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Universidad Centroamericana - UCA  
  Número 235 | Octubre 2001

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Internacional

El mundo contra las cuerdas

Al ataque terrorista, Estados Unidos respondió con una guerra que predijo muy larga y victoriosa para "la civilización" porque "Dios no es neutral". ¿De que lado hay más fanatismo? Nuestro mundo ésta contra las cuerdas.

Iosu Perales

El ataque y destrucción de las Torres Gemelas ha sido una locura que muestra gráficamente el gigantesco manicomio en que vivimos. Desde hace cincuenta años el mundo no había vivido una crisis de las actuales dimensiones. El que sea así tiene mucho o todo que ver con el hecho de que la atacada ha sido la primera potencia del planeta. Otros enormes mataderos han pasado y pasan con mucha menor atención de los medios de comunicación, sin que los gabinetes de crisis se reúnan ni la OTAN se ponga en pie de guerra.

Recuerdo con emoción el bombardeo inmisericorde de la ciudad de Panamá hace apenas doce años que se cobró siete mil muertos. Entonces, Occidente dijo comprender que Estados Unidos arrasara una ciudad para apresar a un hombre, Manuel Antonio Noriega, que anteriormente había sido su aliado y agente de la CIA, extraña proporción entre fines y medios. En aquellos días de finales de 1989 la mayor parte de la población estadounidense miró con insólita complacencia por sus televisores una especie de fiesta de luces y explosiones sobre barrios pobres e indefensos de un país centroamericano. La operación se llamó "Causa Justa".

La fiesta de la locura se multiplicó dos años después en número de bombas haciendo figuras en el cielo de la noche durante la Guerra del Golfo. Otra vez Estados Unidos probó sus nuevas tecnologías militares y aupó la popularidad de su Presidente por el método de matar a decenas de miles de inocentes iraquíes. En aquel entonces, la tesis de la Casa Blanca, difundida por los medios de comunicación de Occidente, era realmente diabólica: cuanta más bombardeada fuera la población de Irak, mayores posibilidades habría de que se rebelara contra el tirano Saddam Hussein.

Un nuevo ciclo de militarismo

No puedes hacer la guerra y esperar que no te hagan la guerra. Sólo un dato: entre 1900 y 2001, los Estados Unidos han tenido 19 presidentes, desde McKinley hasta el actual Bush. De ellos, 16 han estado en guerra. Entre 1938 y hoy ninguno ha dejado de estar en guerra, aunque todas guerras en territorio extranjero. Ahora, Bush jr. se encontró por fin con un "acto de guerra" de magnitudes inimaginables en su propio territorio.

No se trata de justificar los atentados de Nueva York y Washington, actos macroterroristas en los que han muerto miles de inocentes. Nadie que desee un mundo regido por la justicia y el derecho internacional puede pensar que lo ocurrido tiene algo de positivo, ni política ni éticamente. Los miles de muertos no merecían esa muerte. Y estos atentados abren un nuevo ciclo de histeria militarista por la seguridad que amenaza con desembocar en una globalización policíaca contraria a las libertades. El intelectual estadounidense Noam Chomsky tiene razón cuando afirma que los atentados son un obsequio para la extrema derecha patriotera de Estados Unidos.

"¿Por qué nos odian tanto?"

Si no hay justificación para los ataques terroristas sí hay explicaciones. Una de ellas se expresa en lo ocurrido después: asistimos hoy a un pulso entre quienes quieren imponer la condena del terrorismo sin dar lugar a la búsqueda de explicaciones -esto es el pensamiento único- y quienes rechazando los atentados hacemos un esfuerzo por encontrar los por qué, las posibles causas sociales y políticas -esto es el pensamiento libre- en la creencia de que pensar libremente es condición necesaria para sacar lecciones y exigir un nuevo rumbo del mundo en que vivimos. Ciertamente, los que promueven el pensamiento único se indignan y hasta nos acusan de dar cobertura a los autores de los atentados, lo que es completamente irracional y peligroso.

Las explicaciones nos remiten a un hecho extendido por todo el planeta que debería hacer pensar a la sociedad estadounidense. ¿Por qué el sentimiento anti-norteamericano? Una mujer de Nueva York afirmaba estos días ante una cámara de televisión: ¿Por qué nos odian tanto? Al igual que millones de sus compatriotas, es evidente que esta mujer no ve nada malo en la política exterior de su gobierno, que invariablemente se comporta de manera imperial. Así lo hizo en la Argentina de la dictadura. En aquellos años, muchísimas personas confesaban que oían historias, rumores, pero que nunca tomaron conciencia de lo que realmente estaba ocurriendo: una gran matanza de opositores.

No es de extrañar que la sicología y la siquiatría tengan hoy tanta demanda en Argentina. Si la mujer de la cámara y sus compatriotas se acercaran a la realidad con honestidad y sin mediaciones fundamentalistas que les hacen creer ser la encarnación del Bien en lucha contra el Mal, tal vez pudieran comprender el por qué del odio contra su bandera. Vietnam dejó una huella indeleble en el pueblo americano, pero no para sacar lecciones positivas de su terrible culpa. La historia de América Latina está repleta de intervenciones militares norteamericanas y de crueles golpes militares con intervención de la CIA, y sólo una minoría del pueblo estadounidense ha sabido hacer una lectura correcta de semejantes infamias. La enfermedad de la sociedad norteamericana es creerse dueña del mundo sin saber nada del mismo.

Este pueblo que se considera a sí mismo depositario de la libertad clama ahora venganza militar contra los culpables. Al margen de que no se sabe quiénes deben ser bombardeados, ese deseo vengativo -tan humano por otra parte- retrata bien el carácter notablemente simple, salvaje y violento de un pueblo que revive en las películas de conquista del Oeste. A este pueblo se dirige el Presidente Bush con un discurso tan elemental e infantil como peligroso. Ésta es la lucha del Bien contra el Mal, repite alguien que debería racionalizar la respuesta. ¿No es esto fundamentalismo? Medios de comunicación de Occidente, gobiernos e intelectuales, y al frente de todos el gobierno de Estados Unidos, reiteran que el integrismo árabe ha dado muchas muestras de su vocación destructiva. ¿No es esta dialéctica simplista del Bien y del Mal una forma de generación de odio? Hace tiempo que pienso que la sociedad norteamericana está enferma. Aplaude las penas de muerte y pide que sean televisadas. Como en sus tiempos fundacionales, llena los árboles de ahorcados mientras lee la Biblia.

"Destino Manifiesto": el fundamentalismo estdounidense

Es verdad que hay colectivos islámicos que interpretan el Corán desde un grado extremo de confrontación. Nadie puede justificar al islamismo cuando traduce en guerra santa todas sus causas sociales y políticas. Pero de este mismo mal padece Estados Unidos, que poco después de su fundación declaró su Destino Manifiesto, un conjunto de principios morales y religiosos incluidos en su política exterior que desde entonces marcan la esencia de su identidad nacional. La doctrina norteamericana se adjudica para sí el liderazgo histórico: El Dios de la naturaleza y de las naciones nos ha marcado ese destino, y con su consentimiento hemos de mantener firmemente los incontestables derechos que Él nos ha dado hasta completar las altas obligaciones que Él nos ha impuesto. Esta mezcla de religión y esoterismo ha sellado de forma invariable el modo con que los norteamericanos conciben su lugar en el mundo. Son el pueblo elegido para conducir a la comunidad de pueblos y naciones, si es necesario utilizando el castigo.

Es una idea terrible. El Bien contra el Mal ha sido central en el discurso de Bush. ¿Quién es el Mal? El mundo árabe en general y los islámicos en particular. Es una gran noticia para la concepción sionista de Israel. Israel también se identifica con la encarnación del Bien y ha decidido que los árabes, y los palestinos en particular, encarnan el Mal. Los políticos nacionalistas israelíes se consideran herederos directos de quienes fueron interlocutores privilegiados de su Dios y consideran a Palestina su "tierra prometida". La barbarie continuada del General Ariel Sharon, hoy Primer Ministro de Israel, el genocidio del pueblo palestino, se basan en esta creencia fanática que anula la condición humana de los árabes. Pueden ser destruidos sin remisión. Deben ser destruidos. Los actos del 11 de septiembre muestran que este gran manicomio que es el mundo está lleno de locuras que se entrecruzan y se combaten entre sí.

La "alegría" de quienes se alegraron

La locura, como la culpa y la inocencia, se expresa de muchas maneras y en diferentes grados. La cuestión es sencilla: si amontonáramos culpables e inocentes en contenedores sin espacios diferenciadores no habría lugar a los matices. Y son los matices los que explican cuestiones de fondo que las generalizaciones no pueden explicar. Pienso, por ejemplo, en las imágenes de esos niños y adultos palestinos emitidas por televisión el 11 de septiembre. Gritaban de alegría y agitaban sus banderas en Cisjordania y Gaza al conocerse los atentados. Surgió después la denuncia de que se trataba de imágenes de hacía años, lanzadas ahora con intención intoxicadora. Pero, ¿aunque fueran verdaderas?

Si lo fueran, ¿cómo interpretar esas escenas? Es el rostro de los desesperados de la tierra alegrándose por lo que nadie debería hacerlo. Es la reacción emocional, espontánea, de quienes apenas tienen espacio para la racionalidad, viviendo como viven bajo el terror israelí. Los palestinos saben bien que Estados Unidos tiene los medios para imponer una paz justa, pero que hace injustamente lo contrario: apoya incondicionalmente la política militarista de Israel; veta al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas para que no imponga sanciones a Israel; dota al gobierno sionista de Tel Aviv de aviones desde los que bombardea a la población palestina; apoya con 3 mil millones de dólares anuales a su aliado Israel. La obscena irresponsabilidad de Estados Unidos ante los crímenes contra la humanidad cometidos por el gobierno de Israel, ¿cómo no va a generar odios antinorteamericanos entre las víctimas? ¿A quién puede extrañar que esos niños manifiesten alegría, ajenos a las consecuencias que pueden tener para sus propias vidas los atentados en el corazón del imperio que ellos celebran?

La reacción de buena parte de la opinión pública norteamericana señalando a los palestinos como culpables -algunos poniendo como prueba la "barbaridad" de esas imágenes de televisión, muy probablemente manipuladas-, resulta otra barbaridad, al expresar que no entienden qué pasa en el mundo y cuál es el papel de su gran país en Oriente Medio. Podría decirse que esta "barbaridad" es también una reacción humana, y lo es. Pero no son reacciones de igual magnitud ni pueden ser comprendidas de la misma manera, como si respondieran a los mismos derechos. La desesperación de los niños me parece un derecho superior a la visceralidad que los señala como blanco para una respuesta militar.

Un mundo lleno de grises con diversos grados de inocencia

La inocencia, sí, tiene grados distintos. El pueblo de Israel no es igual de inocente que el pueblo palestino. Nosotros los europeos no somos tan inocentes como los miles de africanos que mueren cada año tratando de cruzar en frágiles pateras el estrecho de Gibraltar. ¿Acaso nos rebelamos con la suficiente fuerza contra semejante horror? Los trabajadores, conserjes, secretarias, bomberos, y ejecutivos estadounidenses asesinados en las Torres Gemelas han sido víctimas que nunca dirigieron la política exterior de su país y su terrorismo militar. Eran gentes inocentes. Pero, sin duda, menos inocentes que los millones de niños que mueren cada año víctimas del hambre. La ciudadanía norteamericana nunca se ha rebelado contra sus gobiernos intervencionistas; y tampoco lo ha hecho para pedir cambios en las políticas económicas que desde la Casa Blanca y también desde las oficinas de las Torres Gemelas sentencian a millones de personas a la muerte por indigencia.

Sé que este ejercicio crítico puede ser tachado por los simplistas del blanco y negro como demagogia. No lo es. Es sólo la verdad. Una verdad que nos muestra un mundo lleno de grises y se rebela contra el pensamiento reduccionista que por mor del rechazo a los terribles atentados se niega a ver la realidad de Estados Unidos. Pero no por ser menos crítico se es más firme en el rechazo. Al contrario, la no-crítica sólo conduce a ser finalmente complaciente con nuevas acciones guerreras de Estados Unidos y con ellas a la continuación de las injusticias.

Todo es incertidumbre

¿Qué va pasar? Es la gran pregunta. Estados Unidos ha desatado una guerra para vengar su humillación -no exactamente a sus muertos-. Esta conflagración bélica se cobrará a una multitud de nuevos muertos inocentes. Irá a la guerra porque sus bases filosófico-morales fundamentalistas espoleadas por la rabia de quien se consideraba invulnerable, y su soberbia política administradora de la vida y de la muerte a gran escala, hacen inevitable una respuesta de fuego y destrucción. Lo hará, tenga pruebas o fabricando mentiras -otra más-, de ésas que se desclasifican al cabo de cuarenta años. En todo caso, con pruebas o sin ellas el integrista Bin Laden -ex-amigo de la CIA en las campañas contra la Unión Soviética- proporciona el retrato robot necesario para organizar un castigo ejemplar contra Afganistán. Al enemigo invisible urge ponerle rostro por razones de Estado. Por cierto, son bastantes los analistas que señalan la hipótesis de una autoría con ramificaciones norteamericanas. En cualquier caso, no convendría ni al gobierno ni a la sociedad estadounidense reconocer semejantes vínculos. No pueden bombardearse a sí mismos. ¿Y después de la intervención militar norteamericana? ¿Hasta dónde se agrandará la brecha con Oriente? ¿Qué formas xenófobas adquirirá el odio contra el mundo árabe? ¿Millones de ojos nos espiarán en nombre de las libertades y de la democracia?

Son impropios los discursos de dirigentes mundiales que apelan a la civilización y a la democracia atacadas. No por la verdad que hay en señalar a un enemigo peligroso capaz de atacar de la manera en que lo ha hecho. Sino por la ideología que se desprende del uso y abuso de estos conceptos. Otra vez la "civilización" se liga a Occidente; de nuevo el Islam es la otra cara de la civilización, lo satánico. Además, afirmar que las Torres Gemelas -centro financiero mundial por excelencia- representaban la libertad, cuando sólo eran centro de operaciones del neoliberalismo causante de millones de muertos por hambre y epidemias, parece un ejercicio de cinismo.

Tampoco puede señalarse a Estados Unidos como corazón y reserva de las libertades del mundo: más bien sus gobiernos se han dedicado con frecuencia a apadrinar dictaduras, organizar conspiraciones militaristas y a formar asesinos. El pensamiento único amenaza con fortalecerse, desplegándose ahora hacia el aplauso de una escala armamentista. Pero no en una nueva guerra mundial, sino en una guerra contra los pobres, contra los movimientos de liberación, contra los movimientos democratizadores. El manicomio podría tomar un rumbo abyecto.

Preparativos de guerra, dolor por Europa

Frenéticamente en los días siguientes a los atentados, el Presidente Bush construyó una alianza político-diplomática internacional tratando de incluir en ella a países árabes moderados, y tratando de obtener más bases militares regionales en puntos estratégicos y calientes, especialmente en derredor de Afganistán. Logró, además, una autonomía bélica ante los demás miembros de la OTAN, contando con el apoyo incondicional de Gran Bretaña. Sus esfuerzos se orientaban a la consecución de objetivos no confesables.

Ha sido lamentable ver a Europa, más exactamente a sus gobiernos, diciendo amén a la locura de una guerra del Bien contra el Mal. Su apoyo incondicional a George Bush es tan errático como confundir la condena de los atentados con la complacencia con las respuestas indeseables. Por rechazar una locura, los gobiernos europeos se abrazan a otra locura. ¿Dónde queda la racionalidad europea? ¿Dónde el derecho internacional, que ha sido uno de los pilares europeos frente a la concepción hobbesiana pura y dura de la razón de la fuerza?

La firma del artículo 5º esgrimido por la OTAN para movilizarse en apoyo a Bush es jurídicamente insostenible pues sólo legitima para repeler un ataque, no para protagonizar otra agresión. Políticamente, es una bajada de pantalones ante la amenaza norteamericana de recluirse en el aislacionismo y abandonar la alianza. Otra vez Europa pierde la oportunidad de caminar de manera autónoma en política exterior y construir su propio sistema de defensa. Ya cometió graves errores en los Balcanes y en la Guerra del Golfo. Ahora repite una conducta patética.

Estados Unidos tiene objetivos inconfesables

Antes de que cumpliera un mes del ataque terrorista estalló la guerra. Los bombardeos sobre Afganistán no han sido, para el mundo, ninguna buena noticia. La victoria sólo conduce a la victoria, pero no a la paz. No es difícil pronosticar un aumento considerable de la tensión con un mundo árabe en el que la guerra santa, la Yihad, encuentra ahora el mejor ambiente para su extensión y el reclutamiento de jóvenes musulmanes.

En estos momentos, el debate público ya existente entre quienes opinan que Estados Unidos tiene derecho a responder con el ojo por ojo por razones de "justicia", y quienes piensan que la venganza debe ceder ante el derecho y los tribunales internacionales, es un debate que sólo responde a una parte del problema. En la otra parte, mucho más compleja y mucho más de fondo, están los intereses ocultos de Estados Unidos en esta larga campaña militar. Intereses que se proponen el logro de objetivos destinados a renovar su liderazgo en clave de hegemonía militar y en clave de control económico del petróleo, también en Euroasia.

Instalar el miedo a escala gobal

Estados Unidos busca instalar el miedo a escala global. El mundo debe temer la fuerza y la ira de Estados Unidos y de sus aliados subordinados. Para ello, está dibujando -con su poderoso aparato mediático- un enemigo difuso pero poderoso; un enemigo que está o puede estar en todas partes, incluso en el propio territorio de cada país, que no es ya ni un gobierno ni un Estado, aun cuando algunos de ellos le brinden apoyos. Dibuja un gran enemigo con acceso a grandes tecnologías y a fuentes de financiamiento, que tiene la particularidad de situarse fuera del sistema, fuera del marco de las relaciones internacionales. Este "estar fuera del sistema" es lo que justifica declarar un estado de excepción a escala global, que no se detiene ante el Derecho, ni ante los protocolos o los convenios entre las naciones. Se trata de un razonamiento sumamente peligroso que permite, particularmente a Estados Unidos, el actuar sin control y al margen de cualquier tribunal internacional, como quiera y cuando quiera.

Militarizar la sociedad global

Del miedo se derivará una militarización de la sociedad global, multiplicando las medidas de seguridad que afectan el movimiento de las personas y las comunicaciones (Internet y telefonía). Los movimientos militares tomarán protagonismo, multiplicando su presencia y sus instalaciones dotadas de armas de exterminio. Los desarrollos tecnológicos bélicos -ya dotados por los gobiernos de enormes sumas- se multiplicarán. Crecerá de nuevo el secretismo de la Guerra Fría. Todas estas medidas -de dudosa eficacia real pero de consecuencias fatales para las libertades- se extenderán por todo el mundo.

Ante la amenaza de recesión, Estados Unidos confía en la industria armamentista como inyectora productiva y económica. Hay que recordar que la hegemonía de los Estados Unidos descansa sobre un pilar básico: su poderío militar. Construido sistemáticamente desde 1945 y cubriendo el planeta entero, esta hegemonía se vio obligada a aceptar la coexistencia pacífica con la URSS. Cuando se desintegró la Unión Soviética, Estados Unidos decidió mantener su sistema y aún mejorarlo. Hoy, el Ejército es en Estados Unidos el instrumento preferido para la ofensiva hegemónica. Así, mientras Europa construye sus discursos sobre la economía y las disputas mercantiles, Estados Unidos cuenta con el poder fáctico por excelencia.

Controlar el petróleo en nuevas áreas

Estados Unidos busca garantizar el control del petróleo en Asia central y Oriente Medio. La región que llamamos Euroasia fue identificada por el ex-Secretario de estado Brzezinski en su libro El gran tablero, como el nuevo eje geopolítico. La región del Cáucaso y un conjunto de repúblicas alrededor del mar Caspio: Kazajistán, Azerbaiján, Turkmenistán, Uzbekistán, Tayikistán... son muy ricas en reservas energéticas y minerales. Hoy día, Occidente depende en un 55% del petróleo de Oriente Medio y en el año 2015 esa dependencia aumentará al 75%. Parece conveniente al Occidente diversificar sus fuentes, realizando un desplazamiento hacia una región que anteriormente estuvo bajo el control de la URSS. En particular, el control del gas, muy abundante en esta área del mundo, es de vital importancia para Occidente.

Aplastar el movimiento antineoliberal

Estados Unidos busca crear un ambiente propicio para desembarazarse de "un nuevo enemigo". Tratar de revertir el movimiento global por una democracia real, participativa, y por un mundo justo, en momentos en que este movimiento comenzaba a constituirse en una amenaza para los planes del G-7 y del neoliberalismo es también un objetivo estratégico. Tras los hechos del 11 de septiembre, las voces que intentan criminalizar el movimiento global se multiplican. Son muchos los que han entendido que deben aprovechar esta oportunidad para asimilar de manera burda al movimiento antineoliberal con el terrorismo internacional.

Imponerse como soberano revisando su política exterior

Para llevar adelante este complejo trabajo multilateral, Estados Unidos necesita construir y consolidar una gran alianza político-diplomática internacional en la que participen países árabes moderados. Este trabajo lo está realizando el Secretario de Estado Collin Powell bajo criterios muy claros. Estados Unidos quiere liderar el mundo sin pagar el costo político y económico para dominarlo. La campaña de la guerra del Golfo Pérsico no cubrió bien este flanco. Estados Unidos persigue ahora imponerse como Soberano, pero busca que el resto del mundo seamos quienes nos lo impongamos como Rey y aplaudamos su reinado.

Estados Unidos quiere combinar y equilibrar los valores tradicionales de su política exterior con una revisión región por región de sus objetivos. En esta línea se inscribe lo que puede ser un anuncio de revisión de su conducta en Oriente Medio: aceptación del Estado palestino para desactivar el conflicto, a cambio de imponer en el territorio en disputa dos Estados asimétricos en fuerza económica, militar y política: un Estado fuerte Israel, y un Estado débil Palestina. La ventaja consiste en ganar aliados árabes y desplazar los esfuerzos hacia otra región, Euroasia, estratégica en materias primas. Desde su posición de víctima y a la vez de guardián del mundo civilizado, Estados Unidos obtiene más bases militares regionales en puntos estratégicos y calientes: ahora mismo en derredor de Afganistán.

Domesticar a la ONU

El discurso ideológico diseñado para ganarse el consentimiento de los pueblos que, junto a Estados Unidos, conforman el Centro del sistema global -Canadá, Unión Europea y Japón- se fundamenta en "la obligación" de la defensa de la democracia, de los derechos de los pueblos y del humanitarismo. La opinión pública internacional responde en buena medida como lo hizo tantas otras veces en otros siglos, ante las incursiones colonizadoras en nombre de la civilización y del progreso.

La estrategia requiere también de la norteamericanización de la ONU, domesticándola al compás del liderazgo de Estados Unidos. Una ONU que, tradicionalmente, ha sido identificada por Estados Unidos como un organismo molesto para su política exterior basada en los principios filosófico-morales del Destino Manifiesto que le otorga el derecho de actuar sin frenos y de acuerdo con sus intereses, será ahora sumada a este "nuevo orden".

Servilizar a la OTAN

También requiere Estados Unidos de una autonomía bélica frente a los demás miembros de la OTAN, para lo que cuenta con el apoyo incondicional de Gran Bretaña. Tras la "victoria" sobre Yugoslavia en abril de 1999, Estados Unidos ha impuesto un nuevo concepto: la misión de la OTAN debe extenderse, en términos prácticos, a toda Asia y Africa. Ello supone admitir que la OTAN no es en realidad una alianza defensiva -para lo que fue diseñada-, sino un instrumento de ataque al servicio de Estados Unidos.

Es necesario un nuevo rumbo

Así están las cosas. La agresión a Afganistán es tan sólo el punto de partida de una estrategia de mediano y largo plazo. Reducir el análisis y el debate al hecho puntual de la legitimidad o no de realizar bombardeos y forzar un cambio del régimen Talibán es quedarse en la corteza de una cebolla que cuenta con muchas e insidiosas capas.

Sin embargo, y a pesar de todo, habrá que abrir esa cebolla... y llorar. Hoy, pensar duele más que ayer. Habrá que seguirlo haciendo. Habrá que seguir apostando por la paz. Todo lo ocurrido desde el 11 de septiembre debería convertirse en oportunidad positiva para corregir la conducción del mundo actual. Mientras dos terceras partes de la humanidad vivan en la pobreza, viendo cómo aumenta la brecha con el mundo rico; mientras el hambre sea la asignatura pendiente de un mundo que se cree dominador del curso de la historia; mientras haya pueblos a los que se niegan sus derechos, no puede haber seguridad para nadie en ninguna parte.

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