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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 212 | Noviembre 1999

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México

El desastre natural desnuda la catástrofe social

Fue una tragedia anunciada, que rebasó al gobierno. No fue la Naturaleza la responsable. Fue la combinación de pobreza y desorganización. La corrupción de ayer y la más reciente se combinaron para aumentar el desastre. Los damnificados de hoy ya estaban damnificados por una política insensible y por un gobierno ineficiente y corrupto.

Jorge Alonso

El otoño mexicano comenzó devastador. Un sismo en Oaxaca causó destrucción y muerte. Miles de comunidades quedaron incomunicadas. Todavía no se lograba llegar a ellas con ayuda, cuando en el sureste mexicano lluvias torrenciales causaron el desastre más destructor del que se tenga memoria en el país.

Vidas, casas, cosechas

Durante la primera semana de octubre, y tan sólo durante tres días, llovió en varios puntos la cantidad correspondiente a todo un año. El temporal no amainaba, y ya a mediados de octubre se informaba que caería la mitad del volumen de agua que se había abatido en la depresión tropical anterior, que tantos daños había causado. El 27 de octubre crecían las extensiones y los niveles de agua en el territorio tabasqueño inundado.
Los estados de Puebla, Veracruz, Oaxaca, Hidalgo, Tabasco y Chiapas fueron los más afectados. Después, siguieron Guanajuato, Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Las cifras oficiales fueron variando. A mediados del mes de octubre el gobierno reconocía 369 muertos y 340 mil damnificados. Desde el principio la Iglesia católica había dicho que los muertos superaban los 500, que los desaparecidos eran 300 y que medio millón de personas estaban damnificadas. Con los días, las cifras de los daños aumentaban. En la última semana de octubre la cifra oficial de damnificados era de 433 mil y los muertos llegaban a 377. Los caminos dañados sumaban un millar de kilómetros. En 626 albergues se había atendido a 75 mil personas. La Iglesia insistía en que las cifras reales eran superiores a las que aceptaba el gobierno.

Proseguía la lluvia y el desfogue de las presas. Hubo pérdidas de vidas, de casas, de cosechas, de árboles, de red de caminos, de red de agua potable... Muchas comunidades quedaron sin agua potable y sin energía eléctrica. Las casas sin estructura sólida fueron arrasadas por las aguas y las bien cimentadas se llenaron de agua y lodo. Pronto, humanos y animales muertos empezaron a contaminar el ambiente. Grandes extensiones de tierras cultivadas quedaron sepultadas por piedras y escombros. Las pérdidas económicas en ganadería y agricultura han sido cuantiosas. Los edificios escolares sufrieron graves daños: el informe oficial habla de 5 mil 554 planteles dañados. Muchas comunidades estuvieron incomunicadas varias semanas y el desabastecimiento y el inicio de epidemias se sumaron a los males. La devastación ha sido dramática. Hay comunidades deshechas y muchos no podrán volver a vivir en ellas, porque fueron destruidas totalmente. En doloroso contraste, en el norte, 85 municipios estaban afectados por una severa sequía.

Negligencia, imprevisión, robos

Antes de los sismos, las inundaciones y la sequía, 725 de los municipios más dañados ya eran damnificados sociales. El mapa de los desastres coincide con el mapa de la pobreza. El 70% de los municipios siniestrados están ubicados en los niveles de la extrema pobreza, y las más afectadas fueron comunidades indígenas. Ahora, ha quedado quebrantada la infraestructura que posibilitaba un mercado regional y están afectadas las mismas posibilidades de la sustentabilidad. La mayoría de los damnificados se pregunta en qué va a trabajar y cómo podrá sobrevivir.

Un problema angustioso fue la dificultad para llevar ayuda a las comunidades incomunicadas. La solidaridad de la sociedad civil contrastó con la negligencia e ineficiencia de las instituciones públicas y se puso en evidencia que el gobierno carece de organización para enfrentar desastres naturales. No tiene planes eficientes de información ni de evacuación ni de atención a los pobladores. En la mayoría de los casos, existiendo posibilidades de tener información adecuada, la desgracia sobrevino sin aviso. Posteriormente, cuando de manera insuficiente el gobierno empezaba a avisar a la población, ya no era creído. A pesar de que la solidaridad consiguió miles de toneladas de ayuda, la distribución corrió por cuenta del gobierno, lo que propició nuevos agravios. A cada pueblo afectado se le informaba que no se le daba toda la ayuda necesaria porque se estaban atendiendo otros puntos más necesitados. Pero como la red de comunicación informal empezó a funcionar, pronto se hizo evidente que ése era el discurso que repetían los funcionarios en todas partes.

En contraste con la ayuda generosa de la sociedad civil volvió a aparecer la corrupción gubernamental. Además de la tardanza de muchos funcionarios gubernamentales en responder al desastre, también hubo robos de alimentos y alguna gente del gobierno entregó la ayuda condicionada al voto por candidatos del PRI. Otros la vendieron. Hubo también ocultamiento de las ayudas para usarlas con fines partidistas. Esto provocó que fuera escasa y muy politizada la ayuda a los damnificados.
El Presidente Zedillo, que no ha entendido qué es la política social, aprovechó la oportunidad para aparecer como el primer brigadista del país. Un brigadista que ante los reclamos de la gente damnificada respondía con prepotencia y autoritarismo. En el colmo del desplante, llegó a negarse a recibir ayuda internacional. Después corrigió esto y declaró que se necesitaría dinero para la reconstrucción. El Senado intervino para que la ayuda internacional fuera aceptada. Pero a muchas toneladas que llegaron a la frontera se les aplicó el tortuguismo burocrático, dándoles tratamiento no de bienes que se debían repartir con prontitud, sino de mercancía de segunda para los mercados callejeros.

Zedillo: activismo impresionista

Zedillo aducía que la ayuda que se recibía no se podía distribuir por el mal tiempo, pero vehículos terrestres y aéreos del gobierno permanecían sin ser utilizados. Y una solicitud de ayuda internacional hubiera podido resolver situaciones angustiosas. El activismo presidencial resultó ineficiente, de impresionismo, sólo para aparecer en las primeras planas y en la televisión. Zedillo se hacía propaganda pero resolvía poco. Aprovechaba la consternación para ofrecer un falso gesto dadivoso, mientras la Iglesia recalcaba que no todas las comunidades estaban recibiendo ayuda y solicitaba a las instituciones actuar con independencia del gobierno y sin imponer lineamientos a los damnificados. Decían que, en lugar de andar de activista ineficiente, exhibiéndose y regañando a quien le reclamaba, el Presidente debía estar instrumentando las medidas necesarias para aliviar una situación tan grave. En una homilía, el arzobispo primado de México llegó a condenar el proselitismo priísta que se hacía con las donaciones a los damnificados y calificó de gran crimen el robo y el tráfico que se hacía con la ayuda.

Culpables: corrupción y pobreza

Mientras a finales de octubre muchas comunidades seguían aisladas y no pocas estaban bajo las aguas, en otros sitios avanzaban las acciones de limpieza. El ejército anunció que había removido 8 mil 300 metros cúbicos de escombros en 183 poblaciones. El gobierno se alteró cuando se comenzó a buscar culpables. Pero pronto, aun desde su seno, tuvieron que hacerse las primeras evaluaciones críticas. La Secretaría del Medio Ambiente y de Recursos Naturales reconoció que la Naturaleza se había cobrado los errores de la planificación urbana. El Presidente de la comisión de energéticos del Congreso de la Unión declaró que había sido incorrecto el trabajo preventivo en las hidroeléctricas. La mala administración en el almacenamiento de agua en cuatro de las mayores presas del país contribuyeron a las inundaciones de campos y poblaciones.
El desastre mostró la corrupción de las administraciones del PRI, y la destrucción señalaba como responsable a la pobreza, producto de la política económica de los últimos sexenios, y de la administración de los cacicazgos locales del PRI. Los líderes priístas habían traficado con lotes en zonas de alto riesgo y sus patrones los habían dejado hacer. Los montes talados se desgajaron y sepultaron poblaciones, y el agua crecida arrasó con viviendas ubicadas en sitios peligrosos. La corrupción de antes y la más reciente se combinaron para aumentar la tragedia, que rebasó al gobierno.
Ahora, el principal reto es cómo reactivar la economía. La Iglesia señaló que la ayuda humanitaria deberá mantenerse por varios meses, pues miles de personas no sólo perdieron sus bienes sino sus medios de subsistencia. Se requiere asesoría profesional y honradez para identificar zonas y lugares no peligrosos para reubicar a la población y empezar un plan de reconstrucción de viviendas.

Doblemente damnificados

Los damnificados del desastre natural ya eran damnificados de la política neoliberal. Las fuerzas del mercado, dejadas a la lógica de la ganancia, no tienen capacidad para invertir en obras de drenajes preventivos ni para impedir la voracidad de quienes especulan con terrenos riesgosos. Los damnificados por los temblores, las inundaciones y -paradójicamente- por la sequía son doblemente damnificados, porque ya lo eran antes por un proyecto económico dominante, caracterizado por omisiones en ecología, desarrollo urbano y política social. El gobierno zedillista ha confundido la política social con las obras asistenciales, y a éstas con la coacción del voto. El gobierno muestra una clara insensibilidad para invertir en obras que reduzcan los peligros, y el combate a la pobreza ha sido un simulacro lastimoso.
En los dos primeros años del zedillismo la pobreza se incrementó en un 10%. En los últimos tres años la proporción ha sido mayor. En el mismo mes de octubre se informó que uno de cada tres niños mexicanos sufre de hambre extrema. Varias organizaciones cívicas han denunciado que un 43% de los niños menores de cinco años padece desnutrición y que muchos mueren por esa causa. A un año de concluir el sexenio zedillista, el programa contra la pobreza extrema, denominado PROGRESA, sólo ha beneficiado escasamente a dos millones de familias, lo que representa sólo a 13 millones de personas, cuando son más de 40 millones las que están sumidas en una pobreza que no sólo no se detiene sino que aumenta día a día. La disminución del gasto social ha traído graves problemas a los sistemas de salud y educación públicas, donde las carencias van en aumento.

Una tragedia anunciada

Una política que sólo reconoce la iniciativa individual debe revisarse a la luz de sus dramáticas consecuencias a la hora de un desastre natural, convertido en aún más escandalosa tragedia cuando se combina con una administración pública ineficiente y corrupta. El Premio Nobel en economía Amartya Sen ha escrito que no es la Naturaleza, sino la combinación entre pobreza, fragilidad material y desorganización social lo que expone a millones de personas a las adversidades climáticas. Por las restricciones al presupuesto social, las acciones institucionales del gobierno son cada vez menores y los desastres naturales adquieren proporciones cada vez mayores. Desastres como el vivido en este trágico octubre por México reflejan las contradicciones y rezagos del sistema. Las primeras evaluaciones hablan de una tragedia anunciada: faltó previsión, las autoridades no cumplieron su tarea, se conocía la magnitud de lo que venía, y no se hizo lo debido. El escritor Carlos Fuentes criticó la injusticia y la desigualdad reveladas. Enfático, dijo que la corrupción era la forma más brutal de robarle a los pobres.
El subcomandante Marcos externó su solidaridad con las víctimas de sismos e inundaciones y calificó de "asquerosa" la forma en que el gobierno había enfrentado la situación. Señaló que las torrenciales lluvias habían dejado "sin nada a niños, ancianos, hombres y mujeres, sobre todo indígenas y campesinos, los condenados de este sistema despiadado y genocida, inmisericorde y demagógico". "Lo que más duele -dijo Marcos- es la violencia criminal, que desde las alturas del Poder, llueve sobre una población desesperanzada, mutilada, ignorante, fatigada y llena de dolor".

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