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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 245 | Agosto 2002

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Nicaragua

Jóvenes: fresas, revolucionarios, bacanaleras y hippies

"Uno es más auténtico cuanto más se parece a lo que quiere ser", dice Pedro Almodóvar en "Todo sobre mi madre". Una encuesta hecha a jóvenes universitarios de la UCA permite identificar lo que quieren ser, los símbolos con que se dotan de identidad. Cuáles son sus caras y sus máscaras.

José Luis Rocha

Ha desaparecido aquella bipolaridad de los años 80, ligada a las grandes ideologías que generaban enfrentamientos dicotómicos y maniqueos. Ha sido sustituida por una fragmentación de las fuentes de identidad y, consecuentemente, de las formas de agrupación juvenil. No sólo en los jóvenes se expresa este giro. Una segmentación semejante ha ocurrido también entre los escritores nicaragüenses y entre otros gremios. La fragmentación es un síntoma de nuestra época.

Hoy importan más los lugares de diversión que las organizaciones

Actualmente existen en Nicaragua muy variadas formas de agrupación juvenil. Sobreviven, mal que bien, grupos juveniles con fines religiosos, culturales o políticos. Pero su convocatoria resulta ser raquítica, especialmente si los comparamos, por ejemplo, con las pandillas -la militancia juvenil más fuerte-, cuya identidad no está asociada en manera alguna a los políticos y a su política. En las agrupaciones juveniles formales también hay actualmente menos organicidad ligada a jerarquía, planificación y regularidad, elementos que han cedido espacio a una convocatoria más espontánea y anárquica. Por éstas, entre varias razones, las organizaciones juveniles no son un barómetro capaz de ponderar la presión por la identidad.

En este sentido, más que la presencia en un grupo juvenil, que es coyuntural y transitoria -extremadamente ligada a la edad- importa el conjunto de prácticas, gustos y estrategias que a veces no están asociadas directamente a grupos por edad ni coinciden con los espacios geográficos de residencia ni con los niveles socioeconómicos. Más que por la organicidad de los jóvenes, nos preguntamos por las diferentes opciones de estilos de vida. La pregunta por la presencia de los jóvenes en organizaciones formales obedece más al paradigma de construcción de identidades vigente en los años 80. Y aunque ese esquema no deja de suscitar preguntas interesantes de cara a la política, empata menos con el énfasis actual del mensaje que los jóvenes están emitiendo con su afición a ponerse etiquetas.

Fruto de una investigación que constituye un primerísimo acercamiento a este tema, todo lo que aquí sea dicho queda dicho a manera de hipótesis. Importa averiguar cómo se presentan, etiquetan y disfrazan los jóvenes de hoy. Y, en esa búsqueda, los lugares de diversión -por poner un ejemplo- importan más que las organizaciones. Esos lugares pueden tener mayor potencial como plataformas que confirman, transmiten y generan identidad, porque mediante sus precios, música, servicios, grados de exclusividad excluyente y niveles de absorción masificante seleccionan una clientela específica. Esos lugares le apuntan a un segmento de mercado, cómo dirían los expertos en mercadotecnia. Hoy, los sitios de diversión en Managua se clasifican en base a los rasgos de sus clientes: cheles, hippies o gente alternativa, fresas... O el más general y autoimpuesto de tranquilo o, por influencia norteamericana, cool.

Buscando conceptos en el microuniverso de la universidad

En mi búsqueda de conceptos sobre jóvenes me he dado cuenta que la literatura sociológica nicaragüense no ha trabajado en absoluto esa propensión de los jóvenes a clasificarse mutuamente y a generar guettos a partir de las tipologías que crean. Todos los autores tratan a los jóvenes como si fueran una masa homogénea. ¿Arrogancia de los cientistas sociales? ¿Simplificación perezosa? ¿Anclaje en el pasado? ¿Ingenuidad? Algunos estudios, muy meritorios en otros aspectos, omiten incluso las distinciones más elementales: jóvenes del campo y de la ciudad o jóvenes de altos y de bajos ingresos. Una posición más realista debe partir del hecho de que no hay una juventud, sino juventudes, diversas formas de ser joven. Y la intuición de este fenómeno -hace tiempo constatado por sociólogos de prestigio- está ya en el ambiente y es quizás uno de los mensajes en el que los jóvenes ponen énfasis e insisten machaconamente a través de la mentefactura de etiquetas.

Nos ocuparemos únicamente en este microanálisis de un microuniverso, de una especie muy particular de joven: el joven universitario, la joven universitaria. En Nicaragua, según la Encuesta de Nivel de Vida del 2001, sólo el 30% de los jóvenes entre 16-25 años se matricularon ese año en la universidad. De modo que, estudiando a los universitarios estaremos lejos de haber retratado a nuestra juventud. Y acotaremos aún más: elegimos a la población estudiantil de la Universidad Centroamericana (UCA). Y esto, por el hecho, fácilmente constatable, de que a la UCA acude una clientela estudiantil notoriamente heterogénea y, en algún sentido, la más representativa de la variedad de tipos de jóvenes universitarios que podemos encontrar en otras universidades de Managua. El abanico de carreras y la diversidad de aranceles han dotado a la UCA de un estudiantado de una variedad no siempre bienvenida por los profesores -que encuentran en ese rasgo no pocas dificultades para pulsar teclas de intereses que muevan a todos-, pero que refleja bastante aproximadamente la heterogeneidad universitaria de la capital y, hasta cierto punto, del país, porque el 26% de los estudiantes de la UCA vienen de otros departamentos.

Para beneficiarnos de esta diversidad, nos serviremos de la base de datos de una encuesta que el Instituto de Encuestas y Sondeos de Opinión (IDESO) de la UCA aplicó en el segundo semestre del 2001 a una muestra de 400 estudiantes balanceada por carreras, el 37% de ellos varones, el 63% mujeres. La situación socioeconómica del estudiantado de la UCA forma parte de la variedad elegida. Según la encuesta de IDESO, el 36% de los entrevistados proviene de colegios privados relativamente costosos, el 44% de colegios privados para clase media baja y el 20% estudió la secundaria en colegios públicos.

Clasificar es dominar, clasificarse es diferenciarse

Los jóvenes se colocan mutuamente etiquetas que caracterizan y censuran conductas, lugares, formas de diversión. Este procedimiento tiene la finalidad de producir identidad por contraste: yo no soy hippie, no soy peluche, no soy fresa. Los jóvenes se clasifican. La taxonomía juvenil es a veces implacable. Este afán clasificatorio es un rasgo que busca exhibir rasgos, destacar estilos de vida, enfatizar maneras de ser. ¿Es un prurito de enclasamiento? ¿Expresa una búsqueda de identidad? ¿Llega al colmo de ser una segregación casi fundamentalista? ¿Por qué ahora surge esa tan aguda necesidad de clasificar? ¿Qué finalidad práctica tiene la taxonomía juvenil? ¿Es un ejercicio de dominio cultural? ¿Un afán de saber quién es quién? ¿Es la lucha de las clasificaciones una pugna por recortar espacios, identidades?

Según el recientemente fallecido sociólogo francés Pierre Bourdieu, nuestra percepción y nuestra práctica, especialmente nuestra percepción del mundo social, están guiadas por taxonomías prácticas, y las clasificaciones que producen estas taxonomías deben su virtud al hecho de que son prácticas, que permiten introducir precisamente bastante lógica para las necesidades de la práctica, ni demasiada -lo impreciso es a menudo indispensable, especialmente en las negociaciones-, ni demasiado poca, porque la vida se haría imposible.

Pero además de tener un poder práctico de ubicación que nos ayuda a desenvolvernos en el mundo social, las clasificaciones son una forma de ejercer el dominio cultural. Es el afán de objetivar a los otros, de extraer su esencia a partir de su atuendo, de conocer los aspectos intangibles de su cultura auscultando sus hábitos visibles -los accesorios, el vestuario- para asignarles una posición en el espacio social, unas coordenadas que definan sus dimensiones. Para Bourdieu la lucha de las clasificaciones es una dimensión fundamental de la lucha de clases. El poder de una visión de las divisiones, es decir el poder de hacer visibles, explícitas, las divisiones sociales implícitas, es el poder político por excelencia: es el poder de hacer grupos, de manipular la estructura objetiva de la sociedad.

Las maneras adoptadas -ademanes, vestuario, paladar cultural, valores, cosmovisión- no dejan lugar a dudas acerca de cuál es la ubicación en el espacio social. De ahí que, para Bourdieu, las diferencias funcionen como signos distintivos y como signos de distinción... A través de la distribución de las propiedades, el mundo social se presenta, objetivamente, como un sistema simbólico que está organizado según la lógica de la diferencia, de la distancia diferencial. El espacio social tiende a funcionar como un espacio simbólico, un espacio de estilos de vida y de grupos de estatus, caracterizados por diferentes estilos de vida. Por eso quisimos analizar formas de divertirse, gustos, consumo, que cristalizan en prácticas enclasadas y enclasantes, realizadas para distinguirse, diferenciarse de otros grupos, adquirir identidad.

En la definición del perfil de cada tipo de joven usamos las etiquetas fabricadas por los mismos jóvenes, pero las contrastamos con los datos procedentes de la encuesta de IDESO y con el razonamiento sobre la posible estrategia que se manifiesta en las costumbres declaradas.

Dime lo que lees y te diré... lo que quieres parecer

Los gustos literarios son un claro ejemplo de cómo una preferencia es empleada para definir a un grupo. El consumo de los productos culturales es un ubicador social. La encuesta de IDESO mostró una masiva predilección del total de los encuestados por las obras de Rubén Darío y Gabriel García Márquez. ¿Por qué Rubén Darío? O, mejor, ¿por qué García Márquez? En otro tiempo la elección de García Márquez como escritor favorito hubiera tendido a ser una especie de declaración de principios: una forma de confesar la militancia en la izquierda. En la actualidad, Gabo es leído incluso por aquellos de quienes no se puede asumir que sean de izquierda. Un somero conocimiento del termómetro literario basta para saber que García Márquez ha sido consagrado como escritor legítimo. Largos años de éxito en el oficio, tirajes millonarios y cientos de estudios académicos de sus obras lo demuestran. El Premio Nobel fue el espaldarazo que sirvió de salvoconducto para su ingreso en todas las bibliotecas. Esta legitimación lo despolitizó al dotarlo de universalidad: apto para todas las ideologías, razas y nacionalidades. La despolitización del autor le quita a la lectura su carácter de proclama y acentúa lo que tiene de diversión. No subvierte, pero divierte. Es el autor más leído. Pero lo leen ante todo el 50% de los fresas y el 35% de los que se denominaron apolíticos.

Los lectores de García Márquez no pretenden ser catalogados como intelectuales. Esa pretensión habría recurrido a autores más sofisticados y minoritarios como Sábato, Cortázar o Carpentier. Así pues, la mención de las obras de García Márquez como lectura predilecta apunta a que, en este rubro, el lector o la lectora sean calificados entre quienes consumen "marcas" reconocidas. En el caso de quienes se definen como apolíticos -coinciden con los de menores ingresos- se trata también de leer un producto accesible a bajo precio adquirido en un puesto de venta de libros de segunda mano.

¿Cómo me etiquetan a mí? ¿Qué etiqueta me pongo yo?

En el análisis empleamos únicamente definiciones que han adquirido cierto nivel de legitimidad social, asumiendo el riesgo de que, en una encuesta, los jóvenes no se atribuyan siempre la etiqueta con la que sus observadores los clasificarían. En nuestra tipología sólo prestamos atención a cuatro etiquetas: fresas, hippies, revolucionarios y bacanaleros, aunque eventualmente hacemos alusión a otros tipos, como los normales. En la encuesta de IDESO muchos jóvenes tendieron a clasificarse como naturales, adjetivo que implica que otras categorías son fabricaciones que denotan falta de autenticidad. Adquirir reputación de "auténtico" es uno de los bienes simbólicos más apreciados en la cultura juvenil nica. ¿También en la del mundo globalizado?

Muchos estudiantes se autodenominaron tranquilos, calmadas, normales, cool, high, tuani. Los adjetivos cambian según el nivel socioeconómico. Los jóvenes de colegios privados costosos no se definen como tuani o calmada, términos que son moneda corriente en el vocabulario popular. Algunos jóvenes que proceden de colegios públicos sí se autocalifican como high o cool, porque esos adjetivos están más acordes con las aspiraciones de cómo quieren lucir. Hacen uso de cualquier accesorio que los ayude a mimetizarse, a imitar la apariencia de los jóvenes de clase media alta de la ciudad, con quienes comparten las aulas de clase y centros de diversión. Cuando los ingresos, por más que restrinjan el consumo en otras áreas, no logran cubrir los gastos que requiere esa mimesis, surgen y se multiplican los falsos celulares.

Una hipótesis importante es que los tipos para los que hay etiqueta -por ser estereotipos- no siempre se corresponden a la realidad objetiva que la etiqueta pretende reflejar. Quienes colocan la etiqueta a terceros son generosos y no rigurosos en la aplicación: un par de rasgos bastan. Y aquellos que se auto-aplican la etiqueta aparecen envueltos en una representación de su drama personal, en la que procuran asemejarse a la caricatura de sí mismos o de sí mismas, precisamente porque la etiqueta contiene la dote social que anhelan. De ahí que, aunque a veces pretenden ser etiquetas enclasantes, reflejo de circunstancias socioeconómicas, son de hecho más bien expresión de opciones de vida.

En este sentido, el tipo al que se pertenece no sólo es condicionado por la trayectoria familiar, sino también por los ingresos futuros esperados (caso de las fresas) o por su bandera de lucha (caso de los hippies). Esto explica la frecuencia de visitas a una determinada discoteca para codearse con ciertas personas. O en el otro extremo, implica prescindir de determinados artículos que están al alcance de su bolsillo, pero cuya compra los haría aparecer como consumistas. En todos los tipos se produce un proceso de acumulación de bienes simbólicos. En cada tipo, la índole de esos bienes es distinta. La etiqueta trata de sintetizar ese proceso de acopio de activos intangibles y no una situación económica dada. Por eso los grupos de jóvenes así etiquetados y etiquetadas no coinciden con las clases sociales en el sentido clásico, sino con un enclasamiento operado por las aspiraciones.

Los "fresas" y las "fresas": la estética y no la ética

Los fresas o fresones son el equivalente en nuestros días de los chicos plásticos que en los años 80 inspiraron una irónica salsa a Rubén Blades. El cantautor panameño describió con muchos pormenores los rasgos, ademanes, costumbres y valores de los muchachos y muchachas plásticos: Ella era una chica plástica, de esas que veo por ahí, de esas que cuando se agitan, sudan Chanel number three. Que sueñan casarse con un doctor, pues él puede mantenerlas mejor, no le hablan a nadie si no es su igual, a menos que sea fulano de tal. Bonitas, delgadas, de buen vestir, de mirada esquiva y falso reír. El era un muchacho plástico, de esos que veo por ahí, con la peinilla en la mano y cara de yo no fui. De los que por temer conversación, discuten qué marca de carro es mejor, de los que prefieren el no comer, por las apariencias que hay que tener, andar elegantes y así poder, una chica plástica recoger. Pero mientras las chicas y los chicos plásticos de los 80 eran percibidos como el extremo opuesto de los jóvenes "integrados" al proceso revolucionario -entre los que hubo siempre un jet set que de hecho derrochaba más dinero que los plásticos-, los fresas de los 90 son sólo uno de los grupos, donde su adscripción ideológica no es lo que priva en su definición, sino la opción por un estilo de vida. Por eso en sus descripciones importa mucho más señalar su cosmética y su estética que su ética.

La socióloga Alicia Zamora describió a los fresas como jóvenes que se visten bien, se echan escarcha y no entran por el portón de la UCA para peatones que está junto a la parada de bus porque eso pondría en cuestión su estatus. Buscan la armonía física, parecer un fresa legítimo. Usan frenillos sin necesitarlos y anteojos con marco de carey. La escarcha les da un estatus de brillo, notoriedad, que los ayuda a destacar. Forman grupo, se distinguen de las demás. Los fresas están en la antípoda de los tamales o guasales, apelativo que se emplea, dentro y fuera de la UCA, para señalar a los vagos con aspecto de delincuentes o a las muchachas desarregladas, a las que les dicen "las patas peludas". Todos ellos y ellas, aunque tengan carro, si sus rasgos son acentuadamente mestizos, la gente dice: ¡Mirá el carro que se robó ese tamal!

Dime dónde te diviertes y te diré... si eres "fresa"

El estereotipo dice que los fresas y las fresas vienen de los colegios privados más caros: Centroamérica, La Salle, Bautista, Calasanz, Teresiano y Pureza de María, y que acostumbran almorzar en Metrocentro y las gasolineras Esso Market. La encuesta de IDESO mostró que el 64% de los que se autodenominaron fresas estudió efectivamente en colegios privados caros, mientras el promedio general para los estudiantes de la UCA es de 36%. Los jóvenes de colegios privados de relativamente elevada mensualidad tienden a encontrar pareja preferentemente en los colegios, lo que coincide con la estrategia de los fresas para conservar o adquirir la "pureza de casta".

El 50% de los fresas dijeron estudiar derecho, una profesión que -estiman ellos- puede mantener estatus o ser vital en el ascenso. Algunos de sus hábitos fueron probablemente adquiridos en el extranjero. El 43% declaró que sus madres residieron fuera de Nicaragua en los años 80. Su música favorita es la pop y, con un 77% de preferencia, son los más fanáticos de la música romántica. No destacan en su oposición al rock, pero sí contra la salsa, un tipo de música que predomina en las discotecas y fiestas populares, sitios de diversión de sus opuestos naturales. El 93% de los fresas no marcó la salsa dentro de sus preferencias musicales. Mientras muchos jóvenes, especialmente las muchachas, al ser interrogadas sobre los lugares y las formas en que se divierten, simplemente hablan de la disco, el cine o salidas a comer, quienes se autodenominan fresas, o pertenecen a un sector juvenil de elevada posición socioeconómica, siempre especifican los nombres de los sitios de diversión: Cinemas Inter, Insomnia, Hipa-Hipa. Los lugares no son indiferentes al perfil de su visitante. Es el dime dónde te diviertes y te diré quién eres llevado a su extremo. En este caso, el lugar es el hábito que hace al monje.

Ser fresa está más asociado a cierto consumo conspicuo que a un nivel de capital fijo. Es un grupo entre cuyos padres se cuentan incluso choferes y que no siempre habitan en las zonas residenciales, pero que sí tienen un alto consumo de ciertos bienes y servicios susceptibles de asociarlos -en la percepción común y en las relaciones sociales- a los sectores acomodados. Destacan en el consumo de televisión por cable: 93%, en el contexto de un promedio que no llega al 80%. El 43% viajan en vehículo particular a la universidad, mientras de esa facilidad sólo dispone el 19% de los estudiantes. Con un 64%, tienen el más alto acceso a la telefonía celular. También presentan el más elevado porcentaje de los jóvenes que durante la semana santa fueron al mar en lugar de quedarse en su barrio: casi el 80%.

Su acumulación de bienes simbólicos requiere una alta inversión en bienes materiales, incluso superior a sus posibilidades actuales, como tan bien destacó la salsa de Blades: Aparentando lo que no son, viviendo en un mundo de pura ilusión, ahogados en deudas para mantener su estatus social en boda o coctel. Por eso en la encuesta de IDESO fueron los fresas y las fresas quienes menos respondieron sobre la profesión de sus padres. Por no tenerlo siempre, tienen que aparecer como la caricatura del estatus que buscan tener.

Los "hippies" y las "hippies": el vestuario es su manifiesto

Los hippies son el grupo más fácilmente identificable y más pintoresco, tanto por su atuendo como por todo lo que implica su estilo de vida. Los aficionados a describir su estereotipo los identifican como aquellos que usan cotona, sandalias, aquellas que andan chapas de semilla, bolso guatemalteco, pulseras de hilo y collares de bambú. Ese atuendo proclama su ideología. Nada es inocuo en esos accesorios. Se trata de un fundamentalismo del vestuario, hacer de los hábitos de consumo una bandera de lucha. Cada pieza del vestuario remarca su opción y es un manifiesto del estilo de vida adoptado: sandalias, bolsos de manufactura indígena y cotonas como reivindicación de lo latinoamericano y como boicot a las transnacionales de la ropa. Los collares de semillas de los árboles que otros exterminan son una forma de pronunciamiento ecológico. El atuendo hippie puede ser muy costoso. Su acumulación de bienes simbólicos a veces requiere de una alta inversión en bienes materiales. No es un grupo de escasos recursos.

Hay dos rasgos que comparten fresas y hippies. Un alto porcentaje de ellos y ellas estuvieron en el extranjero en los años 80, aunque probablemente por distintas razones, y ninguno proviene de colegios públicos. No pocos son hijos de padres extranjeros o que vivieron en el exterior por largo tiempo. Por eso algunos estudiaron la secundaria en colegios bilingües como el Francés y el Alemán. Pero la mayoría (63%) proviene de colegios privados no muy costosos.

El estudiante que se asume como hippie no es pobre. El 75% proviene de zonas residenciales, dato que sorprende cuando se considera que esa característica sólo la tiene el 47% de los estudiantes de la UCA. Entre los universitarios, la pobreza aparece más ligada a la decisión de no tener militancia alguna. De ahí que el 84% de los jóvenes que quisieron ser anotados como apolíticos provengan de los barrios populares. Ser hippie es una forma de militancia de un nivel de sofisticación y de un tipo de necesidades simbólicas que escapa a quienes deben satisfacer necesidades más materiales.

El afán de "lo alternativo" y de "lo diferente"

Mientras en la UCA el 1.3% de los estudiantes admite drogarse habitualmente, esta cifra sube hasta el 12.5% en el caso de los hippies. Los estudiantes que alguna vez han probado drogas son el 8.3%. Pero entre los y las hippies este grupo alcanza el 25%. Suelen divertirse en Amatl, El Rumba, La Colinita y El Panal. El Amatl es el sitio preferido del 25% de hippies y resulta ser también el lugar donde más acuden los que se drogan: el 14.3% de sus asiduos se droga habitualmente y el 36% lo ha hecho alguna vez, cifras muy superiores a las promedio. Los máximos detractores de los hippies les atribuyen drogodependencia. La leyenda negra que urden los menos conocedores de sus ideales también los ubica como bisexuales.

Para los hippies es de vital importancia lo "alternativo", ser distintas. Huyen de lo que se sitúa en el promedio. Los hippies no eligen un lugar porque sea muy decente. Ese motivo predomina entre quienes renuncian a ubicarse en alguna categoría o a definir por sí mismos la que les corresponde. Los hippies eligen un sitio porque es diferente, un sitio como el Amatl, local que se presenta como "un lugar alternativo para gente alternativa."

Los hippies optan por el capital netamente simbólico. Por eso es el grupo que más visita la biblioteca. También en el tipo de lecturas procuran alejarse de lo convencional. Anotaron autores nicaragüenses no leídos por otros tipos -como Juan Aburto y Alejandro Bravo- y una lectura de Sergio Ramírez (25%) muy superior al promedio (6%). Representan el tipo que más gusta del rock (75%), estilo musical que todavía es visto como signo de rebeldía. Situándose en el extremo opuesto de los fresas, el 86% de hippies no gusta de la música romántica. Buscan no vivir ni creer en un romance tradicional dada su opción por lo alternativo.

Los hippies buscan "ser ellos mismos", expresión que sintetiza la sed de autenticidad. Por eso restringen el consumo de ciertos artículos. Los que se califican como hippies y revolucionarios tienen las menores tasas de uso del celular: 25% y 22% respectivamente. A diferencia de los jóvenes fresas, el 50% de los hippies se quedaron en sus casas durante la semana santa. Estos vacíos en su consumo forman parte integrante de su desprecio del mercado. El consumo del hippie y de la hippie depende de su militancia y de su afán de estar en lo más actual, a la vanguardia. Por eso su bajo uso del celular y su mayor uso de bus (86%), pese a la alta disponibilidad de vehículo en su casa (75%). En cambio, están a la cabeza de quienes tienen conexión a Internet. En ese rubro superan en 7 puntos porcentuales al 18% que promedian los estudiantes de la UCA.

La militancia de los hippies lleva a que el 50% de ellos hablen de política en los lugares de diversión, mientras los fresas lo hacen en sólo un 7%, los apolíticos en un 5% y las bacanaleras en un 6%. La tesis de la existencia de "las juventudes", de diversas formas de ser joven, queda aún más reforzada ante la constatación de estos extremos. El interés por la política sí es compartido por los que se denominan revolucionarios: 41% de ellos introducen temas políticos en sus pláticas. Este grupo también comparte con los hippies su escaso interés por hablar del futuro, tema que absorbe al 41% de los entrevistados y que sólo atrae al 25% de los hippies y al 26% de los revolucionarios.

Los más compenetrados de su identidad de hippies hablan de dos tipos de hippies: los que tienen ideología y los que sólo son hippies de fachada, los que viven para esa causa de forma coherente y los que sólo cultivan una imagen por lo que tiene de pintoresca y por su componente de rebeldía ante la autoridad, no necesariamente paterna, porque pueden haber desplazado su fuente de veredictos absolutorios o condenatorios hacia maestras u otros adultos. Estos, los de fachada, pueden alternar sitios de diversión donde van los fresas o usar una cotona raída sobre un costoso pantalón de marca.

"Revolucionarios" y "revolucionarias": los que menos leen

En la encuesta de IDESO se incluyó explícitamente la categoría de revolucionario para hacer una especie de desglose que restara esa característica a los hippies, a fin de obtener algo así como el hippie "en estado puro". Curiosamente, quienes se anotaron en el tipo revolucionario se ajustan a un patrón muchas veces caricaturizado por la literatura. Son también ellos y ellas la caricatura de aquello que la etiqueta quiere nombrar. Todos los que se ubicaron en esta categoría son jóvenes cuyos padres fueron funcionarios estatales del gobierno sandinista. Ante todo, son hijos de trabajadores de ONGs, algunos de ellos de los mismos coordinadores de esas ONGs, especialmente si residen en los departamentos.

Como los hippies, también buscan distinguirse tomando distancia del promedio. Mientras el 20% del total de encuestados dijo leer a Rubén Darío, apenas el 7.4% de los revolucionarios se interesa en este autor, como una expresión de su afán de ruptura con los valores y productos culturales más convencionales. En cambio, son el grupo que más dice leer a Ricardo Pasos, autor nicaragüense que encuentran suficientemente provocativo. En el otro extremo, los jóvenes que se autoproclaman normales son quienes más leen a Darío. O creen oportuno afirmar ese gusto porque nada es más normal que la lectura de un autor nacional tan socialmente aceptado. Los revolucionarios mencionan los autores menos presentes en el abanico de lecturas de los estudiantes: Freud, Galeano, Marx y Frei Betto. Importa ser diferentes como expresión de rebeldía y leer autores de izquierda. Pero, a diferencia de los hippies, su rechazo de lo convencional los conduce a ser los menos lectores del conjunto. Están a la cabeza -con un 74% y un 41% respectivamente- en menor lectura de autores nicaragüenses y extranjeros. El colmo del rechazo.

Híbridos: un discurso de izquierda con conformismo y consumismo

Después de los hippies, los revolucionarios son quienes más se drogan habitualmente (3.7%) y quienes más prueban droga ocasionalmente (22%). Con un 60%, le siguen a los hippies en fanatismo por la música rock, que consideran contestataria. Pero están lejos de tener la coherencia de los hippies. Aunque su uso del celular -símbolo del consumismo tanto para hippies como para revolucionarios-, es uno de los más bajos, sus gastos en diversión, forma de movilizarse y lugares de entretenimiento coinciden más con el estilo de vida de los fresas. Son un híbrido, con una plática que opta por el discurso político de izquierda -autores, frecuencia de la política en la conversación- y "el discreto encanto de la burguesía". Son como el joven nihilista Basárov, en la novela Padres e hijos de Turgueniev, que hace constante alarde de su desprecio de todo principio moral y de la clase dominante, pero que a la vez busca ser aceptado por una acaudalada, bella y joven viuda, heredera de una cuantiosa fortuna.

Quienes se definen como revolucionarios y revolucionarias y van al Sport o lugares semejantes, no han ajustado su discurso a sus nuevas condiciones de vida. O mantienen ese discurso porque en el mercado laboral en el que se mueven sus padres -ONGs e instituciones "alternativas"- es el discurso más rentable, el bien simbólico que mejor se paga con bienes materiales. Aparecen así como Michele, personaje de Io sono un autarchico, película que según Ignacio Ramonet en La Golosina Visual, presenta la lamentable cotidianeidad de un supuesto intelectual contestatario, que se niega a trabajar (para no enriquecer a los patronos, dice, con la plusvalía de su actividad) y vive generosamente mantenido por sus acaudalados padres. Michele y sus amigos aparecen con todos los tics, toda la doxa de unos contestatarios envejecidos, nostálgicos del Mayo francés. Exhiben con firmeza ideas manidas sobre temas de tertulia: cine y política, sexualidad y sociedad, ecología y poderes... Se muestran agresivos; se quejan de todo (aunque blandamente); leen revistas porno disimuladas en libros de semiótica; guardan al alcance de la mano una guitarra o un libro de free-jazz, o una jeringa, o un porro; son veleidosos; duermen demasiado; nunca miran a su izquierda, de tan convencidos como están de encarnar la extremidad de los extremos; se aterrorizan entre sí rivalizando en marginalismos; no advierten el paso de los años; postergan sin cesar las fronteras del "aburguesamiento" amenazador; ignoran, radicalmente, su propio conformismo.

Los "bacanaleros" y las "bacanaleras": un identikit brillante y pistoleado

La inclusión de los bacanaleros en la tipología propuesta también fue un truco para restar a los fresas ciertos rasgos y poder así destilar al fresa "en estado puro". Después de los fresas, sus primos más cercanos, los bacanaleros son quienes más proceden de colegios privados caros: 42%. También después de los fresas, con un 51%, son los que más usan celulares. La mezcla de una trayectoria familiar modesta e ingresos actuales relativamente altos hace que un mismo individuo o una misma individua combine la diversión del Hipa-Hipa y la de El Quetzal, incompatibles desde el punto de vista de los fresas, que sólo frecuentan el primero y para quienes el segundo es un antro de mala muerte.

El ejercicio etnográfico espontáneo que hacen algunos estudiantes insiste en la forma de presentación como característica esencial de este tipo: Las mujeres son chicas con pantalón chiclets, pelo pistoleado, camisa y pantalón muy apretados, zapatos de tacón, brasier transparente, cartera de cuero pequeña en forma de U con la correa muy corta, brillante y con tonalidad de chimbomba. Los hombres usan zapatos extremadamente lustrados, loción, faja de cuero, camisa por dentro, cadena de oro y nunca llevan mochila, sino maletín o mochila de marca. Abundan en la carrera de administración de empresas.

Consumo según la carrera que estudio

El bacanalero no es un tipo tan definido en sus gustos y muestra un abanico muy amplio de rasgos. Lo más importante en este caso es que el cruce de su tipo con las profesiones nos llevó a descubrir patrones de consumo que apuntan a una tipología juvenil por carreras. Y aunque decimos patrones de consumo, nos referimos a un fenómeno que tiene un espectro más amplio en el que se vinculan los gustos a esquemas de pensamiento. Nos referimos a los habitus, concepto introducido por Bourdieu y mediante el cual define el sistema de esquemas de percepción y apreciación, estructuras cognitivas y evaluativas que se adquieren a través de la experiencia duradera de una posición en el mundo social. El habitus es a la vez un sistema de esquemas de producción de prácticas y un sistema de esquemas de percepción y de apreciación de las prácticas.

Teniendo en cuenta este vínculo entre los esquemas de percepción y ciertas prácticas, podemos interpretar los patrones de consumo ligados a determinadas carreras. Por ejemplo, el uso del celular en las carreras de comunicación y sicología es el más bajo: 29% y 26% respectivamente. En los esquemas de percepción de ambas carreras existe una "censura profesional" al consumismo. De muy distinta opinión, el 42% de los estudiantes de administración de empresas usan celular. Sociólogos y sicólogos pasan pocas horas de su diversión ante la televisión. En su carrera es un cliché que la televisión ejerce una influencia mercantilista nefasta. Pero los sociólogos, sicólogos y comunicadores, en muchos aspectos opuestos al mercado, son quienes declaran el más alto consumo de droga. Es decir, están en el mercado de lo no convencional, se sitúan en el área de "lo ilegal". Como en su renuncia al celular y al televisor, están desviándose de la norma.

"Serios" y "normales" estudian Derecho

Los estudiantes de derecho se calificaron mayoritariamente como serios, adjetivo muy apropiado para quien aspira a ser un señor con saco y corbata, o una señora de blazer, muy circunspecta que, apoltronada tras un impecable escritorio, resuelve casos, emite juicios, desentraña o enmaraña escrituras. Por eso, estos estudiantes son los que menos gustan de la música rock: 67% de ellos y ellas no la coloca entre sus preferencias musicales.

A pesar de que es la segunda carrera con más acopio de estudiantes, sólo el 7.6% de los que se dicen bacanaleros estudian derecho. Ese adjetivo no parece calzar con la seriedad de esta profesión. Después de todo, los abogados son encargados de producir puntos de vista trascendentes en forma de certificados, avales y escrituras de diversa índole. Son expertos en la semántica canónica, la que tiene consagración jurídica. Son los sacerdotes del Estado. Generan puntos de vista oficiales, reconocidos por el árbitro por excelencia de lo que es admisible, legal, homologable: el Estado. Los abogados juegan un papel clave en la determinación de qué o quién puede monopolizar ese mercado simbólico, que es la base jurídica para el dominio del mercado de bienes materiales.

El abogado es el objetivador por excelencia, porque sus categorías imprimen carácter, conquistan automáticamente la consagración oficial, definen lo que es legal y lo que no lo es. Por eso también suelen clasificarse como normales: sus esquemas de percepción ponen énfasis en que existe un patrón, una normalidad, incluso una juridicidad de la forma de ser por la que apuestan. La categoría de normales, especificada por los propios entrevistados en la opción otros, es la que conquistó más adeptos. No es sorprendente. Aparte de que denota el afán de ser un objetivador no objetivable, expresa la pretensión de que su estilo de vida se presente como normativo.

Los bacanaleros estudian administración de empresas

En el otro extremo, los estudiantes de administración de empresas son los que más se calificaron como bacanaleros. El 41% de los que se confiesan así estudian esta carrera. Para ellos y ellas, están en la edad en la que se supone que deben ser bacanaleros. Así lo proclaman las teorías de mercadeo que promueven el consumo entre los jóvenes. Por eso el 42% de ellos usan celular y la mayoría acuden a divertirse a sitios caros. Deben ser muy cool y naturales, tranquilos. Para el administrador de empresas, joven bacanalero equivale a joven normal.

Recordemos también que los estudiantes encuestados que respondieron, por ejemplo, soy bacanalero, no se encontraban en una cabina aislada y hermética, sino ante la mirada -más o menos crítica, más o menos inquisitiva, más o menos importante- del encuestador. Éste es un factor inevitable que pocas veces es considerado por los analistas de encuestas y que introduce cierta "perturbación" en las respuestas, que debería ser contemplada en el análisis. Este elemento equivale, en ciencias sociales, al principio de incertidumbre que Heisenberg postuló para la física, al constatar que el método de observación tiene efectos sobre el objeto observado: el dispositivo para medir la velocidad del electrón modifica la velocidad que pretende medir. A juicio del estudiante de administración de empresas, presentarse como bacanalero o bacanalera es exactamente lo que los jóvenes encuestadores de esta encuesta esperaban que ellos y ellas hicieran.

Pandilleros: ni más ni menos que los otros

Los tipos de esta tipología, tanto los del territorio académico como los del espacio ordinario y el área de ocio, y ni más ni menos que los tipos de la calle -como las pandillas- apuntan a percepciones características no siempre ajustadas -aunque sí asociadas en la percepción- a un único nivel socioeconómico. La cara y la máscara se confunden, y con frecuencia la máscara hace a la cara.

Cada tipo muestra prácticas, gustos, valores con los que se reproduce a sí mismo y, de tal forma, consagra un estilo de vida socialmente reconocido e identificable. Estos tipos tienen más importancia para entender a los jóvenes que los grupos juveniles formales. En el caso de los esquemas asociados a determinadas carreras, lo curioso es que esas prácticas y gustos trascienden el ámbito estrictamente profesional e invaden los espacios privados, los tiempos de ocio, las aficiones literarias, etc. La razón de ello es que en esos espacios privados también se constituye el hombre y la mujer públicos.

Hemos hecho un recorrido por estos grupos no organizados mostrando el poder de las etiquetas, que ayudan a crear lo que nombran porque "la marca vende" y atrae más adeptos. En esta lógica se inscriben los pandilleros, jóvenes a cuyo acceso no está la consagración jurídica de los abogados, ni el consumo suntuario de los fresas, ni la elaboración ideológica de las hippies. Ellos instituyen su propia identidad, su grupo, se convocan alrededor de un abigarramiento de símbolos que compensa otras carencias. También exhiben un consumo particular y formas particulares de percibir lo que pasa. Son otra forma de ser joven. En ese complejo, plural y diverso abanico de las distintas formas de ser joven, son la más estigmatizada. Pero el estigma también vende.

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