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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 321 | Diciembre 2008

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Nicaragua

La Mara 19 tras las huellas de las pandillas políticas

Durante los 15 días que siguieron al fraude electoral en las elecciones municipales del 9 de noviembre, centenares de pandilleros encapuchados y armados se enseñorearon de las calles de Managua, y en ocasiones de las de León, amedrentando, golpeando y destrozando. Voceros del gobierno dijeron que eran militantes del FSLN y que así defendían el voto del FSLN. ¿Anunciaban la conformación de la Mara 19?

José Luis Rocha

Gangs of New York, la taquillera película de Martin Scorsese, escenifica el fiero enfrentamiento de dos pandillas al servicio de facciones étnicas y políticas rivales. Los Dead Rabbits y los Bowery Boys se enfrentaron, no en el cine sino en la realidad, en 1857 con motivo de unas elecciones que podríamos calificar de municipales.

El relato más acreditado sobre esos hechos lo escribió el profesor Tyler Anbinder y se titula Five Points: The Nineteenth-Century New York City Neighborhood That Invented Tap Dance, Stole Elections and Became the Worlds Most Notorious Slum (Five Points: El vecindario neoyorquino del siglo XIX que inventó el baile Tap, robó las elecciones y se convirtió en el más notorio arrabal del mundo). El historiador Eric Monkkonen acuñó el intraducible término anglosajón voting gangs para referirse a las pandillas de yankees e irlandeses cuyo objetivo primordial era el de influir en los procesos electorales apoyando y defendiendo a los políticos de su grupo étnico mediante el uso de sus habilidades físicas.

NI MÁS NI MENOS VIOLENTOS

Ante la masiva participación de pandilleros y ex-pandilleros en la represión de las manifestaciones de protesta contra el fraude electoral de Nicaragua podemos preguntarnos: ¿Tenemos ya en Nicaragua ese género de pandillas?

Para evitar interpretaciones sensacionalistas, conviene matizar: no existe una categoría de pandillas con una programación innata para intervenir en elecciones. Tampoco existen tipos especiales de pandillas juveniles con vocación para el narcomenudeo o el narcomayoreo. Las pandillas se metamorfosean según las oportunidades y constric¬ciones del entorno.

En 1989 las temibles Mara 13 y Mara 18 de El Salvador no eran ni tan letales ni tan distintas de las pandillas nicaragüenses. Pero una mezcla de disponibilidad de armas, deportaciones, oportunismo del crimen organizado y políticas represivas del Estado salvadoreño las llevó por derroteros muy distintos a aquellos por los que transitaron las pandillas nicaragüenses.

En la última década las pandillas nicaragüenses han registrado un descenso no sólo en su número, sino también en sus actividades, en la violencia de sus enfrentamientos y en la edad de sus miembros. En contraste, sus vecinas del norte -las maras salvadoreñas, hondureñas y guatemaltecas- han cosechado una justa reputación de temibles. Los jóvenes nicaragüenses -pandilleros o no- no son ni más ni menos propensos a la violencia que el resto de jóvenes centroamericanos. No son menos violentos: su protagonismo en las luchas armadas de los años 70 y 80 fue quizás más proporcionalmente masivo que el de sus contemporáneos en los conflictos de otros países de la región. No son más violentos: supieron deponer las armas en la transición a la democracia.

VIOLENCIA: ABONADA Y CELEBRADA

En Nicaragua el problema radica en que el abono de la violencia sigue estando a la orden del día. Continúa siendo cultivado de manera consuetudinaria y difundido por los intelectuales orgánicos desde sus tribunas y aulas de clase. Todos los años los estudiantes son llevados en romería a la hacienda San Jacinto para conocer las piedras que no lanzó Andrés Castro. Los libros de texto de historia nacional y la mitología revolucionaria se han ocupado de amasar violencia encumbrando iconos guerreristas: José Dolores Estrada, Cleto Ordóñez, Benjamín Zeledón, José Santos Zelaya, Augusto Sandino y muchos otros. La iconografía nacionalista ha hecho del guerrero un sinónimo de patriota. Aquellos que no demostraron su amor a la patria “con las armas en la mano” son figuras de segundo plano en este largometraje donde se alternan la tiranía y la anarquía. Son los extras de la epopeya histórica nacional: Sofonías Salvatierra, Juan Bautista Sacasa, etc.

Los líderes políticos que más han prosperado en los dos macropartidos son aquellos que exhiben una retórica más incendiaria y menos sesos. ¿De qué forma, si no, explicar que el gran líder del liberalismo haya sido el vocinglero buscapleitos Arnoldo Alemán y no el incorruptible Virgilio Godoy? ¿Por qué el hombre fuerte del sandinismo es ese lector de contraportadas llamado Daniel Ortega en lugar del intachable y extraordinario profesional que presidió el Consejo Supremo Electoral más impoluto de nuestra historia, Mariano Fiallos Oyanguren?

Los Evertz Cárcamos, Jassers Martínez, Gustavos Porras y demás agitadores suben encumbrados por una cultura que venera la maza y que hace de los pueblos una maleable y empobrecida cantera. Es imposible eludir la impresión de que los hijos de Andrés Castro tienen sobrados estímulos para estar siempre dispuestos a lanzar piedras con o sin soporte ideológico. ¿Existe actualmente tal soporte? Antes de indagar de dónde viene actualmente el abono hacia la violencia, nos toca rastrear el involucramiento de las pandillas de otras latitudes en la política partidaria.

PANDILLAS POLÍTICAS
EN KOSOVO, FREETOWN, MUMBAI, JAMAICA...

Pandillas y política son un matrimonio por conveniencia que ha tenido numerosas ediciones a lo largo y ancho del globo terráqueo. Algunas fueron exploradas en el ameno y penetrante libro de John Hagedorn A world of gangs, publicado a inicios de 2008, que recoge muchos ejemplos de la incursión -espontánea o forzada- de las pandillas en la política. En la ex-Yugoslavia, según nos cuenta Hagedorn, parte del ejército de liberación de Kosovo se transformó en una fuerza política bajo el tutelaje de la comunidad internacional, otra parte se convirtió en un partido político y las facciones restantes quedaron operando como pandillas de bandidos independientes, asaltando misiones de ayuda humanitaria con precisión militar.

La conexión entre pandillas y política, y la misma definición de pandillas, están condicionadas por lo complejo, difuso y a menudo incoherente del fenómeno pandilleril y sus contextos. Una de las conexiones más dramáticas ocurrió en Freetown, Sierra Leona, donde pandillas juveniles (rarri) se formaron en tiempos coloniales, agrupándose en barrios marginales y desarrollando su propia forma de vida. Después de la independencia, en 1961, los políticos reclutaron a los rarri para asegurarse una fuerza muscular en las elecciones. Fueron instrumentalizados durante décadas. La guerra civil de los 90 los transformó en niños soldados. Para garantizar su sometimiento e incondicional obediencia, los rarri fueron alimentados con drogas. Concluida la guerra, volvieron a ser bandas de ladrones integradas por jóvenes desempleados pero provistos de abundantes armas, amargura y ganas de sobrevivir. Hagedorn registra el dramático y pendular itinerario de los jóvenes de Freetown: de pandilleros a niños soldados y nuevamente a pandilleros.

En el Mumbai de hoy, el famoso político Bal Thackeray, imitando la estrategia que llevó a la alcaldía de Chicago en 1955 a Richard J. Daley, basó su ascendiente político en la acción directa de pandillas juveniles. Thackeray clonó el Partido Democrático de Daley, cambiando su composición católico-irlandesa por una hinduísta, en su partido Shiv Sena, siempre flanqueado por mandels (clubes) donde los jóvenes goondas (pandilleros) y otros militantes trabajan duramente en los comicios y forman ejércitos electorales armados. Daley inició su inexorable ascenso en el Partido Demócrata como líder de la pandilla Hamburg Athletic Association y como provocador racista durante las asonadas de 1919 en la ciudad de Chicago. Thackeray ha conseguido que la política y la criminalidad estén tan entretejidas como lo estuvieron en Chicago durante el poder de Capone o Daley.

Según Hagedorn, también las pandillas jamaiquinas han tenido su romance con la política. Su origen se remonta a los años 40. Entonces estaban organizadas por sectores de la ciudad donde se concentraban grupos políticos rivales. Algunos estudiosos llegaron a distinguir entre las pandillas de área (area gangs) y las pandillas de esquina (corner gangs), según tuvieran o no lazos con los políticos. Una parte de la historia de Jamaica trata de la persistente violencia de los pandilleros y los pistoleros locales vinculados al Partido Laborista Jamaiquino (Jamaican Labor Party) de Edward Seaga y a su rival, el Partido Nacional del Pueblo (People’s National Party) de Michael Manley.

Las pandillas jamaiquinas llegaron a tener un acentuado patrocinio político en muchas ciudades y barriadas. Los partidos políticos reforzaron de esta forma la institucionalización de las pandillas. Y aunque los ingresos de la droga permitieron eventualmente que las pandillas se independizaran de los políticos, muchos barrios jamaiquinos aún se encuentran divididos por lealtades políticas y pandilleriles, y por su mortífera mezcla. Esta situación se agravó con la deportación en 2004 de 13 mil pandilleros desde Estados Unidos a Jamaica.

EN HAITÍ Y EN LOS ÁNGELES

Hagedorn apunta que las pandillas a veces se oponen al Estado y a veces trabajan para los poderosos. Y sus pendulares opciones son sorprendentes. En Haití las pandillas fueron utilizadas para hacer el trabajo sucio que el aparato estatal no podía emprender de forma directa. Durante el gobierno de Aristide, el Ejército Caníbal (Cannibal Army), conducido por Amiot Métayer, fue una pandilla que controlaba Raboteau, un barrio de Gonaives, la ciudad donde se proclamó la independencia haitiana.

El Ejército Caníbal fue una de las muchas organizaciones populares que usaron la fuerza y la intimidación en respaldo de Aristide. Cuando Métayer fue asesinado, sus seguidores sospecharon de Aristide y se unieron a las fuerzas afines al viejo régimen de Duvalier. Sometieron Gonaives, mataron a policías a quienes habían identificado como narcotraficantes y luego marcharon sobre Puerto Príncipe para derrocar a Aristide. Desde entonces, las pandillas leales a Aristide y sus rivales se han enfrentado en sangrientas batallas en Soleil, Bel Air y otros barrios de la capital. El gobierno de Preval sólo pudo subir al poder tras arduas negociaciones con pandillas de todos los colores.

Hagedorn también documenta cómo las pandillas han mezclado la política con la religión. En Afganistán, no muchos años atrás, los talibanes eran pandillas de jóvenes llenos de fervor religioso, llamados “bandas de esperanza”, que operaban como una especie de policía moral encargada de intimidar a los pecadores. Cualquiera que se apartara de la estricta doctrina fundamentalista era amenazado y estos severos jóvenes desgarraban sobre los cuerpos de las mujeres los vestidos que juzgaban indecentes. Valiosas piezas de arte fueron destruidas y mucha literatura fue a parar a la hoguera por no cumplir con los cánones piadosos.

En este terreno no hay sólo experiencias negativas. En Nueva York, los Almighty Latin Kings and Queen Nation se transformaron en un movimiento social en los años 90. Pero esta transformación duró poco debido a la represión policial de que fueron objeto. Las pandillas afroamericanas de Los Ángeles fueron impresionadas por el partido Black Panther y por el hecho de que dos líderes de ese partido fueran asesinados por la policía. En el declive de Black Panther, muchos jóvenes en busca de identidad se agruparon en pandillas. Dos de ellas (los Crips y los Bloods) ofrecieron un programa conjunto para reconstruir Los Ángeles tras los levantamientos de 1992. Pero el gobierno rehusó su oferta.

Para Hagedorn, estos variopintos ejemplos de pandillas que incursionan en la política muestran la naturaleza volátil de las pandillas y su potencial para convertirse en actores políticos. Algunas pandillas dan una o varias probaditas ocasionales de política, algunas pandillas terminan como grupos políticos y algunos grupos políticos terminan convertidos en pandillas. Hay de todo en la viña pandilleril y en el berenjenal politiquero. Si algo se infiere con particular nitidez de todas estas experiencias es que los políticos no desperdician la ocasión de instrumentalizar a las pandillas para que funcionen como fuerzas de choque baratas, dispuestas a la batalla y a disfrutar de un interregno de impunidad. ¿Qué fue lo que, en este sentido, ocurrió en Nicaragua en las dos semanas que siguieron a las controvertidas elecciones municipales?

“LA PÓLVORA QUE SABE CELEBRAR Y CANTAR”

Un grupo de 80 integrantes del Movimiento Jóvenes por la Paz, compuesto por muchachos de 36 barrios de Managua que abandonaron las pandillas, denunciaron en el diario “La Prensa” que ex-pandilleros del barrio La Luz, Villa Venezuela y Laureles Norte y Sur fueron reclutados por agitadores políticos. Los jóvenes fueron agrupados en los barrios y luego trasladados hasta un sitio indeterminado donde les entregaron pasamontañas, pistolas, palos, morteros y flamantes machetes. Recibieron almuerzo, transporte y de 100 a 600 córdobas. Apenas fue anunciada una marcha de protesta de la oposición al FSLN “contra el fraude electoral”, el diputado sandinista Evertz Cárcamo, se vanaglorió de sacar a las calles de Managua a quienes armados y encapuchados defenderían el voto sandinista. El diputado cumplió: la principal manifestación de protesta por el fraude electoral fue cercada por enmascarados, su movilidad fue neutralizada y varios de sus participantes resultaron heridos con piedras, garrotes y puñales.

Días después, la responsable de Comunicación, Ciudadanía y Programas Sociales del gobierno, Rosario Murillo, hizo apología de estos delitos: “Hemos visto a la juventud portando, una vez más, las banderas de la Revolución, con honor y con gloria; hemos visto los símbolos de nuestra lucha revolucionaria en el rojo y negro de la audacia y la honra, en las máscaras, en los morteros, en la pólvora festiva que sabe celebrar y cantar en cada momento de la ruta heroica hacia la libertad. Hemos visto la multiplicación milagrosa de las muchachas y los muchachos, que en miles, se congregaron re-encendiendo la imaginación y reencontrando la identidad, única y original, del sandinismo, que representa a la Patria, al Amor y al Servicio. Nicaragua, hermanas y hermanos, floreció en estos días, en una primavera de juventud y arrojo...”

“Yo proclamo con orgullo que todos estos jóvenes empobrecidos por el modelo injusto que estamos transformando, esos jóvenes que hemos visto en las calles de Nicaragua... esos jóvenes que los oligarcas desprecian, son, pertenecen, al Frente Sandinista de Liberación Nacional. En esta ruta revolucionaria, esos miles de muchachos y muchachas han encontrado la justa recuperación de sus derechos de ciudadanía, de su dignidad personal y del protagonismo político que la oligarquía les arrebata. Son los jóvenes sandinistas los que se han tomado las calles, para defender la victoria del pueblo, la victoria de la juventud, la victoria de las familias nicaragüenses…”

“SE VA A DESCONTROLAR LA SITUACIÓN”

El discurso de Murillo no tardó en recibir su mentís. La sicóloga Mónica Zalaquett denunció en unas declaraciones difundidas en el diario “La Prensa” la manipulación de que fueron objeto muchos jóvenes: “Ellos van donde les paguen y con ese dinero van a comprar droga y van a salir a pelear drogados o con tragos y peor todavía. Se va a descontrolar la situación”.

Su denuncia disolvió la cortina de humo con que el FSLN quiso encubrir el vandalismo mercenario para presentarlo como santa indignación popular e intifada en defensa del voto. Desde hace más de una década, Mónica Zalaquett dirige la ONG más prestigiosa en Nicaragua dedicada a trabajar con jóvenes pandilleros, el Centro de Prevención de la Violencia (CEPREV). Sus ímprobos esfuerzos por pacificar a los pandilleros y convertirlos en líderes de paz en decenas de barrios de Managua han tenido resultados admirables y han sido reconocidos en foros nacionales e internacionales y en investigaciones de severa punzada crítica.

Es justa su preocupación: podríamos estar ante una regresión de todo el trabajo realizado para convertir la cultura de violencia en una cultura de paz y lograr una vivencia de la masculinidad fuera de los canales agresivos que las formas culturales imperantes ofrecen. El discurso oficial que elogia máscaras, morteros y pólvora “como justa recuperación de derechos de ciudadanía” no es más que un embutido de una lírica demencial que consagra la lógica territorial de “la calle es nuestra” y apuesta por institucionalizar el uso de la violencia como método para enfrentar disensiones.

Durante años, el CEPREV ha invertido muchas horas de trabajo en talleres, visitas a las familias y acompañamiento en el vecindario para transformar esta cultura de la violencia y lograr que los jóvenes penetren en las raíces de su furia para entenderlas y controlar sus ramificaciones. Por supuesto que los jóvenes necesitan espacios políticos. Hay que trabajar en ese terreno de forma mucho más coherente de lo que hasta la fecha venimos haciendo. Pero tiene que sublevarnos el hecho de que el ejercicio de la ciudadanía que ahora ofrecen los políticos más poderosos a los jóvenes sea el derecho a destrozar vehículos, lanzar puñaladas y reventar molleras en la más completa impunidad.

¿Apuesta el gobierno a un ejercicio sangriento de la ciudadanía y a poner el aparato de propaganda estatal en función de resucitar los mecanismos del fundamentalismo pandi¬lleril, que son los de muchos otros fundamentalismos?

DESTRUIR PARA CONSTRUIR ENEMISTAD

El hecho de que durante los días de violencia callejera se produjeran numerosos daños a la propiedad -especialmente a vehículos- parece sintomático de una furia de clase. La agresividad con que fueron pulverizados algunos vehículos lanza un campanazo de atención hacia el componente de clase de este proyecto. Dejemos a un lado el hecho -significativo para otros propósitos- de que los vehículos más dañados en la jornada de mayor vandalismo fueron los de dos canales de televisión que destacan por su oposición al FSLN. La incursión de la “primavera de juventud y arrojo” en el parqueo del mall Metrocentro para abatir con sus garrotes, morteros y su “pólvora festiva” los vehículos de al menos veinte personas resultó bastante llamativa y muestra que también hay víctimas no buscadas con nombre y apellido. ¿Un sector social? Si es así, no se trata de un hecho completamente espontáneo, sino de la puesta en escena de uno de los mecanismos de operación pandilleril: la construcción de unos “otros” contra quienes vale todo.

En las pandillas los jóvenes combaten contra rivales grupalmente construidos. Para reforzar la propia identidad, debe haber unos “otros” contra quienes se defina el propio ser. Como los jóvenes situados apenas dos o tres calles más allá de la que habitan los del propio grupo no son realmente muy distintos, la identidad se elabora y se cultiva mediante el bautizo con nombres especiales, la apropiación o invención de ciertos signos -graffitis, colores, tatuajes- y la narración de leyendas barriales que explican los orígenes de la rivalidad. La enemistad debe ser construida. Es fruto de un proceso de elaboración.

LOS “CULITOS ROSADOS”: ESOS “OTROS”

Lo mismo ocurre en el caso que nos ocupa: la identificación de cierto sector social como el enemigo per se fue el resultado de dos años de propaganda gubernamental. Primero fueron las proclamas contra ese ente difuso que se designaba como “los oligarcas”. Después, cuando algunos jóvenes empezaron a protestar en público contra algunas decisiones gubernamentales, los órganos de propaganda oficial se abocaron a la tarea de construir esos “otros” caracterizándolos como “culitos rosados”. La construcción de unos “otros” muy distintos y amenazantes -del proceso revolucionario- tiene el efecto de despojarlos de sus atributos humanos para que sean más fácilmente punibles. Éste es uno de los mecanismos de todos los fundamentalismos, sean religiosos, políticos, raciales, sociales, étnicos… Esos “otros”, sólo por el hecho de haber sido transformados en “otros”, merecen castigo, ataque, exclusión, muerte.

La voluntad de construir alteridad pone énfasis en un atributo, considerándolo el pivote identitario. Para los skidheads puede ser el color de la piel, para los fanáticos de sectas religiosas es un conjunto de creencias, para otros una bandera política. Crear el atributo que traza la delgada línea roja entre los nuestros y los infieles es un sistema que termina por deshumanizar a los rivales porque los reduce a un solo rasgo sobre el que se concentran terrores que inspiran actos criminales. Los destrozos en Metrocentro y las persecuciones de los manifestantes opositores fueron el resultado final de un prolongado trabajo de construcción de unos “otros” sobre la base de un atributo social. No importa si la construcción tenía una base débil: el resultado demostró eficiencia. Creó la Mara 19: un conglomerado de pandillas con un enemigo común.

“LAS CALLES SON NUESTRAS”

Estas reflexiones dejan sin responder la pregunta de ¿por qué el trabajo-político-represivo fue hecho aquí y ahora por pandilleros y ex-pandilleros? La primera respuesta obvia es “porque los buscaron, los armaron y les pagaron”. La segunda respuesta obvia es “porque con el hambre que hay, sobra a quien contratar para esos trabajitos.” Pero la pregunta busca penetrar en otro aspecto que puede relevar un factor cuyas consecuencias podrían tener un amplio alcance: ¿por qué esos jóvenes se atrevieron a llegar a esos niveles de violencia en esas circunstancias?

El CEPREV, la Fundación Nicaragua Nuestra, la Fundación Desafíos, la Policía Nacional y un sinnúmero de denominaciones evangélicas habían venido trabajando con notable éxito en la pacificación de los pandilleros. Sus logros eran plausibles. Sin embargo, una reducción masiva de las pandillas no es posible atribuirla a intervenciones tan focalizadas. Hay elementos del entorno que ayudan: menor disponibilidad de armas y menor desarrollo del crimen organizado. A diferencia de sus vecinas centroamericanas, las pandillas nicaragüenses no se han asociado al crimen organizado. Pero si en el entorno empiezan a multiplicarse las oportunidades de vincularse al crimen político organizado, la situación puede cambiar. Ya lo hizo. La instigación a la violencia de políticos de prominencia social envió un mensaje: es legítimo tomarse las calles, “las calles son nuestras” y nadie más tiene derecho a usarlas.

En los días que precedieron y sucedieron a las elecciones, las agresiones fueron subiendo de tono. Empezaron por trompones y fajazos; culminaron en puñaladas, garrotazos y morterazos. Los agresores fueron “tanteando” hasta dónde podían llegar con impunidad. Y descubrieron que no sólo se puede ir muy lejos, sino que cuanto más lejos iban, más bendiciones recibían.

En síntesis: las agresiones se produjeron por y en el contexto de una ausencia de moralidad política y social. No se trata de la clásica anomia, de la falta de normas o de la incapacidad de la estructura social de proveer a ciertos individuos lo necesario para lograr las metas de la sociedad, lo cual resulta en un colapso de gobernabilidad cuando muchos individuos arrastrados por la frustración adoptan comportamientos no sociales. No, se trata de una demoralización por una legitimación del vandalismo desde la autoridad. Es una crisis moral típica de los regímenes totalitarios. Los líderes alientan y aplauden conductas que, en circunstancias normales, hubieran sido consideradas delictivas, y así las convierten en acciones de amor y servicio, actos patrióticos y audaces, rutas heroicas hacia la libertad, justas recuperaciones de los derechos de ciudadanía que ganan para su ejecutor honor, honra y gloria.

Esta demoralización provocada en este noviembre puede tener largo alcance, como se empieza a ver en el caso de jóvenes miembros de pandillas. Reactivadas después de ocho años de tregua por obra de los morteros y machetes que les distribuyeron los políticos, las pandillas podrían cobrar nuevos bríos al amparo de la atractiva oferta de impunidad y del reconocimiento de que la calle no será nunca más de la oposición, sino de todos aquellos que la ataquen.

MÁS DE LO PEOR:
MACHISMO, AGRESIVIDAD, IMPUNIDAD

El suministro de armas, acompañado de un espaldarazo legitimador, puede tener un efecto dinámico sobre las pandillas. Un efecto estático, parafraseando la terminología de Erich Fromm, supondría un retorno puntual a la violencia: ataques el día requerido con retorno a la paz. La violencia sería asumida como parte de un período de excepción y consistiría en eventuales escaramuzas a demanda del cliente político.

Pero la reconfiguración del entorno -mediante la legitimación de la violencia- podría tener un efecto dinámico: las pandillas encuentran un caldo de cultivo favorable porque reciben sanciones positivas de quienes figuran como “ciudadanos respetables” y ocupan posiciones visibles en la escala social. El suministro de armas es importante independientemente de su procedencia. Pero resulta decisivo si el proveedor reviste un carácter de autoridad porque entonces la disponibilidad que posibilita es secundaria en relación al mero hecho del suministro. El acto se convierte en un evento legitimador de la agresión física como método para allanar el camino erizado de enemigos.

Obviamente, los muchachos ganaron en estos días un protagonismo político. En eso no se equivoca Murillo. El antropólogo Dennis Rodgers descubrió hace diez años que un fuerte incentivo para la integración a las pandillas en los años 90 era la posibilidad de disparar la adrenalina y recuperar el protagonismo social y la camaradería que algunos jóvenes habían experimentado durante su servicio militar. Los jóvenes de las pandillas actuales no tienen esa experiencia, pero algunos sí tienen su idealización, adquirida en las leyendas familiares. El protagonismo social en su caso está escenificado en la toma de las calles. Los políticos les han concedido una apropiación más ambiciosa de la que solían tener: adueñarse no de la calle del barrio, sino de todas las calles de Managua, de las calles del nuevo centro de la capital. Pero ese protagonismo no es el ejercicio de ciudadanía que ayuda a la convivencia sana y a abrir oportunidades a todos y todas por igual. La ciudadanía ejercida a punta de garrote y piedra puede llevar a que nuestros jóvenes vivan experiencias de manipulación semejantes a las de los jóvenes de Mumbai o Puerto Príncipe. Al margen de su falta de ética, mal cálculo hace quien funda su poder en fuerzas irregulares que podrían súbitamente tornarse en su contra, como sucedió con las pandillas de Aristide.

Sólo mentes muy perversas pueden concebir la estrategia -digna de Fouché- de articular cuerpos paramilitares baratos con jóvenes para reprimir a sus adversarios políticos. Su opción demuestra un altanero desprecio por los jóvenes que exponen su vida y mutilan su socialización como constructores de comunidad. Los políticos les han ofrecido a estos muchachos más de lo peor de la cultura nicaragüense: machismo, agresividad, impunidad. En lugar de ofrecer soluciones, se han montado sobre una ola globalizada de incertidumbre que hoy está en la base de múltiples funda¬mentalismos intolerantes y criminales.

LA ANIQUILACIÓN DEL ESTADO

La modernidad se fundó sobre un Estado fuerte. La democracia ha sido un pivote ideológico y político de la modernidad. El neoliberalismo llevado al extremo -en naciones con Estados débiles como es el de Nicaragua- está produciendo un colapso de la democracia y de las funciones de diferentes aparatos estatales, perceptible en el repliegue de la protección social, en un crecimiento de la violencia en las calles y en un aumento de inseguridades: la inseguridad de obtener un trabajo al graduarse, de conservarlo y de que cumpla con mínimas condiciones para no ser un empleo chatarra, la inseguridad de tener un fondo de jubilación que no haya sido dilapidado en el casino global por las administradoras de fondos de pensiones…. Son inseguridades más radicales que la clásica inseguridad ciudadana y que están también en la raíz del miedo que sienten estos jóvenes agresores.

Las elecciones municipales de Nicaragua escenificaron un capítulo de ese colapso: el Poder Electoral negándose a la observación, la policía renunciando a controlar la situación, los jóvenes de los barrios obstaculizando manifestaciones pacíficas y lesionando a sus participantes. La informal creación de la Mara 19 pone un sello sobre ese colapso para que pasemos del desmantelamiento del Estado a su aniquilación.

INVESTIGADOR DEL SERVICIO JESUITA
PARA MIGRANTES DE CENTROAMÉRICA (SJM).
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.

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