Envío Digital
 
Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 286 | Enero 2006

Anuncio

Nicaragua

Un reto para los Partidos Políticos (4) ¿Es posible la soberanía nacional en tiempos de globalización?

El reto de una izquierda sandinista, democrática y renovada, es aprender y enseñar a actuar localmente, pero no sólo pensando globalmente. Pensar nacionalmente es una asignatura pendiente en Nicaragua. El reto es resolver la contradicción entre perspectiva nacional y perspectiva global, sin renunciar a nuestra soberanía y a nuestra identidad. ¿Se puede? Sí, se puede. Y se debe. Rescatar el tema de la soberanía es contribuir al rescate del Sandinismo.

Andrés Pérez Baltodano

Un movimiento de izquierda sandinista renovado y democrático tiene que asumir la defensa de la soberanía nacional como una de sus principales tareas. Pero; ¿qué significa defender la soberanía nacional de Nicaragua en los tiempos de globalización que vivimos? Significa adoptar -sin ridículas estridencias y sin absurdos baños de sudor- una posición que defienda sin ambigüedades la inviolabilidad del territorio nicaragüense frente al narcotráfico o frente al poder de los Estados Unidos o al de cualquier otro país; que defienda el medio ambiente y nuestros recursos naturales. Y por supuesto, que defienda el derecho de los nicaragüenses a decidir nuestro destino como nación.

Significa también promover un nuevo modelo de relaciones entre Estado y sociedad y una nueva estrategia de desarrollo local para lograr la integración social y territorial de nuestro desarticulado país. La soberanía no debe verse simplemente como un principio legal con implicaciones territoriales. Es un principio de acción política con implicaciones sociales. Sin un Estado con capacidad para organizar y desarrollar la vida de las poblaciones y regiones abandonadas de Nicaragua, la soberanía nicaragüense es sólo una ficción.

El desarrollo de nuestro Estado no puede lograrse sin una auténtica democracia. Y esto significa una relación entre Estado y sociedad que le otorgue a los nicaragüenses y a los poderes locales la capacidad de domesticar las prioridades y acciones de sus gobiernos centrales. La democracia es el ancla que le permite al Estado contrarrestar las tormentas del mar de la globalización, especialmente la des-territorialización de los procesos de formulación de sus políticas y programas.

GLOBALIZACIÓN: UN NUEVO MUNDO
CON UN MAPA QUE TENDRÍA QUE PINTAR PICASSO

El concepto globalización expresa la tendencia que muestran las estructuras políticas y económicas nacionales a organizarse alrededor de ejes de poder de carácter transnacional. La globalización expresa un tipo de integración política, social y económica cualitativamente diferente al que se expresa en el concepto relaciones internacionales, que define una forma de integración cuyos ejes de poder son fundamentalmente nacionales. En la globalización la integración se organiza alrededor de ejes de poder transnacionales que condicionan y, en algunos casos, hasta determinan lo nacional.

La globalización no representa la disolución del poder hegemónico mundial de los Estados Unidos. Más bien, transforma y extiende ese poder en una influencia que se transmite de manera indirecta, dentro de un espacio de poder y acción política transnacional no territorializado, que tiene como ejes un conjunto de instituciones: el Banco Mundial, el Fondo Monetario Internacional, la Organización Mundial de Comercio.
La globalización debe verse como una extensión del poder transnacional de los Estados del Norte, figurando prominentemente entre ellos los Estados Unidos. Los “flujos” financieros y de información que operan dentro del espacio transnacional creado por la globalización -señala Rita Laura Segato- no fluyen aleatoriamente, y se encuentran concentrados en proporciones extraordinariamente desiguales, siendo su concentración masivamente mayor en los países que hegemonizan los procesos de circulación de bienes globalizados.

La globalización representa una transformación radical de la relación entre espacio-territorial y tiempo-histórico que dio lugar a la consolidación del Estado-Nación en Europa y en otras partes del mundo. El espacio territorial del Estado Nación funciona como el marco geográfico que contiene una historia nacional. Desde esta perspectiva, la geografía política moderna -especialmente en sus mapas y representaciones cartográficas- puede verse como una representación de tiempos sociales territorialmente contenidos. Una representación gráfica o sociológica del mundo globalizado de hoy tendría, probablemente, para ser auténtica, que recurrir a la perspectiva cubista de un Pablo Picasso. Solamente una perspectiva múltiple y al mismo tiempo armónica podría darle forma y sentido a las diversas tensiones, fracturas y contradicciones creadas por la globalización. Carl Einstein nos recuerda que el genio de Picasso y el fundamento de su verdad estética fue, precisamente, la superación de lo contradictorio.

LA GLOBALIZACIÓN
HA SEMBRADO INSEGURIDAD EN TODO EL MUNDO

La globalización -y las reformas de las relaciones entre Estado y sociedad que han acompañado este proceso- han generado inseguridad humana en todo el planeta, con una intensidad que varía según las diferentes capacidades que los Estados nacionales del mundo poseen para filtrar y condicionar las presiones externas que reciben, sin perder su capacidad para responder a las demandas y necesidades de sus poblaciones nacionales.

Las categorías Norte y Sur son útiles para diferenciar los niveles de capacidad que poseen los Estados del mundo para condicionar los efectos de la globalización y crear condiciones de seguridad en sus ámbitos nacionales. Las sociedades del Norte lograron desarrollar la capacidad de traducir el principio de la soberanía en una capacidad real para crear y reproducir su propia historia. Hoy, la transnacionalización del capital, de los procesos productivos y de los aparatos de administración estatal que forman parte de la globalización, tienden a reducir esta capacidad del Estado moderno para crear y reproducir identidades, comunidades e historias nacionales espacialmente contenidas. La transnacionalización del capital limita la capacidad del Estado para organizar el funcionamiento de la vida económica nacional en función de sus necesidades internas. Las estructuras organizativas y administrativas de los Estados nacionales -que en la experiencia de los países liberales democráticos del Norte jugaron el papel de circuitos de comunicación entre el Estado y la sociedad civil- juegan, cada vez más, el papel de correas de transmisión entre presiones globales y estructuras nacionales.

EN EL NORTE:
UNA DEMOCRACIA QUE SE DEVALÚA

La creciente interpenetración entre los aparatos administrativos nacionales y el sistema económico mundial y sus instituciones reduce la capacidad de esos aparatos para responder a las necesidades y a las presiones de la población nacional cuando éstas se contraponen a la lógica del mercado mundial. En estas condiciones, la idea de la democracia, que facilitó el desarrollo de historias nacionales basadas en “memorias y aspiraciones colectivas”, se está devaluando en la medida en que la sociedad pierde capacidad para condicionar las funciones y prioridades del Estado.

La transnacionalización del capital y del Estado en las sociedades liberales democráticas del Norte abrió una brecha entre los que hacen las políticas públicas y los que reciben el efecto de esas políticas. Esa brecha -como lo señala David Held- ha disminuido el valor de la democracia en el Norte, ya que la sociedad se ve afectada por decisiones que se toman fuera del espacio político-territorial del Estado-Nación.

Esta situación ha creado una crisis de inseguridad ontológica en el Norte. Anthony Giddens define esta crisis como una condición de permanente inestabilidad en el ambiente económico y social dentro del que opera el individuo en la sociedad globalizada de hoy. Ejemplos de las nuevas formas de inseguridad creadas por la globalización en el Norte son: la desregulación de los mercados de trabajo; la pérdida de poder de los sindicatos y de la clase trabajadora; la exportación de industrias facilitada por la transnacionalización de los procesos productivos; la erosión del Estado de Bienestar y otros.

La crisis de seguridad creada por la globalización en el Norte debe verse como el resultado del surgimiento de lo que Will Kymilika llama un déficit en el poder democrático de la sociedad para condicionar el funcionamiento y las prioridades de un Estado transnacionalizado. La solución a esta crisis requiere de la creación de mecanismos de comunicación y de control capaces de facilitar la subordinación de las funciones y prioridades de los aparatos transnacionales del Estado a las necesidades y aspiraciones de la sociedad. Estos circuitos transnacionales de comunicación y control democrático tendrían que ser construidos como extensiones de los procesos nacionales que permitieron a las sociedades del Norte democratizar el poder del Estado en el ámbito nacional.

EN EL SUR:
ESTADOS SIN PODER Y SOCIEDADES SIN PODER

Las difíciles condiciones sociales que históricamente han sufrido los países del Sur han sido exacerbadas por la globalización. A las tensiones y contradicciones no resueltas de esas sociedades se agregan hoy nuevas formas de inseguridad, desigualdad social e inestabilidad. Pero, a diferencia de lo que ocurre en el Norte, la crisis de seguridad humana creada por la globalización en el Sur es el resultado de una doble deficiencia. Un déficit de poder estatal, manifestado en la incapacidad de los Estados del Sur para condicionar la organización del espacio de poder transnacional creado por la globalización. Y un déficit democrático, que se manifiesta en la inhabilidad de la sociedad civil de esos países para condicionar el poder del Estado y sus prioridades.

La soberanía de los Estados del Sur carece del significado histórico que la soberanía tiene, por ejemplo, en Europa. En la mayoría de los países dependientes del mundo, el principio de la soberanía tiene un sentido estrictamente formal. En el Sur, los Estados carecen de la capacidad para condicionar las estructuras, los procesos de toma de decisión, y el funcionamiento de las organizaciones que gobiernan el conflicto y la colaboración dentro del espacio de poder transnacional creado por la globalización. Esto lo reconoce el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): Las estructuras y los procesos para la formulación de políticas globales no son representativos. Las principales organizaciones económicas transnacionales -el FMI, el Banco Mundial, G-7, G-10, G-22, OCDE, OMC- están dominadas por los países más poderosos del mundo. Y esta situación deja a los países pobres con una pequeña cuota de influencia y con poca voz, ya sea por falta de membresía, o por su falta de capacidad para participar efectivamente en estos foros.

Las sociedades del Sur tampoco tienen la capacidad para condicionar la acción de sus propios Estados. La gran mayoría de los habitantes de los países del Sur carece de los derechos ciudadanos y de los instrumentos de participación política necesarios para articular y reproducir relaciones democráticas entre el Estado y la sociedad. En el Sur, el Estado flota sobre la sociedad y se organiza, casi siempre, en función de las presiones e influencias que operan en su contexto internacional y global. La globalización ha acentuado la debilidad de los Estados del Sur para formular e implementar políticas sociales que contribuyan a la estructuración del orden y la seguridad en el ámbito nacional. Ha acentuado la dependencia externa del Estado y lo ha independizado de sociedades que no cuentan con la capacidad para condicionarlo.

La globalización promueve la separación de algunos de los más importantes componentes del proceso de formulación de políticas públicas -especialmente las políticas económicas- de las presiones políticas de la población. Esto reduce la capacidad de los Estados del Sur para responder a las necesidades y demandas de su sociedad, especialmente cuando lo que se necesita o se demanda no es congruente con la racionalidad del mercado global. Este déficit se hizo evidente los años 80 y 90, cuando la mayoría de los gobiernos del Sur se vieron obligados a abrir sus economías a la competencia internacional, a impulsar programas de privatización, a reducir el tamaño de sus aparatos estatales y a introducir reformas económicas neoliberales, como condición para contar con el apoyo de los organismos financieros internacionales.

Esta incapacidad de los Estados del Sur para responder a las necesidades y demandas de su población, aunada a la incapacidad del mercado en esos países para generar los empleos que requiere la sociedad, han creado graves condiciones de inseguridad humana.

En resumen: el Sur enfrenta un doble déficit histórico-estructural. Un déficit de poder estatal: Estados incapaces de influir en la distribución del poder transnacional creado por la globalización. Y un déficit democrático interno: sociedades civiles incapaces para condicionar el poder de sus propios Estados.

POR ESTO RESURGE LA IZQUIERDA

La situación de los países del Sur resulta dolorosamente irónica considerando que la introducción de las políticas económicas y de los procesos de reforma estatal neoliberales que han contribuido a generar tanta inseguridad y tanta miseria en el Sur coincidió con el inicio de la “Tercera Ola Democrática”. Este doble proceso de reformas económicas y políticas ha creado profundas tensiones y contradicciones entre la idea de la democracia como un proceso político incluyente y los principios económicos neoliberales, que tratan de legitimar la exclusión de los perdedores en la dinámica social creada por la globalización.

La incapacidad del neoliberalismo para dignificar la miseria que genera, explica el resurgimiento de la izquierda en América Latina, que ocurre dentro de los mismos condicionamientos impuestos por las estructuras neoliberales que se implantaron en la región durante casi tres décadas. Así, en el mismo escenario de la crisis, se crearon nuevas contradicciones, pero también nuevas esperanzas.

NICARAGUA: UN PAÍS HIPER-DEPENDIENTE
DENTRO DE LOS LÍMITES MARCADOS POR EEUU

La globalización presenta retos especialmente difíciles para países hiper-dependientes como Nicaragua. Somos una sociedad política, económica, social, cultural y geográficamente desintegrada que se ve obligada hoy a integrarse transnacionalmente dentro de los esquemas de comercio y cooperación que promueve la globalización. Peor aún, Nicaragua enfrenta los retos de su transnacionalización con un Estado que carece de la capacidad para lograr tan siquiera la integración social y territorial de su propia base espacial.

Para entender la hiper-dependencia del Estado y la sociedad nicaragüense es necesario hacer referencia a la especialmente difícil relación que nuestro país ha tenido con los Estados Unidos. No es una exageración decir que los Estados Unidos han creado el marco de condiciones dentro del cual Nicaragua ha organizado su historia. Los Estados Unidos no han determinado cada uno de los eventos que ocurren dentro de nuestro país, pero sí han marcado los límites de lo que es política, social y económicamente posible para los nicaragüenses. Es indispensable revisar esa historia para visualizar nuestro posible futuro.

1821-1857: EN LA MIRA DE LOS FILIBUSTEROS

La primera etapa de la historia del Estado nicaragüense abarca desde el fin del régimen colonial en 1821 hasta el final de la Guerra Nacional en 1857. Este período corresponde a la primera fase de la expansión del poder de los Estados Unidos, entre su independencia en 1776 y la Guerra Civil en 1860-1865. Durante este período, la expansión del poder de los Estados Unidos se organizó dentro de una perspectiva espacial que impulsó a los estadounidenses a agrandar su base territorial. Algunos historiadores utilizan el concepto de imperialismo territorial para hacer referencia a este proceso.

Las élites y los gobiernos estadounidenses de este período correlacionaban el poder nacional y transnacional de su país con el tamaño de su base territorial. Esta visión territorial del poder explica el fenómeno del filibusterismo. Como señala William O. Scroggs, las aventuras filibusteras no eran simples accidentes, sino hechos históricos vitales, sintomáticos del espíritu americano de la época. La condición anárquica en que se encontraba sumida Nicaragua a mediados del siglo XIX, la auto-impuesta misión civilizadora de los Estados Unidos, y la creciente importancia de la ruta interoceánica, hicieron prácticamente inevitable la aparición del filibusterismo en Nicaragua. Scroggs señala que si William Walker no hubiera intentado apoderarse de Nicaragua, otros lo hubieran hecho.

HASTA 1979: EN LA RUTA
DEL “NUEVO IMPERIALISMO”

La segunda etapa del desarrollo del Estado nicaragüense abarca poco más de un siglo: desde finales de la Guerra Nacional y la expulsión de William Walker, hasta la Revolución Sandinista en 1979. Esta etapa se corresponde con la institucionalización del “nuevo imperialismo” estadounidense, un imperialismo que trasciende la visión territorial del poder para convertirse en un sistema de regulaciones legales que organiza el funcionamiento de los países que operan dentro de su órbita de influencia.

Este “nuevo imperialismo” se inicia durante el período de la reconstrucción y reorganización de los Estados Unidos después de la Guerra Civil y termina en la década de los años 80, al surgir el neoconservatismo en Europa, Canadá y Estados Unidos. El neoconservatismo articuló la racionalidad política que sirvió de fundamento a la globalización.

La Guerra Civil estadounidense desplazó a la aristocracia terrateniente de ese país y frenó el expansionismo territorial de los Estados Unidos. Harold Faulkner explica que el “nuevo imperialismo”, surgido inmediatamente después de terminada la Guerra Civil, no se orientó hacia la adquisición y el control físico de nuevos territorios sino, hacia el desarrollo del poder de regulación transnacional legal de los Estados Unidos. Historiadores como Hedley Bull y William Ashworth señalan que las manifestaciones más importantes de ese poder eran: la participación de los Estados Unidos en la organización del sistema de colaboración internacional, que empezó a materializarse durante la segunda mitad del siglo XIX; y la implementación de proyectos de ingeniería social para la reorganización social, política y económica de los países ubicados dentro del área de influencia de los Estados Unidos.

Así pues, los esfuerzos realizados por los gobiernos estadounidenses para construir un canal interoceánico a través de Centroamérica, después de terminada la Guerra Civil, no se orientaron hacia la anexión formal del territorio requerido para este propósito sino, hacia el establecimiento de acuerdos legales -fundamentados en el derecho internacional- para controlar el funcionamiento del canal. El presidente Rutherford B. Hayes expresó esta nueva política cuando señaló que el canal debía convertirse en una parte “virtual” de la línea costera de los Estados Unidos.

EN 1898 Y EN CUBA SE EXPRESA
LA NUEVA ECONOMÍA DE ESTADOS UNIDOS

En este nuevo contexto, la fuerza militar que los Estados Unidos había utilizado para la ocupación y control de nuevos territorios antes de la Guerra Civil fue utilizada durante esta nueva fase estadounidense como un elemento de apoyo a la nueva estrategia expansionista. Eventualmente, las intervenciones armadas iban a ser sustituidas por una estructura de control basada en el derecho internacional.

El “nuevo imperialismo” estadounidense era congruente con las necesidades de su nueva economía y con la creciente complejidad e interpenetración de la economía mundial. La guerra de Estados Unidos contra España, librada en Cuba, en 1898, expresó la nueva realidad económica estadounidense. El propio jefe de la oficina de comercio exterior del departamento de comercio de los Estados Unidos reconoció los imperativos económicos y comerciales que impulsaron a su país a enfrentar militarmente a España: La guerra Española-Americana no fue sino un incidente enmarcado dentro de un movimiento de expansión que tenía sus raíces en las transformaciones provocadas por el desarrollo de una capacidad industrial que excedía nuestra capacidad de consumo. Era necesario, en estas circunstancias, no solamente encontrar nuevos compradores para nuestros productos sino también establecer un acceso fácil, económico y seguro a los mercados extranjeros.

PANAMERICANISMO:
LA FUERZA DE EEUU SE CONVIERTE EN DERECHO

La manifestación del poder transnacional de los Estados Unidos en América Latina durante este período encontró una de sus más claras expresiones en el panamericanismo, un orden legal internacional liderado por los Estados Unidos y diseñado para condicionar el funcionamiento de los Estados de la región. Uno de los obstáculos que enfrentaba la consolidación de ese orden eran las interminables guerras y revoluciones de los países de Centroamérica a comienzos del siglo. Esa inestabilidad, además, reforzaba la tendencia de los gobiernos de los Estados Unidos a imponer su visión del mundo sobre nuestros países, considerados como pueblos indómitos y atrasados. En este tiempo, “The New York Times” hacía referencia a los países de Centroamérica como “repúblicas” entre comillas, o peor aún, como los cinco “estados” de ópera cómica.

El gobierno de José Santos Zelaya surgió, precisamente, en el momento en el que los Estados Unidos trabajaban para imponer un orden internacional continental coherente con sus intereses. Las aventuras internacionales de Zelaya y sus ambiciones de poder dentro del ámbito centroamericano eran incongruentes con el orden internacional deseado por los Estados Unidos. Zelaya -señala Carlos Cuadra Pasos- no supo interpretar la trascendencia e implicaciones del nuevo panamericanismo ni comprender que en el continente Americano se verificaba un cambio substancial en la política. Zelaya no solamente nadaba contra la corriente de cambios impulsados por los Estados Unidos para reconfigurar el orden internacional, sino que lo hacía sin entender el mundo en el que se movía.

Es importante señalar que una de las características definitorias de este período era la centralidad que ocupaba la idea del Estado Nacional en los esfuerzos de los Estados Unidos y de Europa para condicionar el desarrollo histórico de Asia, África y América Latina.

Durante este período, el poder transnacional de los Estados Unidos en Nicaragua se manifestó en la implantación de un proceso de ingeniería social diseñado para compatibilizar la organización política y económica del país con el funcionamiento del régimen panamericano, diseñado para hacer efectiva la influencia de los Estados Unidos en el desarrollo histórico latinoamericano. La construcción del nuevo panamericanismo se apoyó en el uso de la fuerza militar estadounidense, pero también en la institucionalización de una estructura legal internacional. A través de esta estructura, la fuerza de los Estados Unidos se convirtió en derecho, y la obediencia de los países de América Latina, en un sentido de obligación legal.

EL MOMENTO INTERNACIONAL
DE LA REVOLUCIÓN SANDINISTA

La tercera etapa en el desarrollo del poder transnacional de los Estados Unidos corresponde al período en que se cristaliza el fenómeno de la globalización, que no representa la disolución del poder hegemónico mundial de los Estados Unidos, sino su transformación en una influencia indirecta y abstracta que opera ahora dentro de un espacio de poder y acción económica y política no territorializado.

La historia nicaragüense enmarcada dentro de la tercera fase del desarrollo del poder transnacional de los Estados Unidos abarca desde la revolución sandinista hasta nuestros días. El sandinismo iba a iniciar un proceso de cambios sociales que se orientaban a la consolidación del Estado nacional nicaragüense, precisamente en el mismo momento en que se transformaba el orden mundial y la naturaleza del poder internacional. No lo logró.

Dentro de esta tercera fase del desarrollo histórico nicaragüense, la globalización ha devaluado el Estado Nacional como el modelo de organización social que sirvió de referencia al desarrollo de Nicaragua y de otros países durante la primera y la segunda etapa del desarrollo del poder transnacional de los Estados Unidos. A partir de la última década del siglo XX, la idea del Estado Nacional -como una entidad soberana dentro de la que se territorializa una historia y una identidad nacional-, ha empezado a ser desplazada por modelos de organización transnacionales. El Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) es una de las expresiones más concretas y ambiciosas de esta tendencia.

Hoy, la integración transnacional de un país desintegrado como Nicaragua pone en peligro la soberanía nacional y la posibilidad de construir una verdadera identidad política nicaragüense. Cuando hablamos de una identidad política nacional, hablamos del conjunto de derechos, obligaciones, aspiraciones y memorias colectivas que internalizan los miembros de un Estado nacional como resultado de la experiencia de pertenecer a un espacio de acción política compartido.

Dentro de este espacio de acción política, el Estado funciona como el objeto central del conflicto por la distribución de los beneficios de la vida en sociedad y como un mecanismo de regulación e integración social que organiza este conflicto y que armoniza las diferencias -culturales, socioeconómicas, de género, lingüísticas, raciales, etc.- que coexisten dentro de cualquier sociedad nacional. Mediante estas dos funciones aglutinadoras, el Estado participa activamente en la constitución de los pilares que sostienen las identidades políticas modernas: la nacionalidad y la ciudadanía.

¿QUÉ HACER?
RESIGNADOS, VOLUNTARISTAS Y CREADORES

En nuestra incierta entrada al siglo XXI es necesario preguntarnos: ¿Puede el pensamiento y la voluntad política organizada de los nicaragüenses trascender los límites que nos impone el desarrollo histórico de nuestro Estado y enfrentar con éxito los enormes desafíos de la globalización? ¿Es posible la soberanía y la construcción y preservación de una identidad política nicaragüense en los tiempos de globalización que vivimos?

Algunas perspectivas deterministas de la historia asumen que las transformaciones estructurales que sufre la sociedad, como producto de la globalización, son las fuerzas que inevitablemente determinarán el futuro de Nicaragua. Esta visión se expresa en las posiciones económicas pragmática-resignadas neoliberales de los grupos y partidos de derecha asociados al liberalismo nicaragüense. La derecha asume que el papel social de los individuos se limita a actuar y decidir dentro de los límites impuestos por una lógica histórica -la lógica del capital- que trasciende a la voluntad y la acción política organizada.

En la otra acera, las perspectivas históricas voluntaristas privilegian el papel que juegan la voluntad y las acciones humanas en la construcción de la historia. La izquierda voluntarista, por ejemplo, no reconoce los límites estructurales que condicionan y limitan la libertad y asume que el mundo es infinitamente plástico y que, como tal, puede moldearse de cualquier forma, en función de lo que decidimos. Los intelectuales de la izquierda voluntarista critican cualquier forma de gradualismo en el cambio social, y denuncian como pro-capitalista cualquier visión política que no demande la institucionalización inmediata de un socialismo puro. Esos intelectuales son incapaces de entender que las utopías son absolutamente necesarias como un norte social, pero que para llegar a ese norte hay que caminar a través del tiempo. Y eso significa que hay que recorrer el corto, el mediano y el largo plazo.

Una tercera posición con relación a los retos que impone la globalización en países como Nicaragua es la que a partir de un norte social -una visión de la Nicaragua que queremos y necesitamos- acepta la existencia de límites objetivos a la acción humana, pero también sabe ver -y hasta crear- oportunidades para transformar y ampliar los límites de lo posible. Esta tercera posición recurre a una visión de la historia como un proceso que es -como lo señalaba Alberto Guerreiro Ramos- el resultado de una tensión permanente entre posibilidades objetivas y decisiones humanas.

EL MUNDO DE LA IZQUIERDA:
AMPLIAR LAS FRONTERAS DE LO POSIBLE

Desde esta tercera perspectiva, el rumbo de la historia nicaragüense estaría condicionado por las estructuras de poder nacionales y por las estructuras de poder que organiza el desarrollo de la globalización. Pero, a partir de la comprensión de las limitaciones y posibilidades históricas dentro de las que vivimos los nicaragüenses, un movimiento de izquierda democrático y renovado, estaría dispuesto a ampliar los límites de la realidad social y las fronteras de lo políticamente posible. Esta visión de la relación entre el individuo y su realidad estructural rescata el papel que juegan las ideas y el pensamiento político en la constitución de la sociedad y de la historia.

Para ampliar los límites de la realidad nicaragüense, el pensamiento político debe nutrirse de una visión del futuro nacional que organice la energía y las aspiraciones de la sociedad. Esta visión no puede construirse dentro de una perspectiva utópica que no tome en cuenta las limitaciones históricas dentro de las que se desarrolla la realidad nicaragüense. Pero tampoco puede ser construida dentro de una orientación pragmática-resignada que acepta la historia como un proceso ajeno a la voluntad de los que la viven y constituyen.

Entre la utopía de la izquierda voluntarista y el pragmatismo-resignado de la derecha criolla existe el mundo de la realidad, que se construye socialmente mediante la modificación mental y práctica del marco de limitaciones históricas que definen los límites temporales de lo posible. Éste es el mundo de la acción reflexiva o de la acción orientada por un pensamiento político, que se nutre de la realidad para trascenderla. Éste es el mundo dentro del cual puede desarrollarse y consolidarse un sandinismo democrático y renovado.

Trascender la realidad nicaragüense significa escapar a la desintegración socio-territorial que genera la globalización y comprometerse a construir y consolidar en Nicaragua una identidad nacional que nos haga funcionar dentro de un marco de aspiraciones comunes. Significa construir un pensamiento político que nos ayude a moldear la realidad para ajustarla a nuestros objetivos. Implica usar responsablemente la teoría social para hacer explícitos nuestros riesgos y oportunidades. Implica superar el uso acrítico de la teoría social que hoy imponen los organismos financieros internacionales y la cooperación internacional, y lograr una representación auténtica de lo que somos y podemos ser como sociedad.

CONCEPTOS TRASPLANTADOS DEL NORTE
QUE NO DEFIENDEN NI SOBERANÍA NI IDENTIDAD

La influencia de los organismos internacionales que generan la racionalidad dentro de la que opera la globalización no sólo radica en su importante poder político y económico, sino también en su capacidad de darle nombre a las cosas. Tienen capacidad para imponer la base conceptual sobre la que actúan los gobiernos e instituciones de los países del mundo.

La base conceptual que difunden estos organismos e instituciones está fundamentalmente compuesta por representaciones lingüísticas del desarrollo histórico de las sociedades democráticas capitalistas avanzadas. Trasplantada a otras sociedades con historias diferentes, esta base conceptual impone premisas históricas falsas a cualquier interpretación social, ya que los conceptos trasplantados no expresan ni representan el desarrollo histórico de las sociedades en las que éstos se implantan.

Se pueden ofrecer muchos ejemplos de los problemas que genera el uso del vocabulario conceptual que imponen los organismos financieros internacionales en Nicaragua y en América Latina. Podríamos explorar, por ejemplo, las disonancias teóricas y prácticas que se derivan de la utilización acrítica del concepto de política social en países en donde no funcionan los derechos sociales.

O las distorsiones analíticas que se derivan de la utilización del concepto sociedad civil en una región sin ciudadanos. O las consecuencias sociales de las estrategias de focalización adoptadas por algunos gobiernos para combatir la pobreza en sociedades mayoritariamente pobres. O las contradicciones que surgen de las visiones socio-territoriales y de desarrollo local promovidas por los organismos financieros internacionales que no se orientan a la consolidación política y social de los territorios nacionales de la región.

Una visión socio-territorial para la defensa de la soberanía de Nicaragua del siglo XXI tiene uno de sus pilares en el desarrollo y la democracia local. La integración social y territorial de nuestro país requiere del fortalecimiento, democratización e integración de los poderes locales.

Pero el crucial tema del desarrollo local corre hoy el peligro de convertirse en otra incongruencia semántica que falsifica la realidad y las posibilidades históricas de Nicaragua y de América Latina. Las distorsiones teóricas que se derivan del uso acrítico de ese concepto dificultan la urgente tarea de elucidar nuestra realidad social y las posibilidades históricas de nuestros países.

PENSAR GLOBALMENTE Y ACTUAR LOCALMENTE:
UNA CONSIGNA FORMULADA EN EL NORTE

El concepto de desarrollo local puede definirse como el con-junto de acciones, programas, estrategias, políticas y visiones que se orientan a mejorar las condiciones de vida de las personas que habitan espacios sub-nacionales determinados.

Con la internacionalización del capital y los otros procesos que forman parte de la globalización, el concepto de desarrollo local ha adquirido una dimensión transnacional que se expresa popularmente en la consigna Piense globalmente y actúe localmente. Esta consigna encierra toda una visión de las relaciones entre lo local, lo nacional y lo global. Pero está formulada en los países del Norte.

La consigna no menciona lo nacional porque presupone la existencia de Estados consolidados, de Estados que cuentan con la capacidad de regulación social necesaria para armonizar e integrar nacionalmente los desarrollos locales que tienen lugar dentro de sus bases territoriales. Asume también la existencia de sociedades civiles que -a pesar de los efectos antidemocráticos de la globalización- funcionan todavía dentro de un marco efectivo de derechos ciudadanos y que, por lo tanto, cuentan con capacidad para domesticar la acción del Estado.

La alta capacidad de regulación social de los Estados del Norte y la existencia dentro de esos Estados de sociedades civiles con suficiente poder político y social, contrarrestan los posibles efectos desintegradores que pudiera causar la participación de los gobiernos y actores locales en el espacio de poder transnacional que ha generado la globalización.

UN ESPEJISMO ACTUAL: SUMAR DESARROLLO LOCAL NO CONSOLIDA UN ESTADO NACIONAL

El concepto de desarrollo local en América Latina tiende con frecuencia a asumir que, al igual que en los países del Norte, los gobiernos y los actores locales pueden y deben “pensar globalmente y actuar localmente”.

Tendemos a asumir que el desarrollo local puede darse en ausencia de un esfuerzo teórico y práctico positivo para lograr que los desarrollos locales que tienen lugar dentro de los espacios políticos y territoriales nacionales de nuestra región contribuyan a la integración social y territorial de los Estados nacionales. Esta tendencia debe ser reflexionada críticamente, porque de esta integración depende la consolidación de las identidades políticas de América Latina y la promoción y defensa de la soberanía nacional.

Debemos saber también que los temas de la integración socio-territorial de nuestras sociedades, la soberanía, y la construcción de nuestras identidades políticas nacionales, no ocupan un lugar importante en las visiones del desarrollo local que promueven los organismos financieros internacionales en los documentos, medidas y proyectos que imponen a los nicaragüenses y a los latinoamericanos. Estas visiones carecen de articulaciones teóricas que reconozcan la necesidad de orientar los desarrollos locales a la consolidación de Estados nacionales democráticos en la región.

En algunos casos, los consumidores y usuarios latinoamericanos de las visiones trasplantadas del “desarrollo local” asumen que, al sumar esfuerzos en el desarrollo local, esto se traducirá, automáticamente, en la consolidación del Estado y de las identidades políticas nacionales. Asumen que los Estados nacionales de la región cuentan con la capacidad para armonizar e integrar las transformaciones económicas y sociales generadas por los desarrollos locales que tienen lugar dentro de sus bases territoriales. O más grave: tienden a rechazar los espacios políticos nacionales como el principal marco referencial de los procesos locales y asumen el espacio transnacional creado por la globalización como el marco de acción dentro del cual debe insertarse lo local.

EJEMPLOS DEL ESPEJISMO:
VISIONES GLOBALISTAS Y DES-NACIONALIZADAS

El libro “La Construcción del Desarrollo Local en América Latina: Análisis de Experiencias”, publicado por la Asociación Latinoamericana de Organizaciones de Promoción (ALOP) y el Centro Latinoamericano de Economía Humana (CLAEH) en 2002, por ejemplo, minimiza en su introducción la relación entre lo local y lo nacional, cuando señale que el desarrollo local es una nueva forma de mirar y de actuar desde el territorio en este nuevo contexto de la globalización. Y cuando agrega: El desafío para las sociedades locales está planteado en términos de insertarse en forma competitiva en lo global, capitalizando al máximo sus capacidades locales y regionales, a través de las estrategias de los diferentes actores en juego.

Otros organismos que participan en el desarrollo local en América Latina son más explícitos en su decisión de asumir el espacio global como su principal marco de acción. En 2002, FLACMA, por ejemplo, señala: En la época de la globalización las asociaciones municipales de los países y las organizaciones internacionales de gobiernos locales -como la Unión Internacional de Autoridades Locales y la Federación Mundial de Ciudades Unidas- revisten creciente importancia. Constituyen la expresión de los intereses legítimos y la vocería de las municipalidades para hacer conocer sus enfoques, propuestas de desarrollo y de autonomía ante las organizaciones internacionales de cooperación, los Estados nacionales y las Naciones Unidas. Por ello es de gran importancia el actuar concertado y la unidad de los municipalistas de toda América Latina y el mundo.

Otro ejemplo de la preponderancia de lo global en las visiones del desarrollo local en América Latina lo constituyen las premisas del Seminario Internacional sobre Perspectivas de Desarrollo en América Latina, celebrado en Santiago de Compostela, España, en mayo de 1999.

La racionalidad de este seminario se expresa claramente en el siguiente señalamiento: Frente a los grandes retos planteados por la globalización y la internacionalización de las relaciones productivas y financieras, lo local revive con fuerza como marco geográfico más adecuado para la puesta en marcha de políticas y programas de desarrollo. A partir de ese momento el espacio se convierte en un agente más que favorece o dificulta la creación de ventajas competitivas que influyen en la implantación de alternativas territoriales atractivas. En este marco, los espacios entran en competencia y aquellos que presentan alternativas viables para la creación de esas ventajas estarán en condiciones de insertarse en el contexto de las relaciones globales.

Un último ejemplo de las visiones globalistas y desnacionalizadas dominantes sobre el desarrollo local en América Latina lo constituyen las conclusiones del seminario sobre desarrollo local y globalización realizado por el CLAEH y publicadas en 1999. En éstas se señala que no vale la pena seguir trabajando con el instrumental económico utilizado por los Estados nacionales, porque éste no refleja la realidad, que está cortada por la transnacionalización. Más grave: las conclusiones de ese seminario plantean la necesidad de definir nuevas unidades geo-económicas que trasciendan lo nacional. Y critican las visiones políticas y las visiones sindicales heredadas del período anterior que siguen contemplando el Estado nación como unidad de intervención.

UNA ILUSIÓN QUE ABANDONA UN RETO

La visión globalista y desnacionalizada de “lo local” es promovida activamente por el Banco Mundial y por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID). La Estrategia de Desarrollo Subnacional del BID (2001), por ejemplo, expresa su apoyo al desarrollo local sin hacer referencia a la relación entre éste y el Estado nacional: Los países de América Latina y el Caribe están demostrando su capacidad de promover el desarrollo económico y social en una economía cada vez más globalizada. En su intento de acelerar el proceso de desarrollo socioeconómico, depositan grandes esperanzas en la posibilidad de aprovechar las oportunidades de desarrollo que se presentan a nivel subnacional; prevén dinámicas economías subnacionales que ofrezcan oportunidades de empleo y presten servicios a la población.

Con este fin, procuran ampliar los servicios y la infraestructura provistas por los gobiernos subnacionales, de tal modo que atiendan mejor a las necesidades de las economías locales y sean más capaces de colaborar con empresarios locales y organizaciones de la sociedad civil en el desarrollo de la competitividad de las economías locales y la promoción de su crecimiento.

Las visiones del desarrollo local antes anotadas ofrecen una perspectiva desproblematizada del Estado, de las identidades políticas nacionales, de la soberanía, y del reto de la integración socio-territorial de los países de América Latina. Asumen que la formación de identidades políticas nacionales y la integración socio-territorial de los países latinoamericanos puede darse como el resultado no planificado, no teorizado, no regulado, de múltiples esfuerzos locales.

Peor aún, algunas de estas visiones se entregan a la ilusión de la transnacionalidad sin fundamentos teóricos y sin precedentes históricos. En muchos casos, abandonan el reto que implica la construcción de las identidades políticas nacionales y de los espacios sociales y territoriales nacionales de la región y orientan sus energías a la búsqueda de la democracia y de los derechos en el espacio de poder transnacional generado por la globalización.

DEBEMOS RESISTIR LA TENTACIÓN
DE ABANDONAR LO NACIONAL POR LO GLOBAL

Muchos intelectuales y organizaciones de América Latina asumen que los latinoamericanos podemos construir en el espacio transnacional generado por la globalización la democracia y los niveles de justicia y solidaridad que no hemos podido construir en el ámbito nacional. Debemos resistir esta tentación, la de abandonar la lucha por la democracia y la justicia en los espacios nacionales de la región para buscarlas en el espacio transnacional. Y debemos resistirla porque esta posibilidad carece de un sustento teórico y de un fundamento histórico.

Si bien es cierto que ese espacio transnacional ha aumentado la interacción y la comunicación entre los actores y los movimientos sociales transnacionales del Norte y del Sur, también es cierto que estas interacciones e intercambios -como bien lo señala Habermas- no necesariamente promueven la expansión de un mundo que es intersubjetivamente compartido. Un espacio de poder, como lo señala Benno Werlen, sólo puede operar democráticamente cuando éste funciona como un marco de referencia; es decir, cuando funciona como un espacio mental generado por la experiencia colectiva de personas que comparten un conjunto similar de oportunidades de vida.

MOVIMIENTOS TRANSNACIONALIZADOS DEL SUR:
CON UN MÍNIMO PODER

Las sociedades que representan los movimientos y actores sociales del Norte y del Sur, que participan en el espacio de poder y conflicto transnacional creado por la globalización, no comparten las mismas oportunidades de vida. Las estadísticas son contundentes.

De acuerdo con cifras de Naciones Unidas, a finales de los años 90, las sociedades de los países de mayores ingresos, un quinto por ciento de la población mundial, controlaba el 86% del Producto Interno Bruto (PIB) del mundo, mientras el quinto por ciento más pobre de la población del mundo, controlaba apenas el 1% del PIB del planeta. El quinto por ciento más rico del mundo controlaba el 68% de las inversiones internacionales directas y el quinto por ciento más pobre controlaba apenas un 1% de esas inversiones. Otro indicador: el quinto por ciento más rico era dueño del 74% de las líneas telefónicas del globo, mientras el quinto más pobre apenas poseía un 1.5% de éstas. El poder transformador de los movimientos y actores sociales transnacionalizados es mínimo porque, como lo apunta también Werlen, el poder sólo existe cuando es puesto en acción y para esto se necesita la materialidad. Los actores y movimientos sociales transnacionalizados funcionan dentro de espacios organizados alrededor de ejes de poder desterritorializados. Y las instituciones que forman parte de estos ejes son prácticamente inmunes al ejercicio de la fuerza.

En ausencia de la fuerza como instrumento de presión, la acción política de los movimientos sociales transnacionalizados pierde su capacidad transformadora, ya que la inmaterialidad de los ejes de poder transnacional dificulta la identificación de un punto de referencia común alrededor del cual puedan crearse estructuras de solidaridad y cooperación entre esos movimientos sociales.

HOY DAVID NO SABE DÓNDE ESTÁ GOLIAT

Las protestas contra la globalización que se iniciaron en 1999 en Seattle tienen un importante valor simbólico para el trabajo de los movimientos sociales transnacionales pero también muestran claramente las dificultades y las enormes limitaciones que encierra una práctica política desterritorializada que no cuenta con una Bastilla o con un Cuartel Moncada hacia donde apuntar, hacia donde pueda canalizarse la energía transformadora de la fuerza y de la acción política organizada. En el mundo globalizado de hoy -como bien lo ha señalado Néstor García Canclini- David no sabe donde se encuentra Goliat.

La multiplicación de las posibilidades de contacto -las famosas redes- entre los movimientos y actores sociales dentro de los nuevos espacios transnacionales no necesariamente se traduce en la construcción de nuevos espacios políticos democráticos y en la articulación de nuevas estructuras de derechos ciudadanos. Esto tendría que obligarnos a examinar críticamente el potencial transformador y democrático de los actores y movimientos locales que tienden a asumir que el espacio transnacional creado por la globalización es su principal campo de acción. Más aún, tendría que obligarnos a revalorar el espacio nacional como el principal marco referencial del desarrollo local.

EL PND DE BOLAÑOS: LO GLOBAL Y LO LOCAL
SIN PENSAR EN LO NACIONAL

En Nicaragua, la visión desproblematizada del Estado, de la identidad política nicaragüense y del reto de las integración socio-territorial del país se hizo palpable en el ya fracasado Plan Nacional de Desarrollo (PND) del gobierno de Enrique Bolaños. Hay que revisar la visión socio-territorial que encerraba este plan, no solamente porque el PND tiene un valor histórico, sino también porque la derecha nicaragüense asociada con el liberalismo criollo continúa aceptando sus premisas y objetivos.

El argumento central del PND es que la promoción de la competitividad empresarial debe ser la variable independiente a la que deben ajustarse todos los elementos que forman parte de la ecuación social nicaragüense. Así, la justicia social, el desempleo, la distribución del ingreso, el desarrollo local y la organización del territorio nacional, son tratados en este plan como las variables dependientes que deben responder a la lógica mercadocéntrica que lo orienta.

Para promover la competitividad, el gobierno Bolaños se proponía facilitar la articulación de “conglomerados” de negocios en distintos territorios del país. La competitividad de esos territorios era considerada como la mecánica operativa del PND.

Como pieza de esa mecánica, los gobiernos locales debían adoptar una visión empresarial para generar procesos de aglomeración que lleven a la competitividad del territorio. El Estado central, por su parte, orientaría la inversión pública a propiciar la creación de un entorno microeconómico que decididamente aumente la competitividad y productividad de las empresas privadas.

La formación de capital humano a través de los servicios de vivienda, agua, saneamiento, salud y educación se orientaría a reducir costos al sector privado y a facilitar la integración territorial de la economía y de los núcleos sociales. En uno de los borradores del Plan Nacional de Desarrollo, los tecnócratas del gobierno señalaban: La inversión en capital humano sin crecimiento económico se puede tornar en un gasto. Esta frase no apareció en el documento final. Suponemos que algún consultor les aconsejó esconder este pensamiento.

UNA IDEA ATERRADORA:
UN “MAPA DE MIGRACIONES” PARA LOS POBRES

¿Y qué iba a pasar con los pobres que no viven dentro de los territorios competitivos del país? Muy sencillo, sugerían los creadores del PND: tendrán que moverse hacia las zonas y regiones competitivas: Las zonas de mayor pobreza y vulnerabilidad continuarán siendo atendidas a través de los programas sociales universales, promoviendo además, la emigración a zonas con mayor potencial productivo. En este sentido, el objetivo final de la política social propuesta por el PND era facilitar la inserción sostenible de la población pobre al mercado. Para facilitar los movimientos poblacionales previstos, el gobierno proponía establecer un mapa de migraciones que permitirá imprimirle dinamismo al PND, a fin de que éste pueda ser adaptado conforme cambian los patrones dinámicos de la economía. La competitividad -el principal patrón de cambio en la lógica del PND-, no es absoluta ni permanente, se gana y se pierde en función de acciones y estrategias de juego de los competidores.

En síntesis: la distribución de la población nicaragüense y la organización de nuestro territorio nacional dependerían de los vaivenes del mercado, dentro de un sistema competitivo organizado por el Estado. Esta idea resulta aterradora si tomamos en cuenta que la capacidad de regulación social del Estado nicaragüense, su capacidad para regular y ordenar las relaciones sociales dentro del territorio nacional es pobrísima.

El Estado nicaragüense, que no ha sido capaz de construir una carretera decente que una el Pacífico con la Costa Caribe; el Estado nicaragüense, que todavía es incapaz de establecer un sistema bancario estable; un Estado que no ha podido rehacer el casco urbano de la capital después de más de treinta años de su destrucción en el terremoto de 1972; ese mismo Estado proponía una masiva reorganización territorial para que la población del país -la más pobre y desnutrida de América Latina- se moviera a través del territorio nacional en función del mercado y de la competitividad empresarial.

EL MODELO TECNOCRÁTICO EN NICARAGUA:
EL SUEÑO DE LA RAZÓN PRODUCE MONSTRUOS

La tecnocracia neoliberal del gobierno Bolaños adoptó en el PND, de manera irresponsable y superficial, las premisas básicas del modelo de Estado y sociedad mercadocéntrico que promueven los principales organismos financieros internacionales. Ese modelo se cristalizó en los países del Norte en los años 80, cuando la movilidad del capital redujo el poder del Estado para domesticar la acción del mercado. Eso facilitó el surgimiento de un nuevo modelo de relaciones entre el Estado, el mercado y la sociedad, el que propone que las reglas del mercado deben aplicarse al funcionamiento del Estado. Este modelo asume también que las personas que integran cualquier sociedad nacional son, fundamentalmente, consumidores que buscan maximizar su bienestar.

A pesar de la esencia estrictamente utilitarista y antidemocrática de este modelo, sus premisas histórico-institucionales son válidas para los Estados y las sociedades del Norte. La propuesta mercadocéntrica asume la existencia de gobiernos centrales con una alta capacidad de regulación social, capaces de organizar un sistema que ordene el funcionamiento competitivo de los territorios y gobiernos locales.

En segundo lugar, este modelo asume la existencia de gobiernos locales y territorios sub-nacionales competitivos. En tercero, asume la existencia de un sector empresarial también competitivo. Y en cuarto lugar -lo más importante- asume la existencia de ciudadanos que gozan de derechos y que cuentan con la información y la capacidad necesaria para participar en el juego del mercado. De acuerdo con las premisas del modelo mercadocéntrico, los ciudadanos pueden hacer uso de sus derechos y de su capacidad económica para castigar a sus gobiernos locales en votaciones democráticas o bien “votando con los pies”, es decir, moviéndose de las localidades menos competitivas a las más competitivas de sus países.

LA GLOBALIZACIÓN
NO ES UN HECHO CONSUMADO

Ninguna de las premisas del PND tiene valor en Nicaragua. La capacidad de regulación social de nuestro Estado central es debilísima, ya que su penetración territorial, eficiencia administrativa y legitimidad política son mínimas. En segundo lugar, la gran mayoría de nuestros gobiernos locales no cuenta con la capacidad administrativa y económica necesaria para participar en un juego competitivo. En tercer lugar, no contamos con una empresa privada verdaderamente competitiva. En cuarto lugar, nuestra población no cuenta ni con los derechos, ni con la información, ni con la capacidad de movilización que asume el modelo de desarrollo mercadocéntrico.

Así, los desplazamientos poblacionales que pudo haber generado el juego de la competitividad empresarial que sirve de eje al PND pudieron haber terminado siendo réplicas de las marchas del hambre provocada por la crisis del café, una crisis que el Estado nicaragüense -el mismo que se proponía impulsar una reorganización poblacional y territorial a gran escala- no ha logrado resolver.

Los principios normativos del PND tienen como sustento la lógica instrumental del mercado. De acuerdo a este plan y al pensamiento neoliberal en general, la hegemonía del mercado es inevitable, ya que la globalización del capital es un hecho consumado. La globalización -señala el PND- es un fenómeno que nos puede gustar o no... Esta ahí y vino para quedarse. Negar esto es un error. Lo que Nicaragua tiene que hacer es reconocer esa realidad y desarrollar una estrategia que le permita sacar ventajas de la misma y minimizar los impactos negativos.

Esta visión de la globalización no tiene un sustento teórico o histórico serio. La globalización no es un hecho consumado sino que es un proceso dentro del cual participan: las fuerzas sociales que tratan de subordinar la dinámica del capital a una racionalidad política democrática, los intereses que se oponen a la imposición de cualquier tipo de condicionamientos éticos o políticos sobre la acumulación del capital, y quienes empujados por una visión pragmática-resignada de la historia asumen que lo único que puede hacer un país como Nicaragua es postrarse en reverencia frente al mercado y sus mandamientos. ¿Quién de ellos controlará este proceso, que no es un hecho consumado? La respuesta a este interrogante es el gran desafío actual de la izquierda.

SIETE EJES NEOLIBERALES
Y SIETE EJES ALTERNATIVOS Y DE IZQUIERDA

El PND giraba alrededor de siete ejes:
1- Una visión gerencial de la función de gobierno.
2- Una visión del Estado como un aparato administrativo que hay que reformar para adecuarlo a las necesidades del capital.
3- Una visión de la economía de mercado como el sistema ordenador de la vida de los nicaragüenses.
4- Una visión de la democracia como un consenso social predeterminado por el imperativo de la competitividad empresarial.
5- Una visión de la política social como una alternativa a los derechos sociales ciudadanos.
6- Una visión del espacio nacional como la arena de la competitividad empresarial.
7- Una visión del desarrollo local como un instrumento facilitador de la reproducción del capital.


La visión socio-territorial de una izquierda renovada y democrática nicaragüense debe girar alrededor de siete ejes teóricos y conceptuales alternativos:
1- Una visión política de la función de gobierno.
2- Una visión del Estado como una estructura de poder que debe responder a las aspiraciones y necesidades de los diferentes sectores de la sociedad nicaragüense.
3- Una visión de la economía de mercado como un sistema que mediante condicionamientos éticos, políticos y legales, debe contribuir a la protección del bien común de todos los nicaragüenses.
4- Una visión de la democracia como un consenso social que integre las necesidades y aspiraciones de la sociedad nicaragüense.
5- Una visión de la política social como una extensión de los derechos sociales ciudadanos.
6- Una visión del espacio nacional como la base material sobre la que se construye una identidad, una cultura y un futuro nacional.
7- Una visión del desarrollo local como un instrumento para la promoción y defensa de la soberanía nacional, la democratización y la integración socio-territorial de Nicaragua.

EL DESARROLLO POLÍTICO DEL NORTE
Y NUESTRO SUBDESARROLLO POLÍTICO

El desarrollo local en un país como Nicaragua debe contribuir a la articulación de visiones y estrategias que faciliten la integración socio-territorial del país y a la construcción democrática de nuestra soberanía e identidad nacional. La mejor consigna sería: Pensar nacional y globalmente y actuar localmente.

“Pensar nacionalmente” es pensar “históricamente” para determinar el papel que debe jugar el desarrollo local en la superación de las deficiencias de nuestro desarrollo estatal, social y territorial. Para apreciar la especificidad histórica del Estado nicaragüense es necesario comparar sus características esenciales con las de los Estados consolidados del Norte que -por nuestras inclinaciones imitativas- han servido como el principal modelo normativo del desarrollo político de América Latina.

La estructura político-institucional actual de los países del Norte ha sido el resultado de tres procesos complementarios. El desarrollo de un poder soberano estatal construido sobre la base de espacios territoriales socialmente integrados. El desarrollo de la capacidad del Estado para condicionar las relaciones sociales dentro de su territorio. Y la evolución e institutionalización de un marco de derechos ciudadanos que coexiste con la desigualdad social que promueve el mercado.

En cambio, la evolución político-institucional de Nicaragua está marcada por procesos a la inversa. La dependencia externa de nuestro Estado. La desarticulación de nuestra base territorial. El desarrollo de estructuras estatales con baja capacidad de regulación social. Y la conformación de estructuras de derechos ciudadanos frágiles y parciales.

LA DEMOCRACIA ES UN ANCLA
QUE GARANTIZA SOBERANÍA NACIONAL

La globalización intensifica las características básicas de las relaciones entre Estado y sociedad en Nicaragua, ya que transnacionaliza el aparato estatal debilitando su capacidad para desarrollar y reproducir los niveles de integración sobre los que se fundan la nación y la ciudadanía. La transnacionalización del Estado, además, obstaculiza las posibilidades de desarrollo de verdaderas sociedades civiles fundamentadas en estructuras de derechos ciudadanos.

En estas condiciones, el desarrollo nacional no puede concebirse simplemente como la sumatoria de los esfuerzos de desarrollo local. El desarrollo local tiene que integrarse explícitamente dentro de una visión nacional y, más concretamente, dentro de un esfuerzo explícito y positivo para consolidar instituciones y consensos sociales que integren las aspiraciones y los intereses de los diferentes sectores de la sociedad nicaragüense. De lo contrario, los desarrollos locales pueden contribuir a exacerbar la fragmentación de la base espacial y social del país.

La integración socio-territorial del país para condicionar la naturaleza y el impacto de la globalización debe ser uno de los objetivos fundamentales de un gobierno de izquierda en Nicaragua. Más aún, una política socio-territorial alternativa a la neoliberal debe tener como su principal objetivo la reducción de nuestra vulnerabilidad frente a la globalización mediante la profundización y consolidación de la democracia en nuestro país.

Son precisamente los Estados democráticos del mundo los que hoy por hoy logran navegar mejor en las aguas de la globalización. Estos Estados están anclados en sociedades civiles organizadas que los obligan a actuar en el espacio transnacional, tomando en consideración las necesidades y demandas de la sociedad. Aún países pequeños, como Uruguay y Costa Rica, han demostrado que una estructura de derechos ciudadanos sirve para contrarrestar los vaivenes y la trasnsnacionalización antidemocrática del Estado.

DESCENTRALIZACIÓN Y PODER LOCAL:
UNA VISIÓN DESDE LA IZQUIERDA

Los elementos fundamentales de una relación virtuosa entre desarrollo local, integración nacional socio-territorial y democracia han sido articulados por Mónica Baltodano, del Movimiento por el Rescate del Sandinismo. En su libro “Democratizar la democracia: el desafío de la participación ciudadana” (2002), Baltodano reconoce que la izquierda latinoamericana no ha logrado articular una visión del desarrollo local que se oriente a la defensa de la soberanía nacional, por la integración socio-territorial y la democratización de nuestros países. Puntualiza: Los postulados de numerosas organizaciones sobre el municipio son insuficientes, no poseen un discurso coherente y carecen de una innovadora y consistente propuesta democrática para el poder local.

Las razones que explican la ausencia de una visión del poder local como un mecanismo integrador y democratizante las explica así: La debilidad de las reflexiones de importantes sectores de la izquierda sobre el modelo de sociedad que se busca está vinculada a un enfoque pragmático, y de alguna manera oportunista, que se hace de cara a la lucha por el gobierno. Las pretensiones de competitividad en el terreno de la democracia liberal clásica (electoral) les hace asumir en buena medida el discurso neoliberal, que incluye -cierto- la proclamación de la descentralización y del fortalecimiento de la participación, pero no hay formulaciones novedosas frente a los mecanismos convencionales ya conocidos: iniciativa ciudadana de leyes, referéndum, instancias consultivas como los consejos económico-sociales, cabildos y asambleas populares a nivel local.

Sin desconocer los riesgos y vicios reales y potenciales que forman parte de la realidad local, Baltodano propone el fortalecimiento de los gobiernos locales como instancias democráticas participativas, y defiende la democracia participativa como un complemento de la democracia liberal electoral y representativa: La democracia formal sigue teniendo un rol clave, pero debe ser complementada con la democracia real, sustancial o social, cuyo propósito fundamental es la búsqueda de solución a los problemas más sentidos por la población: pan, tierra, trabajo, educación, vivienda; todas ellas, cosas que permiten avanzar hacia una sociedad más igualitaria.

La visión del poder local que defiende Baltodano es radicalmente diferente a la visión que ofrecen los programas de descentralización neoliberal. Lo que ella propone es la democratización real del poder del Estado a través del ensanchamiento del poder local y de la participación popular nacional y local. La visión neoliberal de la descentralización y de los gobiernos locales -nos dice ella- reinvindica la participación como un mecanismo para trasladarle al ciudadano, a los particulares y al mercado (a través de la privatización), una serie de funciones sociales que antes realizaba el Estado y como un mecanismo para subsanar las nuevas y recurrentes crisis de legitimidad creadas por el capital.

PARA SUPERAR LA BRECHA
QUE SEPARA A NUESTRO ESTADO DE LA SOCIEDAD

La visión de Mónica Baltodano es congruente con las premisas, el análisis y las conclusiones del estudio sobre la descentralización en Nicaragua que llevaron a cabo Sofía Montenegro y Elvira Cuadra, del Centro de Investigaciones de la Comunicación (CINCO) en 2003.

Apartándose de la perspectiva neoliberal dominante en Nicaragua a partir de 1990, Montenegro y Cuadra señalan que la descentralización debe recuperar la esencia de su naturaleza política y convertirse en una oportunidad de envergadura nacional y trascendencia histórica, no solamente para los propósitos nacionales, sino también para fortalecer la capacidad de negociación del país en el entorno de la globalización. Puntualizan: El establecimiento de una relación de nuevo tipo entre el Estado, especialmente el gobierno central, y el nivel local pasa por la descentralización del poder político, el reconocimiento a la legitimidad de los gobiernos y actores locales, así como por la creación de instancias y/o estructuras intermedias que sirvan de puente en la comunicación entre los diferentes niveles del poder. Esto es válido en dos ámbitos: en la relación entre gobierno central y gobiernos locales y en la relación entre Estado y Sociedad Civil en sus diferentes niveles.

La racionalidad política propuesta por Mónica Baltodano, Sofía Montenegro y Elvira Cuadra puede contribuir a la superación de las deficiencias históricas que caracterizan al Estado nicaragüense. Puede contribuir a reforzar la capacidad de regulación social de nuestro Estado, a contrarrestar su dependencia externa, a reducir su fragmentación y a disminuir la brecha que lo separa de la sociedad nicaragüense.

LA ESTRATEGIA QUE NECESITAMOS PARA
ENFRENTAR LAS PRESIONES INTERNACIONALES

Vale la pena recordar que la experiencia histórica de los países que han logrado institucionalizar sistemas democráticos efectivos muestra que el desarrollo de la capacidad de regulación e integración social del Estado se vio favorecida por el desarrollo del poder de la sociedad civil y de las instancias político-administrativas locales.

La ampliación y consolidación de la sociedad civil y del poder estatal local, a su vez, facilitaron la articulación de circuitos de comunicación que conectaron al Estado, no con una población atomizada y desarticulada, sino con estructuras de organización social que el Estado pudo utilizar para ejecutar sus funciones regulativas e integradoras. Al mismo tiempo, la sociedad civil y los poderes locales pudieron utilizar los circuitos de comunicación creados por el Estado central para canalizar sus propias demandas. Este doble desarrollo facilitó la consolidación de la soberanía popular como la expresión de un poder político democrático capaz de condicionar la acción del Estado central.

El impulso a la consolidación de una relación democrática entre el Estado y la sociedad a través de la descentralización es, además, un medio efectivo para combatir los efectos disgregantes de la globalización. La descentralización y el fortalecimiento de la participación y de los gobiernos locales que proponen Baltodano, Montenegro y Cuadra es una de las pocas estrategias político-institucionales que pueden evitar que el débil Estado nicaragüense continúe transnacionalizándose antidemocráticamente, que continúe adecuándose a las presiones de los organismos internacionales y del mercado mundial, en detrimento de su capacidad para responder a las necesidades y aspiraciones de la sociedad nicaragüense.

TENEMOS QUE PINTAR EL MURAL
DE NUESTRAS ESPERANZAS COMO PICASSO

El llamado a la recuperación de “lo nacional” no debe interpretarse como una propuesta nostálgica que ignora la realidad de la globalización. Vivimos una realidad fragmentada, interconectada, multidimensional y multicéntrica. Vivimos en el mundo de Picasso, un mundo en donde los espacios políticos territoriales tienden a convertirse en estaciones de tránsito por donde circula el capital, la información, el conocimiento y hasta los valores.

En estas condiciones, la acción de los gobiernos y de los actores nacionales y locales debe orientarse a la identificación y articulación de estrategias que nos permitan aprovechar esa circulación, a sabiendas de que éstas serán siempre de validez parcial y transitoria. La soberanía se convierte entonces en un proceso permanente de defensa y construcción de un espacio político y de una identidad nacional.

La construcción de nuestra realidad histórica debe tomar en consideración la naturaleza del nuevo contexto mundial dentro del que opera Nicaragua, pero también debe considerar la aspiración soberana de nuestro pueblo. Tenemos que pintar el mural de nuestras esperanzas, dentro de la alucinante recomposición de la realidad del mundo globalizado de hoy. Tenemos que resolver la contradicción entre la perspectiva nacional y la perspectiva global sin renunciar a nuestra soberanía y a nuestra identidad.

La superación de lo contradictorio es, precisamente, el fundamento de la verdad estética que expresa la pintura de Pablo Picasso, una verdad que, como bien dice Carl Einstein, es el resultado de la tensión entre polos opuestos. La aspiración de la paz está presente en el horror bélico del Guernica, de la misma manera en que la aspiración soberana está presente -como necesidad histórica- en el mundo transnacionalizado de hoy. La territorialización de nuestra historia -fundamental para la consolidación de nuestra identidad nacional- sólo puede lograrse si integramos a ese mural de esperanzas la aspiración soberana que nos heredó Augusto César Sandino.

CATEDRÁTICO DE CIENCIAS POLÍTICAS EN CANADÁ. COLABORADOR DE ENVÍO.

Imprimir texto   

Enviar texto

Arriba
 
 
<< Nro. anterior   Nro. siguiente >>

En este mismo numero:

Nicaragua
Mirando a noviembre, mirando al Sur

Nicaragua
Elecciones en la Costa Caribe (2): ¿Habrá algo que celebrar?

Nicaragua
Un reto para los Partidos Políticos (4) ¿Es posible la soberanía nacional en tiempos de globalización?

Nicaragua
Noticias del mes

El Salvador
Un líder de izquierda, fiel al pueblo pobre

El Salvador
En la muerte de Schafik Handal: Los desafíos del FMLN en esta hora

Honduras
Masacres en las cárceles: reflejo de una crisis social y política

México
¿Qué quiere el zapatismo con la “Otra Campaña”?

América Latina
Michelle Bachelet: ¿una madre para Chile?

América Latina
“Chile somos todos”
Envío Revista mensual de análisis de Nicaragua y Centroamérica