociación definitiva para un levantamiento digno de la huelga.

El Presidente Zedillo fue quien decidió el operativo de fuerza. Pero antes quiso aparentar que las autoridades universitarias estaban por el diálogo mientras los estudiantes eran los culpables de la salida violenta. Sin embargo, el encargado de la Comisión Nacional de Derechos Humanos, de su círculo de poder, develó el plan represivo al declarar que no se había llegado a nada, cuando todavía rectoría y paristas estaban dialogando. Se reveló así que la rectoría sólo había escenificado un teatro de diálogo.


Embestida policial

El sábado 5 de febrero, 12 mil manifestantes exigieron la libertad de los presos y la renuncia del rector. En la madrugada del domingo 6 de febrero, mientras terminaba una de las maratónicas asambleas y los paristas decidían seguir dialogando con las autoridades, 2 mil 600 policías federales entraron a las instalaciones universitarias y los echaron presos a todos.

Los grandes empresarios, el PRI, y la derecha fascista aplaudió a rabiar. El Cardenal de Guadalajara exigió que se castigara a los agitadores, de los que dijo tenían nexos con los zapatistas de Chiapas y con la "izquierda internacional". La iniciativa privada, no contenta con la embestida policial, presionó porque el gobierno persiguiera también a las organizaciones sociales que habían apoyado a los huelguistas. Justificaban la represión en la imposibilidad del diálogo.

Como en su tiempo el Presidente represor Díaz Ordaz, Zedillo se jactó de ser responsable de la represión. El mismo domingo se organizaron muchas marchas donde cientos de personas demandaban la libertad de los centenares de paristas detenidos. Los estudiantes de la UNAM responsabilizaron de la agresión al candidato del PRI a la Presidencia, al Presidente Zedillo, al Secretario de Gobernación, al Procurador General de la República y al Rector de la UNAM.

El recuento inmediato fue: 745 miembros del CGH encarcelados el 6 de febrero, que se sumaban a los 251 detenidos cinco días antes. Como faltaban 300 órdenes de aprehensión, se llegaría así a la cifra de 1,200 detenidos. Pocas horas después fueron soltados 138 (20 por no tener que ver con el movimiento, 37 trabajadores de la universidad y 75 menores de edad). El 8 de febrero seguían presos 175 mayores y 75 menores detenidos el 1 de febrero más otros 605 detenidos el 6. Las acusaciones eran de las más graves: terrorismo, asociación para delinquir, motín, etc.

El CGH lanzó varios mensajes a los pueblos del mundo, a los universitarios del mundo, a las organizaciones no gubernamentales, a la sociedad civil, a obreros, campesinos e indígenas, a todas las mujeres que luchan contra todo tipo de opresión, a todo ser humano "que conserve un corazón para abrazar a sus hermanos". Anunció que no se rendiría y que seguiría la lucha "en el exilio". "Díganle a todo el pueblo que estamos defendiendo la educación de sus hijos", decían. Anunció también el CGH que no intercambiaría demandas por presos.


Superar intransigencias

El lunes 7, Luis Villoro tituló su análisis "Días de luto". El gobierno había agravado el conflicto. La herida abierta se profundizaba. Habría brotes de descontento por todo el país, pues los agravios del poder eran múltiples. Recordó que todas las propuestas para resolver el conflicto tenían que haber garantizado que ningún estudiante fuera perseguido por su participación en la huelga. La mayoría de los detenidos seguían en huelga por convicción personal y por lo que creían justo y había que distinguirlos de los provocadores.

Por otra parte, enfatizó que la intransigencia en el ideal podía conducir a destruirlo. Recordó que el CGH había tenido muchas oportunidades de salir del conflicto con dignidad y sin sentirse derrotado, pero que todas las había rechazado. La lección era dura. Un movimiento, por justo que pudiera ser, no debía tratar de imponerse a los demás desde un grupo cerrado ni debía excluir a todos sus posibles aliados. Mantener un ideal con intransigencia, sin ninguna conexión con la realidad, no conducía al heroísmo sino a la desesperación inútil. Llamó a evitar continuar con el enfrentamiento estéril, a restaurar la comunidad dañada y a saber escuchar al otro. En lugar de la imposición, hacer uso de la argumentación; en vez del grito, el diálogo; sobre el antagonismo, el consenso. El lugar para todo esto era el futuro congreso universitario, donde se tendría que reformar la universidad. Otros hacían ver que no se podía ir a ningún congreso con estudiantes presos.


Sólo ganaban tiempo

Muchos profesores y estudiantes que se habían alejado del CGH repudiaron la represión e hicieron causa común con los paristas. En otro análisis, Gilly pronosticó que el pueblo defendería a los suyos. La represión había desnudado el juego del gobierno y de rectoría. Nunca habían pensado en ceder lo medular, sólo habían ido ganando tiempo para desarticular al movimiento, y como en los acuerdos de San Andrés, no tenían intención de cumplir con lo pactado. La táctica había sido aparentar negociar para al final golpear. Cuando el movimiento no le había creído al gobierno, cuando dijo que ambos rectores mentían, tuvo razón. El plebiscito del rector había sido sólo para darle un voto de confianza y con este aval usar el garrote policial. Las autoridades habían saboteado el diálogo y montado engaños. Gilly precisó que sería un grave error culpar a los llamados "ultras", pues siempre hubo intransigencia y autoritarismo en el gobierno federal. Como en 1968, el Estado había enviado un claro mensaje: no se le podía desafiar.

Dos centenares de estudiantes presos se pusieron en huelga de hambre. Cuando les informaron los cargos por los cuales los tenían encerrados declararon que eran risibles, y le recordaron al gobierno que las luchas del pueblo eran consecuencia de la infame situación política, social y económica en la que vive el país. Se declararon presos de conciencia, presos políticos. Exigieron también la liberación de 70 estudiantes de la normal rural de El Mexe, a los que en esos mismos días la policía federal también había encarcelado porque demandaban el cumplimiento de acuerdos en cuanto a plazas de maestros al terminar sus estudios.


La lucha sigue

La escritora Elena Poniatowska -cronista de la masacre de Tlatelolco de 1968 contra los estudiantes- y Carlos Monsiváis repudiaron la cacería y llamaron la atención sobre las inmensas dificultades que existen para determinar responsabilidades individuales en un movimiento colectivo, al que se le abre causa delictiva. Denunciaron también el intento de convertir el conflicto de la Universidad en un gran espectáculo televisivo.

Con el despliegue de la represión ha quedado claro que el diálogo fue una maniobra montada. Quienes celebraron la terminación de la huelga no se dan cuenta de que el conflicto no sólo no se ha resuelto sino que se ha complicado. Son ahora miles los activistas lastimados, sin la comprensión de los partidos y sin acomodo en la política institucional.

Un hecho no resaltado: cuando la policía entró a la universidad no encontró el arsenal de armas que se decía tenían los estudiantes. Quienes eran acusados de violentos, no mostraron ninguna violencia cuando llegó la policía.

La lucha sigue, mientras los verdaderos delincuentes, los responsables de robos tan enormes en contra de la nación como el realizado a través del FOBAPROA están libres y son los que con más fuerza gritan que debe caer el peso de la ley sobre los estudiantes. Al Presidente lo ovacionaron el poder del dinero y los partidarios de un fascismo que empieza a sacar ya la cara. Zedillo, orgulloso, no capta que su acción ha colmado la cuota para que se le coloque ya en la galería de los villanos patrios.

Una nueva etapa

El CGH sesionó en la UAM Xochimilco el 7 de febrero. Anunció que se mantenía en pie de lucha. Insistió en que había hecho añadidos a su pliego petitorio: libertad de los detenidos, salida inmediata de la policía federal de las instalaciones universitarias, y renuncia del rector por su actitud incongruente y represiva. Recordó que eran las autoridades las que habían cerrado toda posibilidad de diálogo y habían violentado los acuerdos firmados el 10 de diciembre, pensando que al generar un clima de terror acabarían con el movimiento. Pero no lo lograron. El gobierno repetía que los huelguistas eran un puñado de radicalizados, pero ahora proseguirían en la lucha no unos cuantos, sino varios cientos. El poder pensó que había descabezado al movimiento, pero se equivocaba, porque en el CGH no hay líderes, sino una dirigencia colectiva en horizontalidad. Es eso lo que desquicia al gobierno.

El movimiento ha sido duramente golpeado, pero todavía no está derrotado. Grandes sectores del pueblo seguirán enarbolando la demanda de la educación pública y gratuita.

En su visita a Suiza, Zedillo se atrevió a declarar que el movimiento zapatista era "un incidente" en la historia. El Nobel de Literatura, José Saramago, le respondió que, para México, el "incidente" se llamaba Zedillo. Los estudiantes presos retomaron esta disputa verbal y escribieron que el movimiento estudiantil, lejos de ser un incidente, "era la historia".

Y así puede ser. La policía entregó las instalaciones universitarias el 9 de febrero. Pero la decisión de reprimir al movimiento estudiantil no va a olvidarse así nomás. Puede darle un dinamismo de imprevisibles alcances a esta lucha. La represión empeoró el conflicto e hizo sanar heridas internas en el movimiento estudiantil. La represión ha hecho que esta justa lucha popular entre en una nueva etapa.

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