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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 236 | Noviembre 2001

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Centroamérica

Otra revolución y otro socialismo para la izquierda centroamericana

El marxismo que heredaron las izquierdas centroamericanas, el marxismo por el que optaron, el marxismo que tendrán que reconstruir y el marxismo que les ha quedado, las obliga a una reflexión indispensable para un socialismo aún vigente.

Carlos Figueroa Ibarra

Cuando el entusiasmo que generó en la izquierda mundial la Revolución Sandinista todavía no se atemperaba, Sergio Ramírez Mercado escribió un agudo ensayo sobre la burguesía nicaragüense que titulo Los sobrevivientes del naufragio. Todavía vivíamos en Centroamérica las ilusiones de futuro luminoso que la revolución había desencadenado y el espíritu de la consigna que se gritaba en las calles y campos ¡Si Nicaragua venció, El Salvador vencerá y Guatemala lo seguirá! Tres lustros después, los sobrevivientes del naufragio no están en las burguesías centroamericanas sino en las izquierdas del mundo. No en balde Ludolfo Paramio ha utilizado la imagen del diluvio para sintetizar la situación de la izquierda de fines del siglo XX.

El derrumbe del socialismo real y la crisis del Estado de Bienestar dieron la nota final en lo que desde algún tiempo atrás se denominaba "la crisis del marxismo". El colapso del modelo de transformación social que se inauguró en la práctica con la Revolución bolchevique de 1917 ha arrastrado a buena parte de la izquierda de una concepción que, habiendo nacido en el siglo XIX, animó a una significativa parte en las luchas sociales del siglo XX. El socialismo real y su fracaso ha afectado profundamente el marxismo, si bien es certero el planteamiento de que el marxismo fue al socialismo real lo que el cristianismo a la inquisición.

Los tiempos conservadores que estamos viviendo desde hace algunos años han generado dos actitudes. La primera tiene que ver con el espíritu del renegado que ahora blande el conservadurismo en el peor de los casos, o el cinismo y el escepticismo en el mejor de ellos. La segunda se relaciona con la reflexión acerca de qué es lo que se puede rescatar de los escombros del viejo edificio, para construir uno nuevo. Es éste el sentido de las líneas que siguen.

El socialismo precedió al marxismo

La influencia que alcanzó el marxismo en el seno del pensamiento socialista a nivel mundial a partir del último tercio del siglo XIX, nos hace olvidar en ocasiones que el pensamiento socialista nació antes del marxismo y también se desarrolló al margen de éste. En la segunda década del siglo XVI Tomás Moro publicó su utopía comunista, en el siglo XVII la Revolución Inglesa tuvo a sus Diggers y en el siglo XVIII la francesa presenció a los seguidores de Babeuf. Entre el siglo XVIII y el XIX el socialismo utópico hizo acto de presencia y durante el siglo XIX surgieron el blanquismo, el proudhonianismo y el anarquismo, corriente de pensamiento con pretensiones de socialismo pero con divergencias sustanciales con el marxismo. La existencia de todas estas corrientes al lado del marxismo revela que la sociedad moderna, que empieza a despuntar desde los siglos XVI y XVII, está generando conflictos sociales que las Revoluciones Inglesa y Francesa no resolverán.

La Revolución Francesa crearía las bases para la instauración de la igualdad jurídico-política a través de la constitución de la figura del ciudadano, pero ni ella ni el desenvolvimiento del siglo XIX implicaron una revolución de la cuestión de la desigualdad social. El desarrollo del capitalismo en el siglo XIX tendía más bien a la profundización de esta desigualdad. Y fue ése el contexto que haría nacer a los movimientos que desafiaban al orden capitalista que se instauraba, desde el ludismo de principios de siglo, el movimiento cartista a mediados del XIX, las luchas obreras incipientes en Alemania y sobre todo, la aparición en el escenario político de la clase obrera como sujeto político con las revoluciones de 1848, particularmente la lucha de clases en Francia entre 1848-1850.


La transformación de la sociedad

El marxismo, entendido en este momento como la elaboración de Marx y Engels, se fue construyendo entre la quinta y la sexta década del siglo XIX como un pensamiento crítico que desecharía y recuperaría al mismo tiempo el conjunto de las ideas económicas, políticas y filosóficas predominantes en las sociedades europeas de los siglos XVIII y XIX. Al criticar y recuperar la economía clásica inglesa, el marxismo construyó su piedra angular, la teoría del valor y con ella su obligada consecuencia, la teoría de la plusvalía. En el terreno filosófico, la crítica y recuperación de la filosofía alemana, implicó la recuperación del materialismo de Feuerbach -también de su concepto de alienación- y el método dialéctico de Hegel. De esta crítica surgiría la idea de que la materia privaba sobre el espíritu, la de que la praxis -la relación dialéctica del ser humano con lo natural y lo social- era la fuente del conocimiento y, finalmente, de que en la economía debía buscarse la fuente última -aunque no exclusiva- de los acontecimientos sociales.

En el plano de la política, el marxismo se construyó sobre la base de la crítica de diversas posiciones políticas, crítica que explica varios de sus rasgos ideológicos. La crítica al socialismo utópico fue una de las fuentes de la idea de la revolución como acto de fuerza para llevar a cabo una transformación esencial de la sociedad, así como el convertir al socialismo en una necesidad política y económica y no solamente un problema de carácter moral. La asimilación crítica de la experiencia del cartismo inglés fue una de las vías por las cuales el marxismo expresó su idea de que la transformación de la sociedad capitalista en socialista tendría que hacerse mediante la subversión de la correlación de fuerzas que se encarnaban en el Estado burgués y no mediante la lucha por reformas que a lo sumo mejoraban parcialmente la situación económica y política de los trabajadores.

En la crítica al proudhoniamismo, el marxismo expresó la idea de que el socialismo debía ser la socialización de la propiedad de los medios de producción, sobre la base de la socialización de la producción que había engendrado el desarrollo capitalista. El marxismo desecharía la idea que la socialización de la propiedad debía ser diseminación de la pequeña propiedad, tal como lo planteaban los proudhonianos, lo cual a su juicio era una visión romántica y precapitalista. Finalmente, en la crítica del anarquismo, el marxismo forjó la idea de que los partidos del socialismo deberían participar en la política y en la construcción de un movimiento sindical -considerados ambos por los partidarios de Bakunin como política burguesa-, y también que el Estado era expresión de dominación, pero que sería una necesidad mientras no se llegara al comunismo y se pudiera pasar de la dominación de los hombres a la administración de las cosas. La experiencia de la Comuna de París servirá también para afinar la idea de la dictadura del proletariado como fase de transición para la extinción del Estado, en contra de su abolición, idea expresada por los anarquistas.

La revolución inevitable

Estas ideas fueron las que paulatinamente convencieron al movimiento obrero europeo del siglo XIX y principios del XX. La poderosa II Internacional, fundada con la participación de Engels en el último tercio del siglo XIX y principios del XX, fue hegemonizada paulatinamente por las ideas del marxismo. Éstas fueron afectadas por cambios en Europa que es necesario consignar: la derrota de la Comuna de París, el auge del espacio político conquistado por el movimiento obrero en el período, la reestructuración de la ciudades, y la modernización y eficacia de las fuerzas armadas. Todos estos hechos hicieron que el Engels tardío revisara la idea de la insurrección proletaria, valorara la lucha política legal, la participación parlamentaria y la conquista del poder como algo que debía plantearse como producto de una amplia correlación de fuerzas y con el necesario concurso de las fuerzas armadas.

La unilateralización de estas ideas y la visión de este contexto harían surgir, paulatinamente, una corriente moderada dentro de la II Internacional -Bernstein en un primer momento, Kautsky después-: la valoración unilateral de la lucha sindical y del parlamentarismo, y la idea de una vía pacífica de transición al socialismo, darían paso lentamente a la idea de la inevitabilidad de la revolución como paso necesario en el camino del socialismo. La adopción del chauvinismo en contra de la idea del internacionalismo proletario en la Primera Guerra Mundial haría nacer la III Internacional y la distinción entre socialdemócratas y comunistas.

El leninismo y 1917 fueron la recuperación de la vía revolucionaria de la conquista del poder y de la construcción del socialismo. El análisis del imperialismo y la idea del eslabón más débil planteó la revolución socialista como algo que no necesariamente debería ocurrir en los países capitalistas más desarrollados. La concepción de la mayoría activa en los puntos nodales de la lucha de clases convirtió al socialismo en algo que sería producto de una mayoría de la clase y no producto de la mayoría del pueblo. El partido centralista democrático convirtió al partido proletario en una vanguardia de cuadros que deberían agitar masas en lugar de un partido de masas. El leninismo se construyó sobre la idea de la actualidad de la revolución, y el socialismo soviético, en sus primeros años, sobre la esperanza de la revolución de Occidente. Fue el hecho de que estas esperanzas no se vieran realizadas lo que hizo surgir la idea del socialismo en un solo país y la fuente de una de las desavenencias de Trotsky con el estalinismo.

Reacciones frente al socialismo real

Gramsci planteó la reformulación del marxismo una vez más al calor de la revolución frustrada en Occidente. El Estado se había rodeado de casamatas en el seno de la sociedad civil, por ello debería ser visto como instancia de unión de la coerción y del consenso, de la sociedad política y de la sociedad civil. La expansión de la hegemonía hacía necesaria una larga lucha contrahegemónica en la que la guerra de movimientos -el asalto frontal al poder que habían mostrado los bolcheviques debía ser sustituida por una guerra de posiciones en la que se debería construir una contrahegemonía obrera- haciendo de la democracia y el socialismo una cultura que paulatinamente fuera invadiendo cada una de las trincheras que rodeaban al Estado burgués.

El después llamado eurocomunismo tuvo en las ideas de Gramsci uno de sus asideros teóricos. Pero fue la práctica del socialismo real su más poderosa motivación. El autoritarismo burocrático del socialismo en la URSS y en su periferia, evidentes en la vida cotidiana de todos estos países, la invasión de Hungría en 1956, la que sufrió Checoslovaquia en 1968, y la experiencia de la transición chilena que fue destruida en 1973, fueron algunos de los hechos que inspiraron al llamado eurocomunismo. Los sucesos de Polonia a partir de 1980 confirmaron esta perspectiva en la búsqueda de una "tercera vía" entre el capitalismo y el socialismo autoritario y burocrático.

El marxismo por el que optamos

En Centroamérica y en lo que se refiere al marxismo como política, la matriz marxista se construyó, para decirlo esquemáticamente, sobre las bases de la experiencia soviética y del ejemplo de la Revolución Cubana. Ni las reformulaciones de Gramsci, ni la experiencia del eurocomunismo -el cual fue visto en términos generales como una desviación reformista- impactaron en la constitución de la visión de la izquierda revolucionaria centroamericana. Sí lo hicieron la Revolución China y el maoísmo, porque fueron experiencias socialistas en el Tercer Mundo, porque representaron un primer ejemplo de cómo la vía violenta de la revolución habría de aparecer en un país predominantemente campesino y con un desarrollo capitalista atrasado.

La idea de la guerra popular prolongada -tan importante en una de las corrientes del FSLN en Nicaragua y en el debate con respecto a las vías de la revolución en El Salvador y Guatemala- tuvo uno de sus primeros asideros en la experiencia china. Pero habría de ser la experiencia vietnamita, en su contexto de guerra de liberación nacional, la que habrá de impactar a buena parte de la izquierda centroamericana, una vez que la idea del foco insurreccional de matriz cheguevarista fue descartada. A la idea del foco insurreccional se opuso la idea de la guerra de todo el pueblo. Por supuesto que esto no puede generalizarse a toda la región en la cual, al lado de países como Nicaragua, El Salvador y Guatemala -donde la idea de la lucha armada fue uno de los debates fundamentales-, países como Honduras y Costa Rica no tuvieron experiencias armadas significativas o, como sucedió en Costa Rica, donde la idea misma de la lucha armada se "daba de topes" con los rasgos de su Estado y su sociedad.

Lo que sí impactó a toda la región fue la Revolución Cubana como ejemplo y como expresión de un largo ciclo de flujo revolucionario que empezaría con la derrota del fascismo al final de la Segunda Guerra Mundial. Las guerras de liberación nacional en África y Asia, la experiencia vietnamita de desarrollo de una guerra cruenta pero exitosa frente a un poderosísimo enemigo, la visualización de un campo socialista "con la Unión Soviética a la cabeza" como contrapartida efectiva al imperialismo y al sistema capitalista, los brotes insurreccionales que se observaron en América Latina al calor del ejemplo cubano, los movimientos estudiantiles de 1968 en Europa y en México, la presencia cubana en Angola y en Etiopía, las luchas obreras y los movimientos sociales en buena parte del mundo, todos estos hechos reales a nivel mundial conformaban una correlación de fuerzas que iluminaba a las más distintas fuerzas con los colores de la perspectiva del socialismo: desde la socialdemocracia hasta la extrema izquierda, pasando por el eurocomunismo, el movimiento comunista vinculado a la Unión Soviética y a los movimientos de liberación nacional.

En Centroamérica, el marxismo como teoría política para la emancipación se nutrió en gran medida del leninismo, del modelo soviético y de la Revolución Cubana. De manera secundaria el ejemplo chino (maoísmo) y la crítica al modelo soviético (trotskistas) estuvieron presentes. No obstante, comunistas, trotskistas, maoístas y guevaristas coincidieron en la idea de la vía violenta de la revolución, pero se diferenciaron de manera radical en cuanto a cómo visualizaban el proceso de acumulación de fuerzas que llevaría al momento de la ruptura violenta: foco guerrillero, guerra popular prolongada, insurrección, énfasis en las clases urbanas o preferencia por las rurales, combinación de todas las formas de lucha desde el principio, pacíficas, abiertas y legales como base preparatoria de ulteriores formas, partido revolucionario u organización política-militar, fueron sumariamente, las divergencias que se presentaron en mayor o menor medida en los distintos países centroamericanos.

La vía violenta y la impronta leninista

Las verdades consolidadas por el marxismo en su polémica con otras corrientes fueron aceptadas por la mayoría de la izquierda centroamericana: la idea de la vía violenta de la revolución, la del proletariado como vanguardia revolucionaria, la de la necesidad del partido o del instrumento revolucionario que incursionara en la esfera de la política para lograr la transformación esencial de la sociedad, la de que ese partido debería estar sustentando en la acción de masas para poder lograr su objetivo, la de la dictadura del proletariado como paso inevitable en la construcción del socialismo, la del Estado como eje de la socialización de los medios de producción.

A estas ideas habría que agregar la impronta leninista: el partido u organización revolucionaria monolítica sustentada en el centralismo democrático, la necesidad de la alianza obrero-campesina, la posibilidad de la revolución en un país de la periferia capitalista, el imperialismo como el enemigo a vencer y concebido como fase superior y última del capitalismo. Obvio es que en una región dominada por las dictaduras y por el imperialismo estadounidense, el leninismo se constituyó en un aparato de teoría revolucionaria sumamente atractivo para las fuerzas de la izquierda revolucionaria. Si el rol del campesinado constituyó una diferencia con los maoístas, en aquellos países en que tuvieron presencia -Honduras o Nicaragua por ejemplo-, la del carácter de la revolución fue una de las diferencias con el trotskismo en aquellos donde existió -Costa Rica o Nicaragua- obviadas estas diferencias, el carácter de la revolución fue concebido como agrario y antiimperialista, en un primer momento, y preparatorio del segundo momento, que sería el de la construcción socialista.

Es imposible captar en breves líneas todos los matices o divergencias que con respecto a todas estas ideas presentaron las diferentes fuerzas revolucionarias de Centroamérica, pero hay algo en lo que sí podemos establecer alguna generalización. La idea de la revolución democrática y popular encaminada al socialismo estaba sustentada en una visión de la correlación de fuerzas en el mundo en la que el campo socialista -independientemente de que se fuera crítico o no de éste- jugaba un papel de primer orden. En el ajedrez mundial de la confrontación capitalismo-socialismo se trataba de seguir desmoronando al primero en las diferentes regiones del mundo. Desde 1917 el siglo XX había mostrado esta tendencia y los hechos acaecidos desde la segunda postguerra demostraban que la tendencia continuaría.

Frente al marxismo heredado: nueve pistas

El derrumbe del socialismo real ha puesto en entredicho al marxismo que heredamos en Centroamérica, y por supuesto al marxismo por el que optamos en la región. Pero no solamente la izquierda marxista ha resultado maltrecha en estos últimos años del siglo XX. Con el auge neoliberal, la socialdemocracia y la democracia cristiana y el proyecto del Estado de Bienestar también fueron golpeados duramente.

Enfrentamos el siglo XX con dos hechos sumamente contradictorios: el descrédito de la idea del socialismo una vez que su implantación realmente existente se derrumbó, y el aumento de la polarización social propia del capitalismo, no solamente al interior de los países capitalistas sino en el seno mismo del sistema capitalista mundial. El capitalismo, más aún su versión salvaje, es una opción en los países en los cuales a partir de la segunda postguerra se intentó una vía no capitalista de desarrollo. Lo que fue la URSS y toda su periferia caminan en ese sentido. En China, las reformas económicas van en esa dirección aun cuando las implante un partido que se considera comunista. En África, en aquellos países en los cuales la descolonización se asoció a una perspectiva socialista, la descolonización se ha abandonado. Y en países como Cuba, donde el socialismo se defiende arduamente, la reactivación económica ha implicado la adopción de mecanismos capitalistas que generan una diferenciación social que antes no existía.

Es ya un lugar común decir que esta realidad nos obliga, a todos aquellos que seguimos teniendo al socialismo como horizonte, a repensar muchas de las ideas del marxismo que durante buena parte de los siglos XIX y XX fueron intocables, a extraer de esa reflexión lo que objetivamente sigue siendo válido y a desechar lo que el tiempo envejeció y la vida demostró que era inviable. En esta reflexión el marxismo debe recuperar la criticidad que lo hizo nacer para poder seguir viviendo, debe abandonar el estatuto religioso que fue convirtiéndolo en religión de Estado -eso fue el marxismo-leninismo, nombre adoptado por los partidarios de Stalin en su lucha contra Trotsky-. Si la izquierda en Centroamérica y también en todo el mundo, quiere tener al marxismo nuevamente en primera fila de los paradigmas eman-cipatorios se tendría que plantear al menos nueve puntos.

No existe un solo marxismo ni sólo unen los intereses de clase

1. No existe un solo marxismo, puesto que existen varias interpretaciones que se nutren del pensamiento de Marx. Tampoco existe solamente el socialismo fundamentado en el marxismo, puesto que este ideal puede nutrirse, por ejemplo, de una interpretación del cristianismo o de una visión nacionalista revolucionaria.

2. Los seres humanos no solamente se unen en función de los intereses de clase, contrariamente al énfasis que pusieron los clásicos del marxismo. En este fin de siglo podemos ver que existen otros factores aglutinantes que a veces son más poderosos que los intereses de clase: el medio ambiente, el género, la paz, la defensa de los derechos humanos, el nacionalismo, el etnicismo, la religión y los consiguientes movimientos a estos factores agregados, bastan para pensar que la lucha de clases no es el único motor de la historia.

El derrumbe del capitalismo no es una certeza y no está garantizada la construcción del socialismo en ningún país

3. La idea de la inevitabilidad del derrumbe capitalista es equívoca, y tiene un contenido religioso ajeno al marxismo. Tal vez resulte pertinente la pregunta de Paramio ¿Y si el socialismo nunca llega? Contrariamente a lo que Lenin planteó cuando visualizó al imperialismo como última fase del capitalismo -recuérdese que dijo que el imperialismo era capitalismo en putrefacción-, lo que se derrumbó fue el socialismo real y no el capitalismo. En contra de formulaciones aisladas del mismo Marx, el capitalismo no tiene fundamentalmente en la economía las razones de su superación, sino sobre todo en el hecho de que se convierta en una necesidad imperiosa en las voluntades de los hombres y las mujeres. No está en el terreno de la economía sino en el de las ideologías la clave de la superación del capitalismo.

4. El siglo XX acaso haya demostrado la idea de Marx y Engels de que sólo era posible construir el socialismo en países con un alto desarrollo de las fuerzas productivas. La herejía de Lenin fue buscar el reino de la libertad desde un lugar periférico y atrasado del reino de la necesidad, la Rusia semifeudal de la segunda década del siglo XX. Fue la derrota de la revolución en Occidente después de la Primera Guerra Mundial lo que hizo necesario la construcción de lo que se llamó el socialismo en un solo país, el cual siendo atrasado y periférico creó las condiciones para los fenómenos más aberrantes -por ejemplo, la acumulación originaria socialista sustentada en el terror estalinista y todos los fenómenos asociados a un Estado autoritario y hasta totalitario-. Acaso la noticia que más impaciencia nos cause es que cualquier tentativa de construcción socialista en el mundo dependerá inevitablemente de lo que suceda en los países centrales del sistema mundial del capitalismo.

La idea de la dictadura del proletariado y la de la revolución proletaria no tienen hoy viabilidad

5. La idea de la dictadura del proletariado que tan preciada fue para los clásicos del marxismo no tiene hoy ninguna viabilidad. No solamente por lo que empezó a plantear el eurocomunismo desde los años 70, en el sentido de que no puede existir socialismo sin democracia y que ésta además de sus formas directas también tiene que ser representativa, pluralista, respetuosa de los derechos humanos. Para decirlo esquemáticamente, el ideal socialista tendrá que recuperar a Marx pero también a Montesquieu, a Rousseau y a lo mejor de las formas democráticas que se han ido construyendo en los últimos siglos. Pero también la idea de la dictadura del proletariado ha envejecido porque hoy las clases y sectores subalternos y oprimidos no se restringen al proletariado. El proletariado mismo, siguiendo la tendencia general de la acumulación capitalista, ha ido disminuyendo -al extremo de que desde hace algunos años diversos teóricos marxistas preconizan su desaparición- y esa misma tendencia ha ido creando nuevas categorías sociales y ampliando la masa marginal. En América Latina y en Centroamérica la economía informal y la masa de población a ella vinculada ha ido creciendo, y los movimientos sociales, siguiendo una tendencia acaso universal, rebasan significativamente las demandas clasistas.

6. La idea misma de la revolución proletaria como sinónimo de revolución socialista también ha envejecido. Si el socialismo llega nuevamente a adquirir credibilidad en el seno de la gente que es explotada y oprimida por el gran capital, esta población será heterogénea y tendrá interés por el socialismo por razones que trascenderán a las de clase. Por ejemplo, tal vez el feminismo podría preguntarse si el capitalismo tiene una alternativa viable para sus seculares demandas de iguales salarios, iguales oportunidades de empleo e incorporación plena de las mujeres al mundo del trabajo. O los ecologistas, si el capitalismo presenta una oferta sustancialmente decorosa para el medio ambiente en el marco de una economía que gira sobre todo en torno a la búsqueda de la máxima ganancia. O en un país como Guatemala -en el que el racismo ha estado asociado a la marginación y explotación- los movimientos étnicos tendrán que preguntarse si la opresión de las etnias se resolverá integralmente si no se resuelve también la que provoca la polarización social.

La idea del partido de la clase obrera ha envejecido y la violencia no es camino de transformación

7. También ha envejecido la idea del partido revolucionario de la clase obrera. En Centroamérica, en donde las dictaduras mandaron a la clandestinidad a las izquierdas, el leninismo como teoría partidaria también tuvo un asidero en la realidad. Un partido u organización revolucionaria que actuaba en la clandestinidad y en una confrontación con la dictadura tenía que ser una organización centralizada de cuadros cuidadosamente seleccionados. La realidad política emanada de la tormenta de los años 80 -la liquidación de las dictaduras militares y el surgimiento de las democracias neoliberales- implica que la izquierda se organice en un partido o un frente con características distintas: ni de cuadros ni centralizado ni obrero.

8. Hoy no es la violencia el camino para la transformación esencial de la sociedad capitalista, aunque resulta aventurado para el analista postular principios absolutos cuando se trata de visualizar el futuro. Para la tradición de lucha observada en Centroamérica, resultaba importante la idea misma de una revolución socialista que es producto de una insurrección armada que conquista el poder, idea que tan preciada fue para Marx y para Engels como indudablemente lo fue para Lenin. En los países centrales -los europeos en particular-, desde la derrota de las insurgencias obreras en la primer postguerra y después con el advenimiento del equilibrio de la segunda postguerra con su hegemonía burguesa, el nivel de la cultura democrática o la situación neurálgica de carácter geopolítico, se comenzó a pensar en otras estrategias, desde la guerra de posiciones de Gramsci hasta las formulaciones eurocomunistas. En la periferia capitalista, si bien el neoliberalismo crea condiciones para que sectores de la población se adhieran a insurgencias armadas, el peso de la situación mundial, hace inviable un programa socialista que parta de esa insurrección. Pese al apoyo de masas que en determinado momento tuvo Sendero Luminoso en Perú, representó un proyecto inviable, incluso aberrante.


La economía centralizada en la propiedad estatal es inviable

9. El socialismo real demostró la inviabilidad de un socialismo de economía centralizada y planificada sobre la base del conjunto de la producción en manos de la propiedad estatal. En competencia con la economía de mercado y sustentado en la búsqueda de la máxima ganancia, este modelo socialista o estatista de la economía resultó ineficiente, poco productivo y poco compulsivo para una masa de trabajadores que se acostumbró y apoltronó en la seguridad del empleo y en las demás seguridades de carácter social que dicho modelo le hizo disfrutar. Justo es agregar que también las masas trabajadoras del socialismo real no fueron estimuladas para incrementar su productividad y la calidad de su producción. Sin democracia y teniendo ante los ojos los patrones de consumo del Primer Mundo, para esta población el socialismo real terminó pareciendo odioso. El rezago tecnológico y el burocratismo parecen haber completado el panorama. Con la perspectiva del tiempo podemos decir que si el socialismo pequeño burgués de Proudhon no tenía viabilidad, tampoco lo tuvo su extrema contrapartida, la cual por cierto no necesariamente debe ser adjudicada ni a Marx ni a Engels, quienes finalmente -es lugar común decirlo- no dejaron una receta acerca de cómo debería ser en concreto el socialismo que ellos auguraban.

¿Revolución o reformas?

Un rasgo general de casi todas las izquierdas centroamericanas fue su idealización del socialismo real. Cuando decimos casi todas las izquierdas pensamos que efectivamente esta formulación debe ser matizada. Los trotskistas fueron críticos del modelo soviético, del chino y del cubano. Los maoístas fueron críticos del soviético y del cubano, pero no fue sino hasta la defenestración de "la banda de los cuatro" que se distanciaron del paradigma chino. La izquierda inspirada en la Revolución Cubana tuvo sus distancias con el modelo soviético, pero idealizó el socialismo cubano olvidando que éste tenía fuertes relaciones de parentesco con el soviético.

Los comunistas pensaron que el socialismo soviético y el de su periferia -con errores y deficiencias que aceptaban formalmente- era, en términos generales, la vía que tenía que seguir la humanidad. Hoy, cuando el socialismo soviético es un recuerdo, el chino ha resultado ser una mezcla de autoritarismo burocrático combinado con la constitución de importantes bolsones capitalistas, y el modelo cubano se ha visto obligado por el imperio a ser un socialismo en la precariedad, conviene revisar qué nos queda del marxismo para restaurarlo como paradigma emancipatorio.

Hasta ahora nada permite pensar que ha llegado el momento en que puede desecharse la idea marxiana de que el trabajo es la fuente del valor y la riqueza social, y por tanto, la idea de la explotación concebida a partir de la teoría del valor -la teoría de la plusvalía-. La polarización social que surge y se expande a partir de este hecho primario es hoy una realidad cada día más feroz. En un trabajo muy sugerente, Immanuel Wallerstein ha manifestado que lo que queda vigente del marxismo, además de la idea de la lucha de clases, es el planteamiento de que las ideas tienen una determinación social y que en la crítica de la alienación se encuentra la de la polarización. En Marx, la polarización social parte de la teoría del valor, transita hacia la teoría de la plusvalía y de allí se enfila hacia la de la ley general de la acumulación capitalista. Adam Schaff ha planteado no hace mucho una idea que pone en cuestión la piedra angular y esta secuencia: la robotización llevará a la humanidad a un momento en el que la producción del valor no dependerá del trabajo, la explotación desaparecerá al desaparecer la plusvalía en el sentido marxiano del término, y el nuevo socialismo no tendrá necesidad de abolir la propiedad privada de los medios de producción. Al leer el trabajo Schaff es difícil evitar la tentación de hacer una paráfrasis del brevísimo cuento del escritor guatemalteco Augusto Monterroso, Cuando se despertó el dinosaurio todavía estaba allí: llegará un día en que cuando nos despertemos el socialismo ya estará allí... por obra y gracia de la desaparición de la clase obrera a manos de automatización del proceso del trabajo.

Desafortunadamente, la automatización no impedirá la polarización ni volverá más generosas a las burguesías del mundo, no impedirá el surgimiento pleno del capitalismo marginógeno, sino todo lo contrario. Profundizará aún más la brecha entre los países centrales y la periferia capitalista y hará crecer la masa humana "prescindible". Por esta razón, cuando ello suceda -y falta todavía un buen tiempo para que suceda-, la explotación no desaparecerá sino asumirá nuevos contenidos y formas. Asimismo, el socialismo, si éste alguna vez existe como una realidad no aislada -siga vigente o no la teoría del valor-trabajo-, será el resultado de una ruptura política en el sentido de la culminación de un cambio en la correlación de fuerzas entre aquellos que detentarán privilegios y riquezas y los que estarán marginados de ellas.

Vista de esta forma, la idea de la revolución puede ser enarbolada por la izquierda o por las izquierdas en Centroamérica. La revolución como un salto cualitativo que crea una nueva correlación de fuerzas para poder empezar a efectuar una transformación esencial de la sociedad. Transformación que no puede ser concebida como asalto general, sino como oleadas sucesivas de distinta magnitud. Por esto, la tajante distinción que antes existía entre revolución y reforma también ha envejecido. Si por revolución entendemos el asalto general, la izquierda centroamericana no podrá ser revolucionaria ya. Si reformulamos el concepto de revolución, la izquierda tendrá que luchar por reformas que en visión de largo plazo podrían constituir una revolución.

Hoy, las fuerzas progresistas de Centroamérica tienen que escoger entre la participación en un poder que administra el estatus quo -destino final de las socialdemocracias europeas-, o la construcción, en el marco de la legalidad imperante, de un poder alternativo en el seno de la sociedad civil y del Estado con miras a transformar el orden establecido. Se trata de escoger si las reformas notables o insignificantes se articulan en un proyecto de mera reproducción de la sociedad o de su transformación esencial.


Agenda para la izquierda centroamericana

La agenda de las reformas por las cuales debe luchar la izquierda centroamericana es muy larga y sería ocioso o estéril terminar estas reflexiones con un inventario que debe provenir del análisis de las realidades particulares. Pero en términos generales puede decirse que esa agenda no puede estar desvinculada de las luchas por la participación ciudadana -directa o representativa- en la toma de decisiones que afectan al conjunto de la nación. De la lucha por la creación y consolidación de un Estado de derecho -por ejemplo, eliminando los aparatos de terror y de fraude electoral-, de la lucha por un modelo de desarrollo económico en el que las responsabilidades y los costos sociales sean plenamente compartidos por todas las clases y grupos sociales -la lucha contra el neoliberalismo-. De la lucha por las demandas que enarbolan los distintos movimientos sociales -sean de clase, género, etnia, gremio, orientación sexual, vivienda, edad- y que en última instancia, también son una lucha por la igualdad. De la lucha por un Estado participativo como real encarnación de lo público -por ejemplo, la lucha contra la corrupción-. De la lucha porque lo público sea entendido como la articulación de los diversos intereses privados en un proyecto nacional.

Las anteriores luchas, que son luchas por los objetivos que la izquierda debe tener como horizonte -democracia, libertad, solidaridad, igualdad- tienen que articularse en Centroamérica, una región donde la democracia fue un real estado de excepción, con una lucha por una reforma intelectual y moral que desmonte la secular cultura del terror que ha minado al Estado y a la sociedad civil e irradie en ambos ámbitos una cultura democrática. Esta cultura democrática, irradiada en el conjunto de la sociedad, será el peldaño imprescindible para poder pensar de nueva cuenta en el socialismo. Porque si alguna vez se vuelve a plantear el socialismo en la agenda centroamericana, será en todo caso cuando la voluntad socialista se convierta en la voluntad mayoritaria de la nación.

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